"La muerte ha de ser como un sue?o sin sue?os"
Discurso ¨ªntegro de Fernando Vallejo al recibir el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances
Como este acto se encamina a su final y ya queda poco tiempo, les dir¨¦ brevemente que me siento muy honrado por el premio que me dan; que no pienso que lo merezca; que este diploma lo guardar¨¦ en mi casa con orgullo; y que los ciento cincuenta mil d¨®lares que lo acompa?an se los doy, por partes iguales, a dos asociaciones caritativas de M¨¦xico: los "Amigos de los Animales", de la se?ora Martha Alarc¨®n de la ciudad de Jalapa; y los "Animales Desamparados", de la se?ora Patricia Rico de la ciudad de M¨¦xico. En mi encuentro del lunes con los j¨®venes universitarios que tendr¨¢ lugar en esta misma sala, se los entregar¨¦ a las se?oras.
Habr¨ªa preferido que esos d¨®lares se los hubiera dado la FIL directamente a ellas sin pasar por m¨ª, porque cuando tomo dinero me tengo que lavar las manos, pero no pudo ser por razones burocr¨¢ticas. Eso de la lavada de las manos es una man¨ªa que me viene de la infancia, de la educaci¨®n familiar. Cada que cog¨ªamos una moneda, mi mam¨¢ nos dec¨ªa: "Vaya l¨¢vese las manos m'hijo, que toc¨® plata". (All¨¢ a los ni?os les hablan de "usted".) De unos ni?os educados as¨ª, ?qu¨¦ se pod¨ªa esperar? Puros pobres. Me hubieran educado en la escuela del PRI, y hoy estar¨ªa millonario. ?Pero qu¨¦ iba a haber all¨¢ PRI! Medell¨ªn era una ciudad encerrada entre monta?as, lejos del mundo y sus adelantos. Y mi mam¨¢ viendo microbios por todas partes como si fuera bacteri¨®loga. No. Era una se?ora de su casa entregada a la reproducci¨®n como quiere el papa, una santa. ?C¨®mo la hicimos sufrir! Muy merecido. ?Qui¨¦n la mand¨® a tener hijos!
De M¨¦xico supe por primera vez de ni?o, una noche de diciembre pr¨®xima a la navidad, lo recuerdo muy bien. Est¨¢bamos en el corredor delantero de Santa Anita, la finca de mis abuelos, con mis abuelos, rezando la novena del Ni?o Dios. Entonces ¨¦ramos pocos, cinco o seis, aunque despu¨¦s fuimos muchos. Mis pap¨¢s ten¨ªan instalada en Medell¨ªn una f¨¢brica de ni?os: ni?os carn¨ªvoros que alimentaban con costales de salchichas, unos demonios, unas fieras, todos contra todos, mi casa era un manicomio, el pandem¨®nium. El papa, P¨ªo Doce, les mand¨® de Roma un diploma que un vecino nos compr¨® en la Via della Conciliazione con indulgencia plenaria (que costaban m¨¢s), para que se fueran los dos derechito al cielo sin pasar por el purgatorio por haber fabricado tanto ni?o que se les habr¨ªan de reunir todos all¨¢ a medida que el Se?or los fuera llamando. ?Qu¨¦ nos iba a llamar! Nos hemos ido yendo de uno en uno a los infiernos y el que nos llam¨® fue Satan¨¢s.
Santa Anita estaba entre los pueblos de Envigado y Sabaneta, en la mitad de la carretera que los une, a ocho kil¨®metros de Medell¨ªn, lej¨ªsimos. Hagan de cuenta saliendo de la Ciudad de M¨¦xico camino de Tlanepantla. Ten¨ªamos que ir en carro, en el Ford de mi pap¨¢. Si no, habr¨ªamos podido ir en burro: en la burrita de la canci¨®n de Ventura Romero: "Arre que llegando al caminito, achimich¨², achimich¨². Arre que llegando al caminito, achimich¨², achimich¨²". Tarata tata tara tara tata tata tara tara tata tata tara tata t¨¢. "?Burra! ?Burra! Ya vamos llegando a la Mesa de Cacaxtla. ?Burra! Arre que llegando al caminito, achimich¨², achimich¨² a mi burrita y aunque vaya enojadita porque no le di su alfalfa porque no le di su m¨¢iz". ?Qu¨¦ raro! Tambi¨¦n en Antioquia dec¨ªamos "m¨¢iz"! Antioquia es hagan de cuenta Jalisco. El disco de la burrita lo trajeron mis pap¨¢s de M¨¦xico esa noche. En setenta y ocho revoluciones que era los que hab¨ªa entonces. Una aguja gruesa iba de surco en surco toc¨¢ndolos (los surcos que abr¨ªan en la tierra las yuntas de bueyes roturando los campos de Sayula hace cien a?os, cuando pas¨® por aqu¨ª mi paisano el poeta Porfirio Barba Jacob), y de tanto tocarlos uno los discos se rayaban y la aguja se atascaba en el ray¨®n, y segu¨ªa tocando lo mismo, lo mismo, lo mismo. "Pobrecita mi burrita ya no quiere caminar, da unos pasos p'adelante, otros pasos para atr¨¢s..." El disco me sigue resonando desde entonces, atascado, en mi coraz¨®n rayado.
Ven¨ªan de M¨¦xico por el camino de entrada de Santa Anita en dos carros, con los faros rompiendo la oscuridad. Pero en el corredor nosotros no est¨¢bamos a oscuras, no: iluminados. ?C¨®mo ¨ªbamos a rezar a oscuras la novena del Ni?o Dios! Adem¨¢s en Medell¨ªn ya hab¨ªa luz el¨¦ctrica. Yo ser¨¦ viejo pero no tanto. Yo soy posterior al radio y al avi¨®n. El que s¨ª me toc¨® ver llegar fue el televisor, la caja est¨²pida. Estaban tambi¨¦n encendidas esa noche las luces del pesebre, el nacimiento, donde nac¨ªa en lo alto de una monta?a el Ni?o Dios. Lucecitas verdes, rojas, azules, amarillas, de todos los colores. Nos ¨ªbamos ya a dormir cuando llegaron. Ven¨ªan cargados de juguetes. Maromeros de cuerda que daban volteretas en el aire... Jeeps con llantas de caucho, o sea de hule... Sombreros de charro para ni?os y para viejos... Una foto de mis pap¨¢s en La Villa manejando avi¨®n. Las trescientas sesenta y cinco iglesias de Cholula. Un tren el¨¦ctrico. La Virgen de Guadalupe. Pocas veces he visto brillar tan fuerte, enceguecedora, la felicidad. Y con el disco de Ventura Romero de la burrita tra¨ªan, en el ¨¢lbum de las maravillas, a Jos¨¦ Alfredo Jim¨¦nez y a Rub¨¦n M¨¦ndez: "Ella", "P¨¦njamo", y ese "Senderito" que me rompe el alma cantado por Alfredo Pineda, que fue el que am¨® Medell¨ªn. Y al m¨¢s grande de todos, Fernando Rosas, de Jer¨®nimo de Ju¨¢rez, Estado de Guerrero, el de la "Carta a Eufemia": "Cuando recibas esta carta sin raz¨®n, Ufemia, ya sabr¨¢s que entre nosotros todo termin¨®, y no la des en recibida por traici¨®n, Ufemia, te devuelvo tu palabra, te la vuelvo sin usarla, y que conste en esta carta que acabamos de un jal¨®n". ?Muy bien dicho, tocayo, a la China con la m¨¦ndiga! El fraseo perfecto, la dicci¨®n perfecta, y eso que mi tocayo era de Guerrero y cuando hablaba no pod¨ªa pronunciar las eses. Y las trompetas burlonas detr¨¢s de ¨¦l haciendo jua, jua, jua, en el registro bajo, ri¨¦ndose de m¨ª y del mundo, y detr¨¢s de ellas punteando, sigui¨¦ndolas como unos gordos cojos, los guitarrones: do, sol; do, sol; do, sol. T¨®nica, dominante; t¨®nica, dominante; t¨®nica, dominante. S¨®lo eso van diciendo, pero sin ellos no hay mariachi, como sin muerto no hubo fiesta.
?Ah se me olvidaba Chava Fl¨®rez, el compositor, el genio de los genios, amigo de mi tocayo Fernando Rosas! Juntos echaron a rodar por el mundo "Peso sobre peso", la canci¨®n m¨¢s burlona: "Mira, Bartola, ¨¢i te dejo estos dos pesos. Pagas la renta, el tel¨¦fono y la luz. De lo que sobre, coges d'i¨¢i para tu gasto. Gu¨¢rdame el resto pa comprarme mi alip¨²s". Ta ra ta ta ta t¨¢n. ?sa era la que le cantaba todav¨ªa a M¨¦xico el PRI cuando llegu¨¦ de Nueva York hace cuarenta a?os. Y se la sigui¨® cantando otros treinta, hasta ajustar setenta, cuando los tumb¨® mi gallo. ?Qu¨¦ noche tan inolvidable aquella cuando lo dijeron por televisi¨®n! Tan esplendorosa, o casi, como la de la finca Santa Anita de que les he hablado. Fernando Rosas muri¨® joven, una noche, all¨¢ por 1960, en Acapulco. Lo mataron por defender a un borracho al que estaba apaleando la polic¨ªa. Fernando Rosas, tocayo, paisano, te mat¨® la polic¨ªa de Acapulco, los esbirros del presidente municipal. La siniestra polic¨ªa del PRI, semillero de todos los c¨¢rteles de M¨¦xico.
Mi gallo era un gallo con botas. No bien subi¨® al poder y se instal¨® en los Pinos, se infl¨® de vanidad y se transform¨® en un pavorreal, y el pavorreal en un burro, y la quimera de gallo, pavorreal y burro empez¨® a rebuznar, a rebuznar, a rebuznar, d¨ªa y noche sin parar, hasta que ajust¨® seis a?os, cuando se le ocurri¨®, como a Per¨®n con Evita o con Isabelita, que pod¨ªa seguir rebuznando otros seis a trav¨¦s de su mujer. No se le hizo, no pudo ser. Hoy de vez en cuando rebuzna, pero poco, y lo critican. ?Por qu¨¦! D¨¦jenlo que rebuzne, que se exprese, que ¨¦l tambi¨¦n tiene derecho. Yo soy defensor de los animales. Yo quiero a los burros, a los pavorreales, a los perros, a los gallos. Cuando estoy cerca de ellos se me calma unos instantes el caos de adentro y creo sentir lo que llaman la paz del alma.
Yo ven¨ªa pues de Nueva York, una ciudad de nadie, un hormiguero promiscuo que nunca quise, y de un pa¨ªs que tampoco, plano, soso, lleno de gringos ventajosos y sin m¨²sica. Los anglosajones no nacieron para la m¨²sica: se enmarihuanan y con una guitarra el¨¦ctrica y un bombo hacen ruido. Mi primera noche en M¨¦xico, en la plaza Garibaldi, ?c¨®mo la voy a olvidar! Cien mariachis tocando cada cual por su lado en un caos hermoso. Todo lo que tocaban me lo sab¨ªa. Y m¨¢s. Yo sab¨ªa de boleros y rancheras lo que nadie. Entr¨¦ al Tenampa. ?La hora? Diez de la noche. Me sent¨ªa como un curita de pueblo tercermundista entrando al Vaticano por primera vez, y que se arrodilla para comulgar. Yo tambi¨¦n comulgu¨¦, pero con tequila. Desde un mural de una pared enmarcado por unos tubos fluorescentes de colores me miraba Jos¨¦ Alfredo, y en la noche del Tenampa brillaba el sol de M¨¦xico. "?Qu¨¦ m¨¢s va a tomar, joven?", me pregunt¨® el mesero. "Otro". Entonces s¨ª estaba joven, pero hoy me siguen preguntando igual: "?Qu¨¦ va a tomar joven?" ?C¨®mo no va a ser maravilloso un pa¨ªs donde la gente ve tan bien!
Y el amanecer, mi primer amanecer, ?qu¨¦ amanecer! Hab¨ªa llegado a un hotelito viejo, pobre, del centro, de altos techos, fresco, de otros tiempos, el m¨¢s hermoso en que haya estado. Me despertaron las campanas y los gallos. ?Ta?ido de campanas? ?Canto de gallos? ?Claro, los gallos de las azoteas y las campanas de las iglesias, y el sol entrando por mi ventana! ?Y yo que ven¨ªa del invierno de Nueva York donde amanec¨ªa a las diez y oscurec¨ªa a las cuatro y se me achicaba el alma! Sal¨ª a la calle, al rumor envolvente de la calle. M¨¦xico vivo, el del pasado m¨¢s profundo, el eterno, el m¨ªo, el que se ha detenido en mi recuerdo, el de siempre, el que no cambia, el que no pasa, el de ayer. "?En qu¨¦ est¨¢s pensando, M¨¦xico? ?A qui¨¦n quieres para quererlo? ?A qui¨¦n odias para odiarlo?" Inescrutable. Ni una palabra. Jam¨¢s me contest¨®. Entonces aprend¨ª a callar. Y han pasado cuarenta a?os desde esa noche en el Tenampa y ese amanecer en ese hotelito de la calle de Isabel la Cat¨®lica y esa ma?ana soleada, y me fui quedando, quedando, quedando, y aqu¨ª he escrito todos mis libros y hoy me piden que hable, pero como M¨¦xico calla, yo tampoco pienso hablar. S¨®lo para decirles que me siguen resonando en el alma unas canciones.
Yo digo que la muerte no es tan terrible como se cree. Ha de ser como un sue?o sin sue?os, del cual simplemente no despertamos. Yo no la pienso llamar. Pero cuando llegue y llame a mi puerta, con gusto le abro.
Nadie tiene la obligaci¨®n de hacer el bien, todos tenemos la obligaci¨®n de no hacer el mal. Y diez mandamientos son muchos, con tres basta:
Uno, no te reproduzcas que no tienes derecho, nadie te lo dio; no le hagas a otro el mal que te hicieron a ti sac¨¢ndote de la paz de la nada, a la que tarde que temprano tendr¨¢s que volver, comido por los gusanos o las llamas.
Dos, respeta a los animales que tengan un sistema nervioso complejo, como las vacas y los cerdos, por el cual sienten el hambre, el dolor, la sed, el miedo, el terror cuando los acuchillan en los mataderos, como lo sentir¨ªas t¨², y que por lo tanto son tu pr¨®jimo. Qu¨ªtate la venda moral que te pusieron en los ojos desde ni?o y que hoy te impide percibir su tragedia y su dolor. Si Cristo no los vio, si no tuvo ni una palabra de amor por ellos, ni una sola (y b¨²scala en los evangelios a ver si est¨¢), despreoc¨²pate de Cristo, que ni siquiera existi¨®. Es un burdo mito. Nadie puede probar su existencia hist¨®rica, real. Tal vez aqu¨ª el cardenal Sandoval ??iguez...
Y tres, no votes. No te dejes enga?ar por los bribones de la democracia, y recuerda siempre que: que no hay servidores p¨²blicos sino aprovechadores p¨²blicos. Escoger al malo para evitar al peor es inmoral. No alcahuetees a ninguno de estos sinverg¨¹enzas con tu voto. Que el que llegue llegue respaldado por el viento y por el voto de su madre. Y si por la falta de tu voto, porque el d¨ªa de las elecciones no saliste a votar un tirano se apodera de tu pa¨ªs, ?m¨¢talo!
A Jorge Volpi le agradezco el dictamen tan generoso que ha le¨ªdo, y a Juan Cruz sus adjetivos. Querido Juan: ya s¨¦ que si hubieras tenido m¨¢s tiempo me habr¨ªas puesto m¨¢s, siquiera unos quinientos. No importa. Con los que me alcanzaste a dar me conformo.
Algunos amigos vinieron desde muy lejos a Guadalajara a acompa?arme. Me siento muy contento de estar hoy con ustedes en esta Feria tan hermosa, que pronto se llenar¨¢ de ni?os y de j¨®venes, y de haber vuelto a Jalisco, la tierra de Rulfo, donde los muertos hablan.

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