Y Morante pidi¨® el sobrero...
El festejo comenz¨® con uno de esos momentos que todo aficionado deber¨ªa vivir, al menos, una vez en la vida: la plaza puesta en pie, las palmas echan humo, y, en la raya del tercio, los tres matadores rodeados por sus hombres de plata, todos montera en mano, recibiendo la ovaci¨®n m¨¢s intensa y emocionante que pocas veces se ha escuchado en una plaza de toros. Instantes antes, el pase¨ªllo estuvo acompa?ado por el grito un¨¢nime de "libertad, libertad", que se repetir¨ªa en distintos momentos de la corrida. Abierto de capa, Morante recibi¨® a su primero con seis ver¨®nicas que supieron a gloria, especialmente la cuarta, por el pit¨®n izquierdo, todo un monumento al temple y la elegancia. Despu¨¦s, todo le sali¨® al rev¨¦s, y acab¨® como centro de una de esas broncas de campeonato reservadas a los artistas como ¨¦l. Se afligi¨® muy pronto ante el bonancible primero, al que no entendi¨®, y se mostr¨® torpe, cohibido e inseguro. Al cuarto no quiso verlo; lo abanique¨® por la cara y, entre el l¨®gico enfado del respetable, lo acuchill¨® de mala manera, y todo acab¨® como el rosario de la aurora. ?As¨ª de dura es la vida del artista! ?Quien bien te quiere te ha de gritar! Y perdonar: Morante intent¨® en el sexto el quite del perd¨®n y ah¨ª quedaron para la historia una ver¨®nica inmensa y una media de cartel. Pero las voces hirientes contra el de la Puebla no hab¨ªan cesado durante toda la corrida, y surgi¨® la sorpresa: Morante pidi¨® el sobrero. Las ca?as se volvieron lanzas, los insultos en palmas por buler¨ªas. Y bord¨®, as¨ª de exagerado y verdadero, el toreo a la ver¨®nica. El temple y el templo hecho arte. El quite a la ver¨®nica dej¨® el toreo en las nubes. Invit¨® a banderillear a sus compa?eros y la gente no se lo cre¨ªa. Momento este inolvidable. Un animal de ensue?o en la muleta, y se gust¨® y sinti¨® Morante, y surgieron pasajes de pura armon¨ªa. Fue un momento glorioso, bonito. Roto y desmadejado el torero, enloqueci¨® a todos por su naturalidad, barroquismo e inspiraci¨®n. As¨ª es el artista de la Puebla.
Cuvillo/Morante, El Juli, Manzanares
Toros de N¨²?ez del Cuvillo, muy justos de presentaci¨®n, blandos, nobles y encastados. El s¨¦ptimo de Juan Pedro Domecq, chico y nobil¨ªsimo. Morante de la Puebla : pinchazo y casi entera (silencio); pinchazo en los costillares, media y ocho descabellos (bronca); casi entera (dos orejas). El Juli: estocada desprendida y un descabello (dos orejas); gran estocada (oreja). Jos¨¦ Mar¨ªa Manzanares: casi entera contraria (dos orejas); estocada (dos orejas). Plaza Monumental. Feria de la Merced. 24 de septiembre. Casi lleno.
Y entre los gritos de "libertad, libertad", El Juli y Manzanares cortaron las orejas y divirtieron al p¨²blico, dadivoso y festivo.
Qued¨® claro, primero, que la propiedad intelectual del toro artista est¨¢ hoy en manos de N¨²?ez del Cuvillo: nada aparatoso de hechuras, recogido de pitones, las fuerzas muy justas, pronto de embestida, cumplidor en el caballo, nobleza a raudales y unas gotas de casta. Y no es f¨¢cil triunfar con ese toro. Se puede torear bien, pero el problema radica en alcanzar esa faena maciza, honda y redonda que despierta el clamor. No lo consiguieron ayer las dos primeras figuras del momento. Y todo porque la casta exige mando y no solo elegancia y buenas maneras.
A gran altura brillaron ambos, esa es la verdad. No se le puede negar a El Juli su insultante suficiencia con capote y muleta, su capacidad innata, su dominio absoluto. Pero sus formas necesitan otro toro con m¨¢s br¨ªo y ri?ones para triunfar de verdad. Y ?qu¨¦ se puede decir de Manzanares? El temple, la elegancia, el buen gusto. Sus dos faenas fueron merit¨ªsimas, puro toreo de sal¨®n (de tal calibre era la calidad de los toros y el torero), pero se ech¨® de menos la grandiosidad merecida. Quiz¨¢ por eso, tantas orejas para los dos toreros fueron muchas. La tarde, sin embargo, fue tan bonita que todo mereci¨® la pena.
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