El hombre que no conoci¨® el rencor
Se termin¨®. Acaba de morir el hombre que no conoci¨® el rencor. Acaba de morir en Par¨ªs, en su casa de la rue de l'Universit¨¦. Deseaba volver a Espa?a y ya preparaba ese viaje imposible pero antes quer¨ªa que sus amigos de aqu¨ª, los de siempre, fueran a verle para que le hablaran en castellano.
Le visit¨¦ dos veces en su habitaci¨®n 224 del hospital Georges Pompidou, el 9 y el 10 de mayo pasados, y mientras le hablaba ¨¦l me miraba fijo, interrogativo y perplejo. En medio de miradas y silencios me dirigi¨® unas cuantas preguntas: "?C¨®mo est¨¢ Isabel?", "?te has ca¨ªdo de la cama?"; no resist¨ª la tentaci¨®n de responderle: "Ave Mar¨ªa Pur¨ªsima" y ¨¦l me contest¨® agitando la mano izquierda como un abanico: "?Sin pecado concebida?" Larga pausa. "Quiero ir a Madrid". Un Madrid donde naci¨® y donde fue perseguido con sa?a en los tiempos de su responsabilidad como m¨¢ximo dirigente de la acci¨®n clandestina del Partido Comunista de Espa?a. C¨®mo no recordar su expulsi¨®n y la de Fernando Claud¨ªn de la direcci¨®n del PCE en 1964, acompa?ada del posterior linchamiento propinado por sus valerosos militantes. Quisiera recordar tambi¨¦n aqu¨ª aquella divertida conversaci¨®n telef¨®nica en Par¨ªs durante la cual expres¨¦ mi deseo de entrar en el Partido porque estaba convencido de que ya estaba maduro para esa adhesi¨®n y adem¨¢s quer¨ªa que me apadrinase. Me coment¨® que lo ve¨ªa dif¨ªcil porque acababan de echarle, a lo que respond¨ª inmediatamente que el tema ya no me interesaba lo m¨¢s m¨ªnimo. Desde luego, este asunto se volvi¨® un tema recurrente y jocoso en nuestras conversaciones ulteriores.
Preferir¨ªa no recordar que, m¨¢s tarde cuando era ministro de Cultura, no hab¨ªa d¨ªa en que los peri¨®dicos de fuego amigo no lo trataran de franchute, gabacho y afrancesado. Y cambiando de tercio, vista la situaci¨®n que se nos avecina y ante la avalancha que se anuncia, espero que los consulados franceses en nuestro pa¨ªs tengan que hacer horas extraordinarias para repartir pasaportes, no de nacionalidad francesa sino de nacionalidad afrancesada. S¨ª, era afrancesado tambi¨¦n cuando era de los pocos (quiz¨¢s el ¨²nico) que practicaba un silencio espeso sobre lo tratado en el Consejo de Ministros. Fue tambi¨¦n el ¨²nico que defendi¨® a rajatabla y con valent¨ªa la posici¨®n de su Gobierno, mientras muchos de sus compa?eros se escapaban, miraban para otro lado e impert¨¦rritos o¨ªan frases como la de "boquitas manchadas de sangre" que sal¨ªan a borbotones entre los labios de aquellos que no dimit¨ªan a pesar de haber sido nombrados a dedo por el Gobierno que tanto vilipendiaban. En aquellos interminables Consejos de Ministros el vicepresidente enfrascado en la lectura de la vida de Lou Andreas Salom¨¦ (y en la presencia de su amigo de siempre -tambi¨¦n ministro- que al cerciorarse de la actitud de la eminencia gris del Gobierno tom¨® la decisi¨®n de no hablarle m¨¢s) no dirig¨ªa la palabra al que no conoce el rencor.
Y prosigamos hasta el cese de este hombre sin rencor. "?Es que no comprendes los equilibrios necesarios, compa?ero?" ?Para qu¨¦ seguir? Pero sigamos. Al d¨ªa siguiente de su defenestraci¨®n le quitaron el coche oficial. S¨ª, al d¨ªa siguiente, y vino a hospedarse en mi casa, sin rencor. Colette, su mujer, ¨¦l y yo tuvimos que atravesar el Paseo del Prado andando y cargados de bolsas, las ¨²ltimas bolsas, porque las calles estaban cortadas por la marat¨®n que se celebraba en Madrid e imped¨ªa que los taxis cruzaran de una parte a otra. En una de las bolsas abiertas que yo llevaba se adivinaba una toalla que envolv¨ªa un trozo de jab¨®n. Emblema inequ¨ªvoco de una salida sin rencor.
Y no es que los franceses lo trataran mejor. Eso s¨ª, sin rencor pero con firmeza. Jean D'Ormesson y H¨¦l¨¨ne Carr¨¨re d'Encausse le insistieron para que postulase a un sill¨®n a la Academia francesa de la lengua. Lo hizo y se equivoc¨® -como si no los conociera. El caso es que bastantes acad¨¦micos impidieron su ingreso porque fue comunista y porque era espa?ol. El que escrib¨ªa en un franc¨¦s rico y preciso bellas p¨¢ginas conmovedoras. Sin rencor. No obstante aquel episodio me lleva a evocar su elecci¨®n como miembro de la Academia Goncourt, una instituci¨®n que s¨®lo requiere que el integrante sea autor... de lengua francesa.
Lo acompa?¨¦ a Buchenwald en su segundo o tercer viaje desde que fue liberado en 1945. Recuerdo tanto el fr¨ªo intenso como al joven conservador del museo del campo de exterminio que despu¨¦s de darnos la bienvenida nos espet¨® con iron¨ªa que lo de la bienvenida era un modo de decir. Jorge se abraz¨® a ¨¦l y mir¨¢ndome me dijo algo as¨ª como que los alemanes eran incre¨ªbles. Ni un asomo de rencor ante mis frecuentes protestas. Alguien dir¨¢ mejor que yo lo que Jorge Sempr¨²n ha representado en la Historia del siglo que termin¨® y en una parte del que acaba de empezar. Yo retengo como una obsesi¨®n su mirada mientras su mano reposaba en la m¨ªa. ?Warum? ?Por qu¨¦? El nunca conoci¨® el rencor. Yo s¨ª... pero a pesar de su desaparici¨®n me quedan sus ojos y su mirada. Ni rencor por la muerte, ni rencor por la vida.
Eduardo Arroyo es artista
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