Damien Hirst pasa por el aro de la Tate Modern
El museo londinense alberga una gran retrospectiva de la obra de Damien Hirst Se espera un r¨¦cord de afluencia de visitantes gracias a los Juegos Ol¨ªmpicos
La Tate Modern exhibe desde este mi¨¦rcoles 4 de abril y hasta el 9 de septiembre un amplia retrospectiva de Damien Hirst, controvertido artista brit¨¢nico que cuando era joven proclam¨® que jam¨¢s exhibir¨ªa en ese templo brit¨¢nico del arte contempor¨¢neo. No es que Hirst sea viejo a sus 46 a?os, pero ya no es el chaval que se dej¨® fotografiar en una morgue posando con una inquietantemente p¨ªcara sonrisa junto a la cabeza seccionada de un hombre gordo y calvo de mediana edad. Una fotograf¨ªa que recibe al visitante en la primera sala de la muestra.
Tampoco es el rebelde que en 1991 cautiv¨® la atenci¨®n de galeristas e inversores con 'La imposibilidad d¨ªsica de la muerte en la mente de un ser vivo': un tibur¨®n nadando en un mar de formol en un contenedor, que ocupa el centro f¨ªsico y espiritual de la muestra.
Hirst es ahora un artista consagrado y las pol¨¦micas que le acompa?an no se refieren tanto a su obra o su personalidad como a la importancia que el dinero parece tener en su carrera. Tanta, que algunos apuntan que esta muestra es, sobre todo, una h¨¢bil maniobra comercial en la que todos ganan. El artista gana porque su presencia en la Tate va a generar una inmensa publicidad en un momento en el que algunos atisban un atascamiento de sus ventas y, casi peor, de su cotizaci¨®n en los mercados del arte. Un buen motivo para olvidar las viejas promesas de joven radical.
Y la Tate gana porque con esta muestra es muy probable que se lleve la medalla de oro de asistencia a las grandes muestras que Londres ofrece a los visitantes en el a?o de los Juegos Ol¨ªmpicos. Todo parece organizado con ese objetivo. Aunque Hirst es un artista enormemente prol¨ªfico, que cuenta con la ventaja de que son otros quienes plasman f¨ªsicamente sus ideas, variaciones sin fin de los temas centrales que desde siempre dominan su obra, la muestra se reduce a 73 piezas que abarcan un periodo de 22 a?os. Es decir, hay amplio espacio para que pasee el gran p¨²blico, que tampoco se ha de detener demasiado tiempo en la mayor¨ªa de ellas.
No se trata tanto de admirar el detalle de las piezas cuanto de admirar el ingenio del autor: una mesa de despacho con un cenicero lleno de colillas en cada una de sus cuatro esquinas, por ejemplo, se puede apreciar sin tener que atenuar el paso. Algo parecido pasa con los famosos cuadros de topos de colores. O con los armarios de botica llenos de medicinas.
El visitante se ver¨¢ m¨¢s tentado a examinar con detalle los contenedores de formol para ver de cerca de los dos tiburones que ofrece la muestra, la vaca seccionada, la oveja blanca y, m¨¢s adelante, la oveja negra, que preside una peque?a pero inquietante sala dominada por un enorme tapiz redondo de color negro brillante y textura rugosa creado con cad¨¢veres de miles de moscas incrustadas en resina: 'Sol Negro', de 2004.
Hay otras atracciones que llamar¨¢n sobremanera al gran p¨²blico, como los contenedores con moscas que van dando vueltas enloquecidas en torno a la cabeza sangrante de una vaca. O la primaveral sala en la que decenas de mariposas revolotean libremente de flor en flor y de cabeza de visitante en cabeza de visitante.
La Tate se ha guardado un as bajo la manga para atraer muchedumbres. La sala de las Turbinas est¨¢ consagrada a la exhibici¨®n de la famosa calavera de diamantes , 'Por el amor de Dios' (2007). A diferencia de la muestra central, que es de pago (14 libras, casi 17 euros), la calavera se exhibe de forma gratuita. La inmensidad de la sala de turbinas tiene la ventaja de que permitir¨¢ organizar adecuadamente las colas que sin duda se formar¨¢n para poder acceder al peque?o cub¨ªculo oscuro que aloja la pieza: un cr¨¢neo sobre el que se ha modelado una escultura de platino en la que se han encrustado 8.601 diamantes.
La materia prima de la escultura costaba 14 millones de libras en 2007 y el autor no consigui¨® que nadie aceptara los 50 millones de libras (60 millones de euros) que ped¨ªa cuando la puso a la venta y la tuvo que comprar ¨¦l mismo en consorcio con su propia galer¨ªa, la White Cube. Pero, sea cual sea su precio, su valor est¨¦tico es enorme. En la oscuridad del cub¨ªculo que la acoge, la luces que se proyectan sobre ella producen miles de reflejos de colores que hechizan al visitante y contrastan con el rigor terreno de los dientes, ¨²nica parte visible del cr¨¢neo que da base a la escultura.
La exhibici¨®n est¨¢ organizada de forma cronol¨®gica y quiere ser un repaso completo a la carrera del artista. Para el profano no es f¨¢cil apreciar la evoluci¨®n del autor, centrado desde joven en los mismos temas y ejecutados de forma aparentemente bastante parecida. El ojo del profesional s¨ª es capaz de apreciar esos cambios.
¡°Hay una gran evoluci¨®n. Es muy consistente con sus ideas y sus m¨¦todos cambian mucho¡±, explica Ann Gallagher, comisaria de la Tate. ¡°Se puede ver claramente en la primera sala de la exhibici¨®n, con sus primeros trabajos, los primeros topos que hizo, c¨®mo se ha ido desarrollando un artista que no estaba seguro de si lo que le interesaba era la pintura o la escultura. Y vemos c¨®mo aquellos primeros topos han evolucionado luego en multitud de diferentes tama?os y formas con el paso de los a?os. Por ejemplo, la pieza ¡°Mil a?os¡±, que contiene moscas vivas como una representaci¨®n de la existencia humana, del periodo completo de la vida, evoluciona en un trabajo que est¨¢ compuesto todo ¨¦l de moscas, en un trabajo monocromo. Es muy inventivo en los materiales, que est¨¢n siempre en desarrollo¡±, asegura.
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