Chagall en un mundo de f¨¢bula
En su 125? aniversario, una exposici¨®n en el Thyssen y la reedici¨®n de su autobiograf¨ªa recuerdan al pintor "Nadie en su generaci¨®n fue tan sabio y libre en la exploraci¨®n del color como emoci¨®n", escribe Alberto Coraz¨®n
En el centro del lienzo, una muchacha vestida toda de blanco, ensimismada, en su mano derecha un abanico azul, se abandona al abrazo de su amado. Un ser rojo con alas flota encima de ellos. No es un p¨¢jaro ni un ¨¢ngel, y m¨¢s abajo un ¨¢rbol, un frutal parece, con golpes naranjas, otros violetas, tambi¨¦n verde veron¨¦s. Y verde cinabrio. Y verde ¨®xido de cromo, y tambi¨¦n verde brillante. El tronco del ¨¢rbol es primero ocre y luego, tierra de Siena. Hay algo tan natural como extra?o, la cabeza del amante es de una cabra, en la que el amarillo cadmio, apasionado, absorbe el rojo n¨¢poles de la joven. Una escena de plenitud sosegada, absoluta.
Toda la pintura de Chagall. Es esta una extraordinaria muestra doble, en el Museo Thyssen-Bornemisza y en la Caja de las Alhajas de la Fundaci¨®n Caja Madrid, que nadie beber¨ªa perderse.
Est¨¢ impregnada de este suave misterio que no est¨¢ pidiendo explicaciones sino rogando que participemos de ¨¦l. Compasi¨®n. Que le acompa?emos.
Nada es real. Pero eso nada importa porque, algo mucho mejor, lo que nos ofrece es enigm¨¢ticamente veros¨ªmil. Y de una extraordinaria belleza.
Ning¨²n pintor de su generaci¨®n, y es la generaci¨®n de la exaltaci¨®n del color, ha sido tan sabio, y sensible, y libre, en la exploraci¨®n del color como emoci¨®n.
Chagall nace, y aprende a mirar la vida, en un peque?o pueblo ruso, Vitebsk, a finales del siglo XIX. Destinado a ser un modesto agricultor, logra saltar barreras y conseguir una beca para ir a San Petersburgo. Y ser aceptado en la escuela de la Sociedad Imperial para el Fomento de las Artes. Tiene 19 a?os y una determinaci¨®n tozuda, de campesino, con la que logra salir de aquel ambiente y conseguir ayudas para ir a Par¨ªs. Y all¨ª se produce la eclosi¨®n, ha encontrado un espacio parad¨®jicamente lejano, en el que su mundo es posible.
Su ¨²nica ambici¨®n es hacer crecer su pintura. Y ha encontrado el lugar. Cendras, Apollinaire, Max Jacobs, L¨¦ger¡ son sus padrinos. Expone todos los a?os en el Sal¨®n de Oto?o y en Berl¨ªn tienen una importante exposici¨®n en la galer¨ªa fundacional del Der Sturm.
En Rusia la revoluci¨®n bolchevique triunfa y Chagall siente que tiene un compromiso con su gente. Regresa a San Petersburgo y se alista en el ej¨¦rcito. Vuelve a su pueblo, Vitebsk, se casa con Bella y poco despu¨¦s es nombrado Comisario de Bellas Artes. Funda la Academia e invita como profesores a Lissitsky y Malevich.
Ense?a dibujo en las colonias de hu¨¦rfanos de la guerra, y esa experiencia le marcar¨¢. El dibujo era el modo de penetrar, de ¡°abrir la puerta¡± al color, que es el soporte ¡°de lo espiritual¡±.
Desencantado del rumbo que est¨¢ tomando la revoluci¨®n con las artes, decide regresar a Par¨ªs.
El dibujo es solo el punto de partida, les hab¨ªa explicado a sus alumnos. Eso son sus pinturas. El dibujo marca los contornos pero el asunto b¨¢sico se debate en el interior del trazo, con el color. Que es pura materia, pura sensualidad. Una respuesta emocional, gestual, a las geometr¨ªas del cubismo. Incluso en sus grabados el trazo est¨¢ empastado, como si dibujase no con grafito sino con una brocha.
El mundo de Chagall hay que leerlo como una f¨¢bula, y la f¨¢bula es siempre circular, repetitiva, una liturgia. En la que siempre suceden cosas. No hay que interpretar. Basta escuchar. Geroglifos transparentes, un asno, un carro, el sol, una muchacha y un m¨²sico, ramos de flores imposibles y seres que vuelan, casas, y cabras¡
¡°Nac¨ª muerto. No quise vivir¡±. De este modo enigm¨¢tico comienza Chagall su autobiograf¨ªa. El libro Mi vida, el ¨²nico libro que escribi¨® y que ahora reedita El Acantilado. Desde su propio nacimiento Chagall, del que ahora se cumplen 125 a?os, hace de su vida una alegor¨ªa, contradictoria entre lo que realmente ve y lo que sucede alrededor. Parece estar en un cautivo estado de vigilia. La dureza de la infancia no parece haber dejado huella en sus sentimientos. Debi¨® vivir aquellos a?os en un permanente asombro, que nutri¨® el resto de su existencia. El mundo que pinta a lo largo de toda su vida es la reverberaci¨®n del mundo de Vitebsk almacenado en su memoria.
Estado de vigilia. Con 35 a?os, Marc abandona Rusia, donde nunca volver¨¢. Y muere a los 98. Durante todo este tiempo est¨¢ enfrascado en una especie de gigantesco mosaico, que es como ver su obra en su conjunto. Un mosaico en el que cada tesela nos reenv¨ªa sistem¨¢ticamente a la mirada en vigilia de un muchacho en una perdida aldea rusa.
Vive en Par¨ªs, m¨¢s tarde en Nueva York, de all¨ª a Palestina y luego M¨¦xico. Algunas estancias en Grecia y en Chicago, hasta que casi con 80 a?os se instala definitivamente en los alrededores de Niza. Gentes, paisajes, idiomas, nada aparece reflejado en sus pinturas. Que se muestran como secuencias de un relato sin tiempo, anacr¨®nico. Igual sucede con los colores, una misma paleta, omn¨ªvora eso si, para una larga vida.
La escena siempre ba?ada por una luz que no arroja sombras, como esos instantes en los que el tr¨¢nsito del d¨ªa a la noche y de la noche al d¨ªa es el mismo momento ¨²nico. En su mayor¨ªa parecen escenas nocturnas, pero si miramos detenidamente, descubrimos que es solo un recurso equ¨ªvoco para conseguir algo de penumbra, contra cielos luminosos, azul ultramar, azul brillante, lapisl¨¢zuli que solo se obten¨ªa en las minas de Afganist¨¢n.
Inmediatez, precisi¨®n, nada que ver con el car¨¢cter evasivo de los sue?os. Ni con el barullo surrealista.
Marc Chagall, como Paul Klee, son creadores al margen de los diagramas geneal¨®gicos del arte del siglo XX. Gentes que hacen visible lo que no vemos. Artistas que proyectan una sombra silenciosa pero incesante. Sin Chagall no puede entenderse el expresionismo alem¨¢n de posguerra ni la transvanguardia italiana.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.