No todos los fil¨®sofos matan a su mujer
Louis Althusser, ¨²ltimo resistente ideol¨®gico del marxismo, repiti¨® con su esposa el mismo tormento que su padre ejerci¨® con su madre, aunque la muerte de H¨¦l¨¨ne sirvi¨® tambi¨¦n como s¨ªmbolo de la violencia de una doctrina a punto de perecer
?En su momento este terrible suceso se interpret¨® como el s¨ªmbolo de la ca¨ªda moral de una ideolog¨ªa. En la ma?ana brumosa y melanc¨®lica del domingo 16 de noviembre de 1980, en un apartamento de la Escuela Normal Superior, de la calle Ulm, de Par¨ªs, un fil¨®sofo de referencia, reconocido en todo el mundo, el ¨²ltimo resistente ideol¨®gico del marxismo, estrangul¨® a su mujer al pie de la cama. El imperio sovi¨¦tico era ya en esos a?os un baluarte carcomido en una fase de estancamiento que precedi¨® a la bancarrota. En plena guerra fr¨ªa los intelectuales franceses de izquierdas, escandalizados por la corrupci¨®n, por los cr¨ªmenes estalinistas salidos a la luz o por haber superado una doctrina que cre¨ªan periclitada, comenzaron a desertar, pero Louis Althusser resist¨ªa. Su pensamiento cr¨ªtico trabajaba en dar salida y adaptar la filosof¨ªa de Marx al nuevo esp¨ªritu de la ¨¦poca. Lenin y la filosof¨ªa. Para leer El Capital. Curso de filosof¨ªa para cient¨ªficos, estos libros estaban en la biblioteca de cualquier universitario progresista.
Hab¨ªa nacido en Birmandr¨¦is, Argelia, en 1918. Sus primeros recuerdos eran de unos cerros lejos de la ciudad donde su abuelo materno, Pierre Berger, ejerc¨ªa de guarda forestal, solo con su mujer y dos hijas, Lucienne y Juliette. Desde aquellas alturas se ve¨ªa el mar y la vida era feliz y salvaje. Sobre aquella naturaleza tan limpia comenz¨® a desarrollarse esta turbia historia.
La familia Althusser ten¨ªa dos hijos, Louis y Charles. Lo domingos sol¨ªa subir hasta la caba?a forestal de su amigo Pierre para que los ni?os jugaran con las ni?as, mucho m¨¢s peque?as. Hab¨ªa gigantescos eucaliptos, un estanque, perros y caballos, limoneros y naranjos. Eran cuatro, siempre iban los cuatros ni?os juntos, crecieron juntos y llegado el momento los padres decidieron casarlos, Louis con Lucienne y Charles con Juliette, pero antes sobrevino la Gran Guerra y los dos hermanos Althusser fueron alistados y marcharon al frente, uno de aviador, otro de artillero.
En 1917 la joven Lucienne ejerc¨ªa el oficio de maestra en una escuela cerca del parque Galland en la ciudad de Argel cuando Charles regres¨® del frente con un mes de permiso y trajo la aciaga noticia de que su hermano Louis hab¨ªa muerto en los cielos de Verd¨²n, abatido su aeroplano durante una maniobra de observaci¨®n. Lucienne qued¨® trastornada, pero Charles la llev¨® aparte a un rinc¨®n oscuro de un jard¨ªn y le propuso ocupar en su coraz¨®n el puesto de su hermano. Era guapa y deseable. En medio de una gran zozobra ella acept¨® sustituirlo por su prometido y la ceremonia religiosa del casamiento se celebr¨® en febrero de 1918, como un apa?o entre las familias.
Seg¨²n propia confesi¨®n, Lucienne se sinti¨® violada en la noche de bodas, luego fue humillada con las juergas de su marido en las que dilapid¨® todos sus ahorros de maestra y luego supo que compart¨ªa su irrefrenable impulso sexual con una amante llamada Louise. El artillero Charles parti¨® de nuevo hacia el frente dejando a su esposa violada, robada y trastornada. De esa convulsi¨®n naci¨® el primog¨¦nito al que impusieron el nombre de Louis en recuerdo del que pudo haber sido su padre, un nombre que a Althusser le causaba horror, puesto que lo llev¨® siempre inscrito como una marca siniestra en el subconsciente, unida a la imagen de una madre m¨¢rtir que le sangraba como una herida.
La figura del padre, un tipo alto, fuerte, autoritario, con un rev¨®lver disponible en el caj¨®n de la mesa del despacho, profundamente sensual, devorador de carne sangrante en la mesa, comenz¨® a imponerse en la conciencia de su hijo Louis hasta anularlo. Muchos a?os despu¨¦s, a la hora de purgar la responsabilidad de haber estrangulado a su esposa H¨¦l¨¨ne, confesar¨ªa que, tal vez, en el fondo de su culpa estaba la traslaci¨®n que su progenitor hab¨ªa operado en su delirio.
Louis Althusser era un buen estudiante. Su padre estaba orgulloso de ¨¦l y al mismo tiempo lo ten¨ªa aterrorizado. Cuando en 1929 consigui¨® una beca le pregunt¨® qu¨¦ regalo quer¨ªa. ¡°Una carabina¡± ¡ªrespondi¨® el aprendiz de fil¨®sofo pensando en complacerle¡ª. El subconsciente funcion¨®. Un d¨ªa tuvo la idea de jugar a matarse con ese arma. La apunt¨® contra su vientre creyendo que estaba descargada. Iba a apretar el gatillo, pero, de pronto, desisti¨® y luego comprob¨® que ten¨ªa una bala en la rec¨¢mara sin saber qui¨¦n la hab¨ªa metido all¨ª. Aquel d¨ªa comenz¨® a pensar por primera vez, lleno de p¨¢nico, que su padre deseaba su muerte porque hab¨ªa descubierto sus tendencias homosexuales.
El odio que el fil¨®sofo Althusser profes¨® a su padre a lo largo de toda su vida se deb¨ªa al doble martirio que hab¨ªa infligido a su madre, violarla en el lecho por las noches y humillarla en p¨²blico al galantear con sus amigas. Hab¨ªa dejado a Lucienne el hogar y los hijos, para ¨¦l se hab¨ªa reservado el trabajo, el dinero y el mundo exterior.
Llegado el tiempo cuando Althusser ya era un ser mis¨¢ntropo y paranoico, sobre este sustrato vital entr¨® la figura de su mujer H¨¦l¨¨ne, condenada a soportar sus continuas depresiones. El martirio de su esposa se sobrepuso al de su madre. Se estaba repitiendo la historia. Frente al ¨¦xito intelectual del fil¨®sofo reconocido en todo el mundo, H¨¦l¨¨ne viv¨ªa condenada a un segundo plano, nadie preguntaba por ella, para los devotos y admiradores de su marido ella no exist¨ªa. El hecho de que todas las llamadas fueran para ¨¦l y ninguna para su mujer el fil¨®sofo lo llevaba como un suplicio entre la compasi¨®n y el desprecio. No obstante era H¨¦l¨¨ne la que lo llevaba al hospital, la que atend¨ªa a todas sus necesidades diarias mientras ¨¦l sent¨ªa que estaba reproduciendo con su mujer el mismo tormento que su padre hab¨ªa ejercido con su madre.
As¨ª transcurrieron los hechos, seg¨²n propia confesi¨®n ante la polic¨ªa, aquella brumosa y melanc¨®lica ma?ana del domingo 16 de noviembre de 1980. De pronto Louis Althusser se ve levantado en bata en su apartamento de la ?cole Normale; eran las nueve de la ma?ana y en la ventana alta se filtraba una luz gris a trav¨¦s de unas cortinas viejas. Frente a ¨¦l est¨¢ su esposa tumbada de espaldas, tambi¨¦n en bata, y sus caderas reposan sobre el borde de la cama y las piernas abandonadas le llegan hasta el suelo. El fil¨®sofo arrodillado ante ella se inclina sobre su cuerpo, le da un masaje en el cuello en silencio, como anteriormente le hab¨ªa dado masajes en la nuca, en la espalda y en los ri?ones, una pr¨¢ctica que hab¨ªa aprendido en el cautiverio nazi. Pero esta vez apoy¨® los dos pulgares en el hueco de la carne que bordea el alto del estern¨®n y los llev¨® hacia la zona m¨¢s dura encima de las orejas. El masaje le da una gran fatiga. El rostro de su mujer est¨¢ inm¨®vil y sereno, con los ojos abiertos mirando el techo. Y de pronto, al fil¨®sofo le invade el terror, los ojos de H¨¦l¨¨ne est¨¢n fijos y su lengua reposa entre sus dientes y sus labios. Ha estrangulado a su mujer. Lleno de p¨¢nico atraviesa los espacios desiertos de la ?cole Normale gritando en busca de un m¨¦dico.
Durante los diez a?os siguientes, mientras Louis Althusser, declarado no culpable, pas¨® por diversos psiqui¨¢tricos, el universo comunista entr¨® en barrena. El intelectual resistente que hab¨ªa establecido las nuevas bases te¨®ricas del marxismo muri¨® en 1990, un a?o despu¨¦s de la ca¨ªda del muro de Berl¨ªn, pero en realidad el hecho de que el fil¨®sofo marxista de guardia estrangulara a su mujer fue tomado como el s¨ªmbolo de la violencia de una doctrina que ya estaba a punto de perecer a manos de la nueva filosof¨ªa.
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