La cogida interminable
Lo que le ocurri¨® a Perera en su primero parece t¨¦cnicamente imposible. Andaba el hombre afanoso con un toro feo de verdad, de cara acarnerada, astifinos pitones, soso y deslucido, cuando, en un muletazo con la mano derecha, el toro consigui¨® engancharlo, lo levant¨® en peso, lo gir¨® sobre el pit¨®n, lo zarande¨® de mala manera y, ya en el suelo, lo busc¨® con sa?a con las dos guada?as que portaba. Fueron unos segundos interminables; una voltereta de esas aparatosa y angustiosa de verdad. La cornada estaba cantada. Pero h¨¦te aqu¨ª que Perera recupera la verticalidad no sin esfuerzo, se supone que mareado por la tremenda paliza, y lo ¨²nico que se le ve es el muslo derecho al aire y la taleguilla destrozada. Incre¨ªble, pero cierto. Uno de esos milagros que ocurren muchas tardes en una plaza de toros. La ¨²nica medicina que hubo de aplicarse fue un pantal¨®n vaquero tipo pirata que luci¨® el resto de la corrida.
San Lorenzo/El Cid, Perera, Luque
Toros de Puerto de San Lorenzo, -segundo y tercero, devueltos-, mal presentados, muy blandos y nobles. Sobreros de Carmen Segovia y Salvador Domecq, correctos de presentaci¨®n y descastados.
El Cid: dos pinchazos y estocada (silencio); estocada trasera y ca¨ªda y un descabello (oreja).
Miguel ?ngel Perera: _aviso_ pinchazo y casi entera ladeada (ovaci¨®n); pinchazo, estocada _aviso_ y dos descabellos (silencio).
Daniel Luque: dos pinchazos (silencio); estocada (silencio).
Plaza de las Ventas. 19 de mayo. D¨¦cima corrida de feria. Casi lleno.
OVACI?N
Joselito Guti¨¦rrez, de la cuadrilla de Perera, fue obligado a saludar tras parear con valent¨ªa y maestr¨ªa al quinto.
PITOS
La ganader¨ªa titular fue homenajeada por la ma?ana como la mejor de San Isidro 2010; por la tarde, cosech¨® un fracaso por la mala presentaci¨®n e invalidez de los toros.
La verdad es que ese toro le hab¨ªa avisado de sus malas intenciones. El primer muletazo acab¨® en una impresionante colada por el pit¨®n derecho, y por ah¨ª lo intent¨® m¨¢s adelante hasta que hizo presa. Menos mal que solo alcanz¨® el bordado del traje de luces. Era un toro, adem¨¢s, inv¨¢lido, como casi toda la ganader¨ªa titular, (un animal que debi¨® volver a los corrales, pero ya casi nada es como tiene que ser, y ni las protestas de los m¨¢s exigentes tienen nada que ver con el ardor, la convicci¨®n y el enfado de hace solo unos a?os), mal presentada, impropia de esta plaza y ayuna de fuerzas, con el que Perera intent¨® justificarse hasta la pesadez m¨¢s absoluta. Y se gan¨® una voltereta que, afortunadamente solo le va a costar unas perras en el arreglo del vestido.
Y brind¨® el quinto, al que recibi¨® con un pase cambiado por la espalda en el centro del anillo, y lo fue obligando poco a poco con aparente seguridad y entrega. Eso parec¨ªa, al menos, hasta que surgi¨® su propia duda y se le nota que la confianza no le acompa?a. Insiste, pero no le sale, se le ve espeso y encimista. Se dividen las opiniones y lo que parec¨ªa una resurrecci¨®n queda en silencio.
El que de veras hizo esfuerzos sobrehumanos para salir a flote fue El Cid, que dej¨® una triste imagen en su ¨²ltima comparecencia y no estaba dispuesto a salir seriamente damnificado de la feria. ?l sabr¨¢ mejor que nadie si lo ha conseguido o esos fantasmas que parecen rondarle lo mantienen aprisionado. Mal sin paliativos ante su primero, otro noble inv¨¢lido, que, en los primeros compases, acudi¨® de largo a la muleta; lo luci¨® el torero, ciertamente, pero en el encuentro falt¨® hondura y entrega. El torero acompa?a, pero no manda en la embestida. Y luce m¨¢s la nobleza y el recorrido del toro que la t¨¦cnica del diestro. No es ni sombra de lo que fue, le acusan en el tendido, y la impresi¨®n que ofrece es que ha perdido su personalidad.
Pero sali¨® el cuarto, otro noble tullido, al que muletea acelerado, sin decir nada, sin el necesario sosiego. Y, de pronto, surge la inspiraci¨®n. Ve el torero el buen pit¨®n izquierdo y dibuja tres naturales de gran m¨¦rito, arrastrando la muleta -esta vez, s¨ª-, embarcando la embestida y ligando con un gran pase de pecho; y el p¨²blico reacciona por primera vez con El Cid; y vuelve por sus fueros y surgen otros tres, de menos calidad quiz¨¢, una primoroso trincherilla y otro largo de pecho. Y el toro se raja, y El Cid se desplanta euf¨®rico de s¨ª mismo. La estocada, ejecutada con toda su alma, no es buena, pero un presidente generoso le concede un trofeo. Ojal¨¢ le sirva para espantar inseguridades.
El ¨²nico toreo de capa de calidad brot¨® de las manos de Daniel Luque, que tuvo peor suerte con su lote. A ambos toros lo veronique¨® con soltura, suavidad y gracia. Y en ambos se justific¨® y busc¨® el triunf¨® con ah¨ªnco. Pero fue imposible. Muy descastado fue su primero, al que mulete¨® hacia fuera, y parado el sexto, que se neg¨® a seguir la muleta de Luque.
Qued¨® en el ambiente el sinsabor de una corrida impropia de esta feria, y la sospecha de que El Cid y Perera siguen sin encontrarse.
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