Topicazos
Siempre me pregunt¨¦ por qu¨¦ la excepci¨®n confirma la regla. Me parec¨ªa (y me parece) que una regla sin excepciones es mucho m¨¢s inatacable que otra que tiene alguna¡ o muchas. ?Diremos acaso que cuantas m¨¢s excepciones tenga una regla, tanto mejor confirmada est¨¢? Siguiendo por ah¨ª, resultar¨¢ que la regla m¨¢s acorazada es aquella que s¨®lo cuenta con casos adversos¡ Pero me callaba mis reservas, cuando o¨ªa a gente de lo m¨¢s respetable asegurar con un cabeceo sentencioso: ¡°ya sabes lo que dicen, la excepci¨®n confirma la regla¡±. Y yo, para mis adentros: ?qui¨¦n ech¨® a rodar ese axioma rid¨ªculo? ?y por qu¨¦? Hasta que, gracias al impagable Diccionario del diablo, de Ambrose Bierce, descubr¨ª que lo que parec¨ªa un error y una bobada era, ?oh, sorpresa!, un error y una bobada. Hay un dicho latino que establece exceptio probat regulam, es decir ¡°la excepci¨®n pone a prueba ¡ªo compromete¡ª la regla¡±. Alg¨²n tontaina tradujo mal hace siglos probat como ¡°comprueba, confirma¡± y la rutina convirti¨® su ignorancia en sabidur¨ªa popular. Que seguimos repitiendo, tan orondos.
No es ni mucho menos un caso ¨²nico. Las frases hechas con las que todos aliviamos frecuentemente el esfuerzo y hasta el compromiso de pensar son pr¨®tesis verbales ¡ªni siquiera intelectuales¡ª de nuestra indolencia conformista. A veces expresan vulgaridades, otras errores y en bastantes ocasiones horrores. Lo que decimos con ellas pretendemos que sea inatacable, porque la costumbre las ha hecho venerables, cuando en realidad suelen ser injustificables excusas para no argumentar. En el mejor de los casos enmascaran nuestra indolencia mental pero frecuentemente sirven de amparo a cobard¨ªas o apa?os a¨²n peores. Y bien mirado produce escalofr¨ªos que est¨¦n con tanta frecuencia no solo en boca de quienes charlan a la hora del aperitivo, sino tambi¨¦n de los que opinan en medios de comunicaci¨®n o de los l¨ªderes pol¨ªticos.
En su d¨ªa, con humor y malicia, Flaubert o Leon Bloy hicieron su disecci¨®n desmitificadora de muchos lugares comunes. Pero era urgente intentar hoy algo semejante, aunque fuese en tono menos sarc¨¢stico, con los que ahora se repiten m¨¢s frecuentemente. Para desmenuzar la inconsistencia de lo que dicen pero sobre todo para denunciar el peligro de lo que callan. A ello se ha dedicado con paciencia y perspicacia Aurelio Arteta en su ¨²ltimo libro Tantos tontos t¨®picos (Ariel). El libro se divide en dos partes: la primera se dedica a desmenuzar sin misericordia los t¨®picos de implicaciones m¨¢s estrictamente morales (o sea que tratan de nuestras valoraciones gen¨¦ricas habituales), con algunos tan sobados y dominantes como ¡°s¨¦ tu mismo¡±, ¡°no debemos juzgar a nadie¡±, ¡°la vida es el valor supremo¡±, ¡°respeto sus ideas, pero no las comparto¡± o ¡°todos somos culpables¡±. La segunda parte se centra en aquellos lugares comunes de uso m¨¢s habitual en pol¨ªtica: ¡°al enemigo ni agua¡±, ¡°con la violencia no se consigue nada¡±, ¡°estoy en mi perfecto derecho¡±, ¡°debemos recuperar nuestra lengua¡±, etc¡ De especial inter¨¦s actual es el que cierra el libro, ¡°todos queremos la paz¡±. Y tambi¨¦n para quienes se empe?an en escandalizarse por la difunta Educaci¨®n para la Ciudadan¨ªa puede ser ¨²til la reflexi¨®n sobre el lema ¡°no hay que adoctrinar a la ciudadan¨ªa¡±.
El libro de Arteta no reh¨²ye la pol¨¦mica, todo lo contrario. Precisamente eso es lo que reprocha a los lugares comunes de que trata: que se ofrezcan como muletillas axiom¨¢ticas que zanjan con su simplicidad debates fundamentales en cuyos meandros argumentales no quieren implicarse. Cada uno de ellos encierra sin duda una parte razonable, pero su utilizaci¨®n totalizante est¨¢ destinada a paralizar la discusi¨®n (¡°?no me ir¨¢ usted a negar que¡?¡±) en lugar de a favorecerla. En esta obra el lector se ve a cada paso retado por el an¨¢lisis del autor, que no pretende ser compartido acr¨ªticamente sino estimular la reflexi¨®n: es decir, pasar de lo confortablemente cerrado a lo inc¨®modamente abierto y as¨ª dar paso al ejercicio del pensamiento bloqueado.
Babelia
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