Un siglo, una ciudad y una familia entre dos incendios
¡®Ahogada en llamas¡¯ es la quinta novela de Jes¨²s Ruiz Mantilla La obra convierte a Santander en un personaje como homenaje a "una ciudad ¨¦pica"
En una maniobra que tuvo m¨¢s de pericia que de milagro el avi¨®n consigui¨® atravesar la densa niebla que encapotaba ayer Santander y Jes¨²s Ruiz Mantilla pudo pisar su ciudad; las calles y escenarios por los que pasea desde el 3 de noviembre de 1965 y que ahora decoran como un personaje m¨¢s su quinta novela, Ahogada en llamas (Planeta). Una historia decimon¨®nica, con pellizcos de realismo m¨¢gico santanderino, atravesada por la ¨¦pica de Spielberg y espolvoreada con algo de Los Soprano y Mad Men, para narrar medio siglo de avatar de la familia de Diego Mart¨ªn, perteneciente a la burgues¨ªa de la ciudad. ¡°Es un intento de trascender y universalizar la historia de Santander, cuya literatura adolece de cierto localismo, y a la figura de Benito P¨¦rez Gald¨®s, que cre¨®, vivi¨®, se transform¨® y contribuy¨® a la literatura durante los 40 a?os que verane¨® aqu¨ª¡±, explicaba el escritor y periodista de EL PA?S.
Como en el libro, la historia de este recorrido comienza en el puerto de Santander donde a finales del siglo XIX, noviembre de 1893, estall¨® el Cabo Machichaco. Este barco procedente de Bilbao escond¨ªa en su gran panza de metal una carga ilegal de dinamita que determina con su certera y letal punter¨ªa el inicio tr¨¢gico de los Mart¨ªn. ¡°El trauma de este incendio ha marcado a la ciudad y a las generaciones venideras¡±, contaba el autor frente al monumento que recuerda a los 500 muertos de la mayor tragedia civil del siglo XIX en Espa?a. ¡°Mi perplejidad lleg¨® hace tres a?os cuando investigando me di cuenta de que nadie hab¨ªa escrito sobre el acontecimiento: s¨®lo exist¨ªa un breve, bonito y bien armado relato de Jos¨¦ Mar¨ªa de Pereda: Pach¨ªn Gonz¨¢lez¡±.
La sorpresa y la responsabilidad desembocaron en una novela capic¨²a, el cronista Mantilla escupe fuego sobre Santander con el Machicacho y la remata con el incendio del 41, reci¨¦n terminada la Guerra Civil. En este per¨ªodo, la familia Mart¨ªn asistir¨¢ a su destino para sorpresa del lector. ¡°Uno de los retos que me propuse al escribir la novela es que ning¨²n personaje empezara o acabara como se pod¨ªa esperar¡±, contaba Mantilla. ¡°Sienten, padecen, se transforman con coherencia, pero desde lo inesperado¡±. Diego, Rafael y Enrique, los tres hermanos de Ahogada en llamas, serpentean por la Alameda, la Plaza de Pombo y el paseo Pereida, donde est¨¢ la casa familiar y cuyos miradores son ¡°el testigo de la vida¡±, apuntaba Mantilla. Esa mirilla indiscreta a la cotidianidad de un espacio con dejes macondianos, donde las mujeres dar¨¢n la vez a esta terna y al patriarca en un devenir de pasiones, envidias, desesperanza y muerte.
Mantilla mira a su ciudad con la calma de un lugar que ha superado una historia tr¨¢gica
La residencia Mart¨ªn ser¨¢ tambi¨¦n el centro neur¨¢lgico desde que el autor dispara un rico universo de personajes secundarios. Mantilla ha tomado prestado el cat¨¢logo Tipos populares santanderinos de Rafael Guti¨¦rrez Colomer para decorar su novela de giros, maneras y costumbres que podr¨ªan recordar a los de Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez. ¡°Es un peque?o libro que Claudio Magris en su ¨²ltima visita a la Magdalena recuper¨® en El infinito viajar, una muestra del car¨¢cter maravilloso de estos personajes, tan esenciales para la novela¡±, dec¨ªa frente a un monumento a los raqueros. Esos pilluelos que se arrojaban con argucia, alevos¨ªa y picard¨ªa contra los barcos en busca de algo que llevarse a la boca.
El otro v¨¦rtice de Ahogada en llamas se encarama a la playa del Sardinero y re¨²ne tres localizaciones clave en la novela. La casa olvidada de Benito P¨¦rez Gald¨®s, San Quint¨ªn. Una villa que Mantilla recupera, aunque de original ya solo conserve la tapia, para reclamar el hueco entre Men¨¦ndez Pelayo y Pereda que el autor de Los episodios Nacionales nunca debi¨® perder en Santander. ¡°Representaba la tercera v¨ªa: la Espa?a dialogante y comprensiva, de la tolerancia y el respeto que siempre mostr¨® en sus tertulias con Men¨¦ndez Pelayo, representante del nacionalcatolicismo, y su competidor por el Nobel¡±, explicaba el escritor. ¡°Nunca hubieran soportado ver c¨®mo se desemboc¨® en la degeneraci¨®n absoluta durante la Guerra Civil que enfrent¨® en dos bandos a hermanos¡±.
El palacio de la Magdalena
Un poco m¨¢s arriba, el palacio de la Magdalena se erige en la novela como ¡°efigie del glamour de los veranos de Alfonso XIII y huella de los estragos bastardos del monarca con su particular derecho de pernada sobre mozas y camareras¡±. Y al frente, capeando las embestidas aleatorias del Cant¨¢brico, el faro, ¡°emblema de las atrocidades que ambos bandos cometieron durante la Guerra Civil¡±.
Mantilla ahora mira a su ciudad con la calma de un lugar que ha superado una historia tr¨¢gica. Con la serenidad de haber asumido su ¨¦pica. Ese territorio por el que pasearon Lorca y Pedro Salinas. Lugar de peregrinaci¨®n de la Instituci¨®n Libre de Ense?anza. Sede de una universidad con trascendencia internacional. Esquina de Espa?a que ocupa su imaginaci¨®n a la espera de que escampe tras la lluvia. Siempre tamizada por el agua caprichosa. ¡°La apisonadora de la propaganda de la dictadura ocult¨® una historia y una ciudad que alguien ten¨ªa que contar enorgulleci¨¦ndose¡±, conclu¨ªa el escritor antes de volver a subirse al avi¨®n.
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