La complicidad del chiste

Da la impresi¨®n de que esta obra, como dividida en dos partes, en la que la primera destaca sobre la segunda, funciona como una acumulaci¨®n de chistes, unos con m¨¢s gracia que otros, fi¨¢ndolo casi todo a la supuesta carcajada que despiertan los cuentachistes de la tele, en un repertorio que mezcla el chiste porque s¨ª con las ocurrencias trascendentales a cuenta de las vicisitudes de la vida, que tambi¨¦n tienen su gracia.

El espect¨¢culo se ve c¨®modamente ante las risas de unos espectadores con ganas de diversi¨®n f¨¢cil, aunque en ocasiones llega a abrumar tanta ocurrencia. El texto, como casi todos los de Carles Alberola, es como una mezcla rara vez fusionada de hacer re¨ªr con las cosas serias y de seguir haciendo re¨ªr con las cosas como de risa, y en ese sentido su eficacia es notable.

La historia es simple: dos actores hablan de sus cosas en el camerino mientras se preparan para salir a escena, y a continuaci¨®n (abrigados por una afortunada escenograf¨ªa de Carles Alfaro) hacen como que comienza al fin la funci¨®n, una funci¨®n dedicada en su mayor parte a hacer bromas m¨¢s o menos sangrientas sobre diversos aspectos (horrorosos) de la Valencia actual. Aqu¨ª el p¨²blico a sala llena r¨ªe con ganas, como si nadie hubiera votado a los populares.

La interpretaci¨®n de Carles Alberola y Alfred Pic¨® es la acostumbrada en ellos en estos prop¨®sitos: mucho gui?o al espectador, mucho alarde de expresi¨®n como de cine mudo m¨¢s que de mimos de Lecoq, mucha prisa por dejar claro cuanto antes de qu¨¦ va el asunto. Lo consiguen sobradamente.