?nico y repetible
Nuestro extra?o sino es creernos seres singulares al tiempo que para el mundo somos en verdad insignificantes
El otro d¨ªa sent¨ª una opresi¨®n en el pecho, concretamente en el costado izquierdo. Intoxicado por esas informaciones dispersas que acerca de la salud los ciudadanos comunes recibimos por v¨ªas oficiosas, enseguida sospech¨¦ de varias enfermedades posibles, todas ellas letales. Al final me diagnostiqu¨¦ un infarto, quiz¨¢ uno m¨²ltiple, y comprend¨ª que mi vida corr¨ªa serio peligro. Mientras me dirig¨ªa a las urgencias del hospital m¨¢s cercano rememor¨¦ mi paso por la tierra. En esos momentos se cae en la cuenta de hasta qu¨¦ insospechado punto uno est¨¢ entra?ablemente enamorado de s¨ª mismo.
Ese querido mundo interior donde vertemos con demorada delectaci¨®n la ambros¨ªa de nuestras experiencias, aprendizajes, sentimientos, recuerdos, convicciones, acostumbramientos, opciones existenciales, todos esos hilos delicados que se trenzan para formar la guirnalda del individuo ¨²nico e irrepetible que soy yo, ese mundo entero podr¨ªa desaparecer para siempre, cavil¨¦ en un rapto de autocompasi¨®n, si una enfermedad descompon¨ªa est¨²pidamente su soporte corporal, del que depende por completo para subsistir. Cuando inform¨¦ de mis dolencias en la recepci¨®n del hospital, la enfermera complet¨® sin mirarme una ficha en el ordenador y me se?al¨® la sala de espera. Estaba atestada. Dispuse todav¨ªa de una hora larga de ensimismamiento y profundas meditaciones antes de que me recibiera el m¨¦dico en una peque?a y funcional consulta. Era el final de su turno y ofrec¨ªa signos de estar exhausto tras haber atendido a docenas de enfermos enamorados de ellos mismos como yo, individualidades ¨²nicas e irrepetibles cuyo soporte corporal sufr¨ªa alg¨²n malestar parecido al m¨ªo.
En estos tiempos cient¨ªficos en los que el ojo cl¨ªnico ha sido sustituido por burocr¨¢ticos protocolos m¨¦dicos de obligado cumplimiento, la sensaci¨®n de tener una individualidad invisible para el m¨¦dico (por lo dem¨¢s un profesional respetuoso) y ser para ¨¦l s¨®lo un caso despersonalizado, me domin¨® en todo momento. Siendo lo peor de todo que la mayor¨ªa de nosotros, en esas circunstancias, nos comportamos de modo que merecemos el dictado de ¡°pacientes¡±, pues quienes s¨®lo unos minutos antes est¨¢bamos ebrios de nuestra mismidad, basta una bata blanca para que nos rindamos ante la autoridad facultativa con la mansedumbre del cordero que va al matadero.
Infinito para s¨ª mismo, cero para el todo social. Genios irrepetibles a la vez que uno m¨¢s del mont¨®n. Con dignidad, pero tambi¨¦n con precio
?Qu¨¦ imagen tenemos de nosotros mismos? Para el hombre moderno, la m¨¢s elevada representaci¨®n de la subjetividad se halla en la figura del artista y, a su vez, la suprema realizaci¨®n del artista se encarna en el genio. Un genio es para Kant alguien que se parece a la Naturaleza en su producci¨®n de originalidad y novedad incesantes (natura naturans). No imita las reglas de nadie porque, al contrario, ¨¦l da la regla a los dem¨¢s y es fuente de toda normatividad. Su obrar es inconsciente y espont¨¢neo como una erupci¨®n volc¨¢nica, y por eso el aprendizaje de su don, demasiado singular, queda excluido. Kant presupone que un genio es un fen¨®meno excepcional que se produce rara vez, pero, por un curioso proceso de generalizaci¨®n, hoy su concepto se ha masificado y constituye el ideal al que aspira el hombre corriente y con el que se mide para comprenderse a s¨ª mismo. Para ¨¦l lo m¨¢s genuinamente individual de su individualidad reside en aquello que comparte con el artista genial: su espontaneidad creadora, su originalidad, su diferencia comparativa. Observa Herder que as¨ª como no hay en la naturaleza dos hojas iguales, as¨ª tampoco hay dos rostros iguales y menos dos hombres: ¡°Todo hombre acaba por constituir su propio mundo, semejante, s¨ª, en su manifestaci¨®n externa, pero estrictamente individual en su interior e irreductible a la medida de otro individuo¡±. Y el hecho de saberse distinto, ¨²nico e irrepetible como un genio le confiere su dignidad exclusiva como ser humano. Dice Kant que ¡°todo tiene un precio o una dignidad. Aquello que tiene precio puede ser sustituido por algo equivalente; en cambio, lo que se halla por encima de todo precio y, por tanto, no admite nada equivalente, eso tiene una dignidad¡±, para a continuaci¨®n concluir que el hombre es la ¨²nica entidad que posee dignidad, no precio, y no puede ser sustituido por nada equivalente.
Y, sin embargo, lo que es v¨¢lido como ideal no se verifica en la realidad. Pese a ser poseedores de dignidad hors de commerce, de hecho los hombres recibimos a diario el tratamiento de aquellas mercader¨ªas que tienen precio. Nos parecemos a las cosas fungibles y consumibles que cataloga nuestro venerable C¨®digo Civil. Fungibles porque en la sociedad ¡ªen particular en la urbana, masificada y burocratizada¡ª el yo, desprendido de la gran cadena del ser, sin ¨¢rbol geneal¨®gico, sin mitolog¨ªa, experimenta a cada paso su irrelevancia en el gran anonimato mundial. Nos administran con un n¨²mero en los listados p¨²blicos: de contribuyentes, de votantes, de afiliados a la Seguridad Social. Rubachof, el protagonista de El cero y el infinito, la novela de Koestler, afirma que el yo individual es una ficci¨®n gramatical y lo define como ¡°una multitud de un mill¨®n dividida por un mill¨®n¡±. Y adem¨¢s de fungibles, somos tambi¨¦n consumibles, porque experimentamos en nuestras carnes hasta qu¨¦ punto, como le pasa al amor de tanto usarlo, tambi¨¦n nuestro yo se va agotando poco a poco en el oficio de vivir y envejecer.
Infinito para s¨ª mismo, cero para el todo social. Genios irrepetibles a la vez que uno m¨¢s del mont¨®n. Con dignidad pero tambi¨¦n con precio. He aqu¨ª nuestro extra?o sino: el de ser ¨²nicos pero no irrepetibles sino perfectamente repetibles-sustituibles-consumibles. En el interior, un sentimiento oce¨¢nico; en el exterior, una vaciedad pol¨ªtico-social. Estos dos polos nos constituyen a partes iguales y sabemos que nunca se dejar¨¢n conciliar porque esa tensi¨®n pertenece a la trama misma de la vida humana. Imposible una s¨ªntesis superadora mientras alientes sobre la tierra.
No quiero dejarte, lector sol¨ªcito, con la ansiedad de desconocer c¨®mo termin¨® el episodio cl¨ªnico que motiv¨® estas graves consideraciones filos¨®ficas. Te agradar¨¢ saber que afortunadamente no era un infarto m¨²ltiple. Eran gases.
Babelia
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