Frans Masereel: sin palabras
Un libro rescata la figura del autor que, a partir de postulados expresionistas e izquierdistas Se convirti¨® en el precursor de las novelas gr¨¢ficas sin texto
?Qu¨¦ uni¨® a gente tan variopinta como Thomas Mann, George Grosz, Stephen Zweig, Hermann Hesse, Art Spiegelman, Will Eisner o Romain Rolland? La pasi¨®n por la obra de Frans Masereel (Blankenberge, B¨¦lgica, 1889 ¨C Avi?¨®n, Francia, 1972), uno de los m¨¢s grandes creadores de su generaci¨®n ¡ªla de la primera y segunda d¨¦cadas del siglo XX¡ª a quien sin embargo la Historia (oficial) del Arte decidi¨® no reservarle una casilla de honor.
S¨ª lo har¨ªa, curiosamente, la Historia del C¨®mic, cuyos autores, manuales, clasificaciones y recordatorios han coincidido de manera recurrente en concederle todos los honores. Entre ellos, el de considerarle el precursor de un subg¨¦nero fascinante, incrustado all¨¢ en el cruce de caminos entre la literatura, el cine y la ilustraci¨®n: la llamada novela en im¨¢genes, a su vez inspiradora de las hoy muy en boga novelas gr¨¢ficas, aunque sin bocadillos de texto ni vi?etas al uso.
La reciente publicaci¨®n de La ciudad (N¨®rdica Libros), joya de misterio, angustia y precisi¨®n y una de las obras cumbre en la producci¨®n gr¨¢fica de Masereel, recupera la figura de este electr¨®n libre del mundo de la narraci¨®n a trav¨¦s de la imagen. A sus 36 a?os, este pacifista convencido, enamorado perdidamente de la obra de Goya y nacido en el seno de una acomodada familia de Gante, ya hab¨ªa firmado varias obras maestras: Mon livre d¡¯heures (1919), Un fait divers (1920) y Souvenirs de mon pays (1921), entre otros t¨ªtulos, aunque nada de ello, ni siquiera la relaci¨®n personal con artistas y escritores consagrados como Grosz o Mann, le hab¨ªan catapultado a la fama. En todas esas obras, pero de manera destacada en la escalofriante La cit¨¦ (La ciudad, 1925) Masereel bebe de las amargas fuentes tem¨¢ticas del expresionismo: angustia, soledad, miseria, rebeli¨®n, violencia, sexo, muerte. Tambi¨¦n de sus fuentes est¨¦ticas. Tanto, que Masereel podr¨ªa haber sido uno m¨¢s en las paredes de los abundantes museos y exposiciones a la mayor gloria de dioses del expresionismo alem¨¢n como Kirchner, Meidner, Pechstein o Heckel. Quiz¨¢ le falt¨® a Frans Masereel militar en las filas de movimientos serios como Die Br¨¹cke o Der Blaue Reiter en lugar de dedicarse a colaborar en peri¨®dicos de Ginebra y Par¨ªs y exhibir, a partir de los a?os treinta, una indisimulada fascinaci¨®n por el comunismo de los s¨®viets.
Pero el caso es que la dimensi¨®n de algunos de sus trabajos ¡ªy desde luego el escalofriante La ciudad¡ª nada tiene que envidiar, bien al contrario, a los de alguien como Ernst Ludwig Kirchner, quien, como ¨¦l, engrandeci¨® t¨¦cnicas como el grabado en madera o la xilograf¨ªa, aprendidas en el Par¨ªs de principios de siglo.
Un libro como La ciudad y, en general, la obra de Masereel, ha de ser enmarcada en el concepto de lo que el estadounidense Will Eisner, el creador de The Spirit, llam¨® en su d¨ªa el arte secuencial (El c¨®mic y el arte secuencial, libro de referencia para cualquiera que quiera entender por fin y para siempre la dimensi¨®n del c¨®mic como medio de expresi¨®n).
Tambi¨¦n ha de quedar constatada la clara influencia del cine mudo expresionista en la obra de Masereel: es imposible separar los grabados en madera ejecutados por Masereel para La ciudad con las im¨¢genes de pel¨ªculas como El gabinete del doctor Caligari, de Robert Wiene (1920) o el Nosferatu, de Murnau (1922). Por no hablar de la que sin duda observa unos paralelismos m¨¢s evidentes ya no con el estilo sino con la tem¨¢tica de este libro: Metr¨®polis, dirigida por Fritz Lang. Pero aqu¨ª habr¨ªa que hablar de influencias a la inversa: la legendaria sinfon¨ªa urbana de Lang fue rodada en 1927, es decir, dos a?os despu¨¦s de la publicaci¨®n de La ciudad y cuando las pinturas y los grabados de Kirchner eran ya unos cl¨¢sicos.
El hecho de que, por regla general, los libros de im¨¢genes de Masereel estuvieran vertebrados a raz¨®n de una obra por p¨¢gina, como si fueran fotogramas si se van pasando a toda velocidad, no hace m¨¢s que reforzar esa relaci¨®n de cercan¨ªa con el cine. No por casualidad, le preguntaron a Thomas Mann en 1919 cu¨¢l era la pel¨ªcula que m¨¢s le hab¨ªa impresionado hasta la fecha, y el autor de La monta?a m¨¢gica contest¨® que Mon libre d¡¯heures, de Frans Masereel¡ que no era ninguna pel¨ªcula sino un libro, un libro que el propio Mann acabar¨ªa prologando.
Due?o de un universo tan tenebroso como fiel a la realidad social y pol¨ªtica del per¨ªodo de entreguerras, y tan horrible como fascinante, Frans Masereel brinda en este libro, La ciudad, el desolador retrato de lo mejor y de lo peor de que es capaz el ser humano. Es, en ese sentido, un autor de una modernidad que no se agota.
No hay textos, para qu¨¦. Tan solo un dantesco blanco y negro para plasmar en toda su crudeza la violencia f¨ªsica y psicol¨®gica, la miseria frente a la opulencia, las putas bajo su yugo y las se?oronas bajo sus sombreros, y el holl¨ªn ti?endo de negro las f¨¢bricas y las ventanas de las casas de los pobres.
La ciudad seg¨²n Masereel tiene ya 87 a?os, pero sigue vigente. Es lo que, entre otras cosas, define a las obras maestras: la perdurabilidad de su discurso.
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