The good wife: del suelo al cielo
Cuando The good wife(en Espa?a emitida por Fox, dial 21 de Digital +)empez¨® su emisi¨®n el escepticismo era la reacci¨®n habitual. Cierto, produc¨ªan Ridley y Tony Scott; cierto, protagonizaba Julianna Margulies; cierto, la historia parec¨ªa interesante. Pero ya se sabe como son estas cosas: al final todo consiste en hasta d¨®nde se est¨¢ dispuesto a llegar, si se van a atrever a verle las orejas al lobo o van a seguir el camino habitual.
La historia (dicho quede) se basaba en las andanzas de aquel gobernador de Nueva York llamado Eliot Spitzer, que hizo de su honor bandera hasta que finalmente la bandera acab¨® enredada en su cuello y colg¨¢ndole del palo mayor. Spitzer, un pol¨ªtico de raza y dem¨®crata por m¨¢s se?as, se vio obligado a suicidar su carrera pol¨ªtica cuando se difundi¨® su afici¨®n a las se?oritas de pago. Naturalmente, en ese cuadro tan habitual en la escena estadounidense, su mujer le sujet¨® la mano en el momento en que el truh¨¢n decidi¨® desnudarse ante el respetable.
Ese gesto, que tantas veces hemos visto al otro lado del Atl¨¢ntico (ya se sabe que aqu¨ª no dimite ni el kiko) de la esposa de turno aguantando el temporal no se sabe muy bien por qu¨¦ es el punto de partida de esta serie, que ha pasado de ser una promesa fugaz a un descubrimiento de los que hacen ¨¦poca.
The good wife arranca con la dichosa mano, el dichoso pol¨ªtico y la dichosa esposa. Todo huele a dram¨®n palaciego, a intriga de castillo de pega, a vodevil de andar por casa. Sin embargo a medida que la trama se desenrolla -como si fuera una alfombra- la situaci¨®n adquiere tintes inesperados y se convierte en un thriller s¨®lido, casi rocoso, que combina a la perfecci¨®n un g¨¦nero tan manoseado como el de los letrados y las togas con el el universo del politiqueo, all¨ª donde las fronteras de la ¨¦tica se desmoronan y cada uno act¨²a movido por la inercia de los intereses propios y la promesa del poder absoluto, ese que se resiste al ciudadano de a pie pero que coquetea con el oportunista de turno.
Chris Noth, ese gigant¨®n al que conocimos en Sexo en Nueva York, es el esposo sin escr¨²pulos que empieza su camino en la c¨¢rcel y se abre camino hasta la cima sin reparar en gastos. Noth, un tipo encantador, consigue dibujar un personaje malvado-pero-simp¨¢tico que se balancea en la cuerda floja sin llegar a darse el trastazo, consciente de que es peor parecer culpable que serlo realmente. Alan Cumming, un actorazo descomunal, brilla en su rol de intrigante jefe de campa?a, un tipo que sabe las cosas antes de que pasen y que controla el tempo de su trabajo como si tuviera un cronometro incrustado entre ceja y ceja; Archie Panjabi es simplemente deliciosa en su papel de investigadora con mucho que esconder y cuyo pasado jugar¨¢ un papel primordial en el -progresivo- envenenamiento de la trama.
Y luego est¨¢ Julianna Margulies, una actriz tan maravillosa (algunos a¨²n nos acordamos de su exhibici¨®n en Urgencias) que ocupa m¨¢s espacio en pantalla del que ofrece el formato. Tenaz, compleja, sensible, brutal... una receta que pone The good wife en ¨®rbita con una energ¨ªa inesperada. De hecho llegados a ese punto donde convergen campa?a electoral, traiciones a media luz, confesiones a bocajarro y lagrimas a terceros, la serie ya ha pegado el pepinazo que la ha convertido en un culebr¨®n imprescindible para los teleadictos.
The good wife ya no es ninguna promesa, es una realidad como un templo, un producto impecable de reparto perfecto que desaf¨ªa a las convenciones cat¨®dicas con una irreverencia irreprochable.
Si Robert y Michelle King, creadores de la serie, son capaces de llegar hasta el final esto promete ser de lo m¨¢s memorable que ha dado la peque?a pantalla en lustros. Y eso sin necesidad de desvar¨ªos, chaladuras o campa?as de marketing de medio pelo. Es lo que tiene la calidad: no la paras ni con un mont¨®n de abogados.
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