'Vivir de la m¨²sica'
Ofrecemos un segundo fragmento del libro 'Ganarse la vida' (Galaxia Gutenberg) El extracto de hoy versa sobre ganarse la vida con la m¨²sica y es obra de Antonio Gallego
Mi maestro Federico Sope?a sol¨ªa afirmar que la m¨²sica ten¨ªa tres principales salidas en Espa?a; y, tras una pausa dram¨¢tica, a?ad¨ªa: ?Por tierra, por mar y por aire?. Mi madre, que luch¨® cuanto pudo para impedir que yo, su hijo mayor, me dedicara a ese oficio, a?ad¨ªa el cuarto elemento tradicional, ya que consideraba a los m¨²sicos que ella conoc¨ªa en indudable camino hacia los fuegos del averno. Creo que ambos exageraban un poco. La pr¨¢ctica de la m¨²sica ha sido, es y ser¨¢ un medio de ganarse la vida como otro cualquiera, pero con algunos matices propios.
I
En primer lugar, habr¨ªa que distinguir diversos oficios relacionados con la m¨²sica: entre ellos, est¨¢ en primer lugar el de compositor (el creador de obras musicales); luego, el de int¨¦rprete (el que hace o¨ªr las obras al oyente, cantando, ta?endo o dirigiendo a otros; a veces lo ha sido el propio compositor); y tras ellos, todos los dem¨¢s: el de profesor (el que ense?a el oficio a otros; a veces lo han sido compositores o int¨¦rpretes); el de investigador de la teor¨ªa o de la historia de
la m¨²sica, o simplemente el que escribe sobre estos temas (desde el historicismo del siglo xix, el music¨®logo: tambi¨¦n lo han sido a veces compositores, int¨¦rpretes y, muy a menudo, profesores; aunque hay que contar con los escritores aficionados, incluso con los que quieren parecerse a los music¨®logos profesionales pero no pasan de ser meros music¨®grafos); el de cr¨ªtico musical (quien ejerce la cr¨ªtica de actualidad en la prensa peri¨®dica, aunque a veces pueda ser asimilado al que hace musicolog¨ªa cr¨ªtica o, las m¨¢s de las veces, al simple music¨®grafo); el de fabricante de instrumentos (organero, guitarrero, luthier, por ejemplo); el de copista, editor y/o vendedor de m¨²sica tanto impresa como manuscrita; el de organizador (el que dirige un ciclo de conciertos); el de representante (quien lleva los asuntos de un compositor o int¨¦rprete); o el de gestor (quien dirige una sala de conciertos, o un teatro de ¨®pera, por ejemplo); sin olvidar a los altos cargos de la Administraci¨®n que, m¨¢s o menos coyunturalmente, tienen algo que ver con la m¨²sica, quienes a los tres meses de ser nombrados suelen creerse una mezcla-fusi¨®n entre Pit¨¢goras y Barenboim: creen que lo saben todo, y as¨ª se comportan.
Son muchos, pues, los posibles oficios m¨²sicos, cuya enumeraci¨®n no he tratado de agotar en esta somera relaci¨®n, y sus maneras de ganarse la vida tienen notables diferencias, tanto en objetivos como en resultados; unos pueden terminar haci¨¦ndose ricos, otros no saldr¨¢n (no saldremos)
nunca de un discreto pasar. Si los comparamos con los oficios literarios o con los del resto de las bellas artes, el ¨²nico verdaderamente distintivo en m¨²sica es el de int¨¦rprete, que no suele ser necesario en las letras o en las artes del dise?o, aunque no del todo; en el caso del teatro representado, ser¨ªa similar al actor, y no creo necesario insistir en las evidentes conexiones cuando se trata de teatro musical; tambi¨¦n en las artes del espacio se ha hablado de algo parecido cuando se trata del grabado de reproducci¨®n, es decir, de aquellas estampas en las que un dibujante primero y un calc¨®grafo, xil¨®grafo o lit¨®grafo despu¨¦s, reproduc¨ªan lo m¨¢s fielmente posible un lienzo, a veces un monumento, escult¨®rico o arquitect¨®nico.
Y no hace mucho le¨ªa unas declaraciones de Joan Margarit a prop¨®sito de su ¨²ltimo poemario en las que afirmaba que ?el buen poema es una partitura. El lector de poes¨ªa no es el oyente de un concierto, es como el m¨²sico que interpreta esa partitura?, afirmaciones que hab¨ªa realizado con m¨¢s detalle en su paso por el ciclo de ?Po¨¦tica y Poes¨ªa? en la Fundaci¨®n Juan March.
Lo que para los que leemos poes¨ªa habitualmente no deja de ser muy halagador, pero poco m¨¢s.
II
En segundo lugar, la pr¨¢ctica de la m¨²sica tiene afinidades pero tambi¨¦n notables diferencias respecto a la de las otras ?bellas artes?. Para empezar, mientras que la m¨²sica fue desde la Antig¨¹edad una de las artes liberales (tambi¨¦n lo fueron las letras), las artes del dise?o no, y sus partidarios sostuvieron durante siglos una dura batalla para su reconocimiento como tal. Como consecuencia, la m¨²sica te¨®rica estuvo en los claustros universitarios, y la pintura, la
escultura, la arquitectura, o los dos grabados, etc., no lo estaban. La creaci¨®n de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando en el siglo xviii fue parte de esa lucha, y por eso la Academia tuvo en sus comienzos y hasta el primer tercio del siglo xix funciones docentes; y eso explica tambi¨¦n que la m¨²sica tardara m¨¢s de un siglo en incorporarse a la Academia, lo que sucedi¨® en tiempos de la primera Rep¨²blica (en realidad, no necesitaba ese ?reconocimiento ?). El que a d¨ªa de hoy la situaci¨®n se haya invertido, es decir, que la m¨²sica en su conjunto no est¨¦ a¨²n en la
Universidad espa?ola mientras que las otras Nobles Artes s¨ª, es simplemente un claro testimonio y uno de los s¨ªntomas de la ?incultura? de nuestro tiempo, y de la de los ministros y altos funcionarios del ramo en especial. Veamos este asunto un poco m¨¢s despacio.
En el primer siglo de nuestra era, y entre los neoestoicos romanos, un autor an¨®nimo escribi¨® en griego un tratadito dialogado sobre la adquisici¨®n de la verdadera sabidur¨ªa. El peque?o escrito fue pronto err¨®neamente atribuido a uno de los disc¨ªpulos de S¨®crates, y como el di¨¢logo entre un forastero y un anciano sabio se desarrollaba ante una pintura sobre tabla con escenas un poco enigm¨¢ticas recibi¨® el nombre de la Tabla de Cebes. Fue m¨²ltiples veces copiado y, a la
llegada de la imprenta, reiteradamente editado porque, junto al Manual o Enchiridi¨®n de Epicteto, sirvi¨® no solo para inculcar ideas estoicas en la Europa del Renacimiento y del Barroco, sino como material did¨¢ctico para el aprendizaje de las lenguas cl¨¢sicas. En la Espa?a del siglo xvi hubo hasta
cuatro ediciones y ahora utilizar¨¦ una de las del siglo xvii, la de mi paisano de la Vera el ilustre catedr¨¢tico salmantino Gonzalo Correas (probablemente m¨¢s conocido por su famosa colecci¨®n de refranes).
No son muchas las m¨²sicas que en este severo tratadito dialogado podemos escuchar, como ya se imaginan. Pero haberlas, las hay. He aqu¨ª la principal:
Extranjero. ¨CY estos hombres que andan de una parte a otra dentro del cercado ?qui¨¦nes son?
Viejo. ¨CLos amadores, dijo, de la Falsa Doctrina, enga?ados, y que piensan que tratan con la Verdadera Doctrina.
E. ¨C ?Y c¨®mo se llaman estos?
V. ¨C Unos, dijo, Poetas y otros Ret¨®ricos, y otros Dial¨¦[c]ticos, y otros M¨²sicos, y otros Ari[t]m¨¦ticos, y otros Ge¨®metras, y otros Astr¨®logos, y otros epic¨²r[e]os, y otros peripat¨¦ticos, y otros cr¨ªticos, y todos los otros que son semejantes a estos.
Adem¨¢s de poetas, epic¨²reos y peripat¨¦ticos, los siete tipos restantes responden a la antigua tradici¨®n de las siete artes liberales: Ret¨®rica, Dial¨¦ctica (o L¨®gica) y Cr¨ªtica (o Gram¨¢tica) formaban el Trivium; Aritm¨¦tica, Geometr¨ªa, M¨²sica y Astrolog¨ªa formaban el Quadrivium. As¨ª puede leerse, a¨²n en letras hisp¨¢nicas medievales como las Etimolog¨ªas de San Isidoro, y todav¨ªa en La Arcadia de Lope (1598), o en la Rep¨²blica literaria de Diego Saavedra Fajardo ya en el siglo xvii, a lo que me referir¨¦ ahora. Es curioso que en algunas traducciones modernas, por causa del manuscrito o edici¨®n que trasladan, hayan desaparecido los m¨²sicos de esta relaci¨®n de la Tabla, pues queda claramente incompleto el recuento. No as¨ª en las de Ambrosio de Morales ni en la de Pedro Sim¨®n Abril (ambas en 1586, en C¨®rdoba y en Zaragoza respectivamente).
Tambi¨¦n desaparecieron, y es l¨¢stima, de la explicaci¨®n que sobre todo lo anterior ofreci¨® a sus lectores Correas en la nota 5:
Dial¨¦[c]ticos son los que estudian la Dial¨¦[c]tica, arte o ciencia de arg¨¹ir y disputar, la facultad que vulgarmente llaman Artes. Ari[t]m¨¦ticos, los que tratan el arte de contar. Ge¨®metras, pronunciando
Xe¨®metras, los medidores de tierras. Epic¨²r[e]os, los que siguieron a Epicuro, que puso la felicidad en el deleite, y entendi¨¦ndolo ¨¦l del animo, se lo interpret¨® el vulgo por deleite corporal; en el griego est¨¢ Hedonikoi, que es lo mismo que deliciosos, o deleitables, los que tratan de la dulzura, deleite y suavidad de vivir: en romance ya epic¨²r[e]o es recibido por glot¨®n y comedor. Peripat¨¦ticos fueron y se llamaron los secuaces
de Arist¨®teles, que ense?aban paseando, y v¨ªnoles el nombre de Peripateo, pasear, y el lugar Peripatos. Cr¨ªticos son los que juzgan; y ans¨ª llaman en este tiempo a los grandes humanistas, que juzgan de los libros, si est¨¢n fieles o errados, si son buenos o malos, y los [a]notan y enmiendan; y por burla llaman cr¨ªticos a los que saben poco y se precian de saber y [de] lenguaje culto y pulido a su parecer, siendo malo y confuso. Estos son ordinariamente mocitos pisaverdes de no cerrada mollera, que pican en Poetas.
Correas soslaya en su comentario no ya la descripci¨®n del oficio de m¨²sico, tal vez por demasiado obvia, sino y sobre todo su juicio sobre ellos. ?Eran tambi¨¦n los m¨²sicos, como los malos cr¨ªticos, ?mocitos pisaverdes de no cerrada mollera?? ?Lo eran solo los ministriles y m¨²sicos m¨¢s o menos populares, o tambi¨¦n los maestros de capilla, los organistas o los catedr¨¢ticos de universidades como la de Salamanca? ?Los m¨²sicos pr¨¢cticos, que practicaban un arte mec¨¢nico, o tambi¨¦n los te¨®ricos, que estaban junto a los de las artes liberales?
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