La belleza instant¨¢nea
El nuevo Porsche 911 (unos 100.00 euros, 4 cilindros y hasta 400 caballos) apenas ha modificado la pureza de su dise?o exterior pero en su cuadro de mandos aparece como extraordinaria novedad un peque?o pulsor que se comporta a la manera del punto G en el quehacer del sexo.
Este dispositivo que apenas se ve tiene por misi¨®n hacer desaparecer una membrana aislante y permitir la escucha, dentro de la carlinga, del rugido del motor que hizo famoso y apasionado este modelo en las ediciones anteriores a 1997.
Por entonces no hab¨ªa reglas sobre contaminaci¨®n sonora ni patrullas de polic¨ªas para multar infracciones ecol¨®gicas por el estilo. Toda la imaginada testosterona del ¨®rgano motor brindaba la sensaci¨®n de un vibrante poder, rudo y masculino, poderoso y turbador.
Acaso no sea hoy posible mantener mucho tiempo conectado ese mando o climax sin arriesgarse a una multa de tr¨¢fico pero de cuando en cuando el conductor puede probar el regreso a la juventud de ese motor y al clamoroso atributo de esa m¨¢quina que, nacida en 1963, ni siquiera el type 991 ha conseguido superar en rendimiento.
El nuevo 911 pesa 40 kilos menos que su precedente y pasa de 0 a 100 kil¨®metros en 4 segundos. Pero, sobre todo, pasa en un solo instante desde su madurez a la fisonom¨ªa rugiente de su juventud inmortal.
As¨ª sucede en una parte de la industria del autom¨®vil pero este caso calca, no por casualidad, el proceso m¨¢s reciente en la evoluci¨®n general de la cosm¨¦tica. De hecho, pr¨¢cticamente todos los nuevos productos de belleza en forma de s¨¦rum o cremas a?aden a la promesa de sus efectos rejuvenecedores la exaltaci¨®n de su acci¨®n inmediata.
La instantaneidad en la desaparici¨®n de las manchas y rojeces, l¨ªneas de expresi¨®n y arrugas de la edad, junto a la reconquista del brillo y la expresi¨®n lozana sin rastros de estr¨¦s, es la base central de su oferta. Todos los posibles clientes, antes que elegir cualquier producto que, a la larga, procurar¨¢ resultados m¨¢s consistentes, prefieren aquel otro que opera de inmediato, broncea enseguida, embellece en segundos o, como el nuevo champ¨² de L'Or¨¦al consigue producir en el cabello, gracias a sus part¨ªculas perladas, un efecto gloss como antes se logr¨® para los labios.
La juventud retorna como en el Porsche 911 a una velocidad m¨¢s que ultras¨®nica y al cabo con una presencia en¨¦rgica que es, al cabo, lo que cuenta.
Contaba precisamente Michel Serres en una entrevista publicada en Lib¨¦ration en noviembre de 2011 que la verdadera raz¨®n por la que en los tiempos premodernos los c¨®nyuges hac¨ªan el amor sin desprenderse de los camisones, a oscuras y vali¨¦ndose de un orificio estrat¨¦gico en la prenda femenina, no era a causa de un mandato moral sino por imperativo de la fealdad carnal.
De hecho, los cuerpos soportaban desde muy pronto toda suerte de sevicias, se desdentaban, por ejemplo, a los 50 a?os y acarreaban sobre la piel toda clase de cicatrices, granos y p¨²stulas que no curaban nunca y trataban por ello de no dejarse ver.
La cosm¨¦tica aplicable en el trance de la circunstancia amorosa consist¨ªa no en el disimulo del estrago cr¨®nico sino en su ocultaci¨®n sin m¨¢s. La mirada no hallar¨ªa aquella carnalidad indeseable y el cuerpo entero, en consecuencia, se tapaba.
Todo lo contrario de la cosm¨¦tica que desde Sisle?a a Vichy, desde Clarins a Givenchy se ha propuesto devolver el esplendor, masculino o femenino, a la lozan¨ªa perdida. Se pulsa el dispensador y como en la activaci¨®n del punto m¨¢gico del flamante Porsche 911, regresa el vigor, la luminosidad y la juventud al cuerpo. Son tan solo pantallas, apariencias, pel¨ªculas finas, efectos especiales. Pero, ?qui¨¦n no ama desesperadamente el cine?
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