Doble juego de culpa
Los seres humanos somos, seg¨²n Kafka, encarnaciones modernas de Odiseo. Pietro Citati analiza la vida y la obra del escritor a trav¨¦s de una intuici¨®n teol¨®gica y de la figura de un dios que nos ofrece la dicha y la imposibilidad de gozarla
Hay un g¨¦nero literario que consiste por lo esencial en informes de lectura. Desde las anotaciones talm¨²dicas que se resignaban a comentar el texto sagrado sabiendo que nunca alcanzar¨ªan a entender plenamente siquiera la primera p¨¢gina hasta las ufanas confesiones de hoy en d¨ªa en las que novicios lectores de Proust y Montaigne cuentan al mundo sus epifan¨ªas, los practicantes de este g¨¦nero intentan exponer, en carne propia por as¨ª decirlo, qu¨¦ cosa es el hecho literario. Cada lector es, in potentia, autor de una de estas cr¨®nicas; algunos (Chesterton leyendo a Dickens, Octavio Paz a Sor Juana, Isma¨ªl Kadar¨¦ a Dante) acaban componiendo obras que a su vez permitir¨ªan concebir nuevos textos. Adolfo Bioy Casares imagin¨® alguna vez una monstruosa cadena en la cual todas las artes participar¨ªan, coment¨¢ndose las unas a las otras, y propuso erigir una estatua al compositor de una sinfon¨ªa basada en la pieza de teatro sugerida por las Coplas a la muerte de su padre.
Kafka se presta idealmente a tales ejercicios. ¡°Leemos para hacer preguntas¡±, escribi¨® alguna vez a un amigo. Al leerlo, tenemos la impresi¨®n de que esas preguntas est¨¢n siempre m¨¢s all¨¢ de nuestro entendimiento, prometi¨¦ndonos una respuesta no ahora sino quiz¨¢s la pr¨®xima vez. Algo en su obra ¡ªalgo inacabado, precisamente construido, abierto¡ª nos permite aproximaciones, intuiciones, entresue?os, nunca la comprensi¨®n cabal. En una escritura precisa y severa, en p¨¢ginas obtenidas ¡°con rabia¡±, dice, ¡°a pu?etazos¡±, Kafka nos plantea absolutas incertidumbres. Su estilo puede resumirse en su descripci¨®n de unos troncos en la nieve: ¡°En apariencia yacen all¨ª, lustrosos, y un peque?o empuj¨®n bastar¨ªa para echarlos a rodar. No, no podemos hacerlo, porque est¨¢n firmemente arraigados al suelo. Pero ved, esto tambi¨¦n es s¨®lo apariencia¡±.
Pietro Citati, conocido por sus lecturas de Goethe y de Tolst¨®i, ha decidido librarse a la exploraci¨®n de tales apariencias. Tiene a su favor un ¨ªntimo conocimiento de la obra de Kafka y de su vida, un ojo de relojero para investigar la sutil mec¨¢nica de sus argumentos, una poco com¨²n habilidad para descubrir enlaces y correspondencias entre textos aparentemente muy distintos. Todo esto le permite discernir en la obra de Kafka una suerte de intuici¨®n teol¨®gica, un progresivo ascenso hacia un terrible dios que nos ofrece a la vez la dicha y la imposibilidad de gozarla. Para Kafka, dice con certeza Citati, en la fluida traducci¨®n de Jos¨¦ Ram¨®n Monreal, el Jard¨ªn del Ed¨¦n ¡°todav¨ªa existe, si bien vac¨ªo de nuestra presencia, y a¨²n hoy est¨¢ hecho para nosotros y destinado a servirnos¡±. Como la Ley ante cuyas puertas espera el protagonista de la f¨¢bula contada en El proceso, el Ed¨¦n permanece abierto para nosotros hasta el momento de nuestra muerte. ¡°Vivimos ahora, ya¡±, dice Citati parafraseando a Kafka, ¡°en la eternidad. La eternidad no es algo que vaya a venir despu¨¦s, como afirman persas y cristianos. El mundo de la gracia, de lo que nos es dado, est¨¢ ya presente. La gracia ya est¨¢ aqu¨ª, como un apacible lago de luz. Por consiguiente, estamos salvados¡±.
Para Kafka, dice Citati, el Jard¨ªn del Ed¨¦n ¡°todav¨ªa existe, si bien vac¨ªo de nuestra presencia"
Esta feliz noci¨®n puede parecer exactamente opuesta a la del Kafka que conocemos, salvo que, agrega Citati, al mismo tiempo, esa salvaci¨®n no nos salva. Seg¨²n Kafka (cuenta Citati) Dios quer¨ªa que comi¨¦semos del fruto del ¨¢rbol de la ciencia para poder expulsarnos del Ed¨¦n y para impedirnos comer del fruto de la vida; por otra parte, Dios quer¨ªa que comi¨¦semos de ese fruto, puesto que s¨®lo as¨ª nos volver¨ªamos perfectos. Somos entonces culpables por haber comido un fruto y por no haber comido el otro. Para Kafka, dice Citati, ¡°somos pecadores por parte doble¡±.
A trav¨¦s de este doble juego de culpa se desarrolla toda la obra de Kafka. Sus protagonistas humanos y animales, y quienes, como Gregor Samsa, pasan de la condici¨®n de uno a la del otro, son culpables sin serlo, por la sola raz¨®n de existir. Nadie sabe por qu¨¦ crimen Josef K. en El proceso es condenado, ni por qu¨¦ falta K. no podr¨¢ acceder nunca al Castillo. La culpa del prisionero en La colonia penitenciaria no puede ser conocida, ni siquiera por ¨¦l mismo, salvo a trav¨¦s de la aguja que graba, con infinitos arrequives, el nombre de su innombrable pecado en la carne viva. Culpables sin conocimiento de causa, salvados sin acceso a la salvaci¨®n, los seres humanos somos, para Kafka, encarnaciones modernas de Odiseo, cuyo obligatorio retorno es constantemente impedido por un caprichoso y persistente dios. Es famosa la respuesta que Kafka dio a su amigo Max Brod cuando ¨¦ste, harto de tanta pesadumbre, lo increp¨®: ¡°?Pero si dices eso, entonces no hay esperanza!¡±. ¡°Ah no¡±, le respondi¨® Kafka con una sonrisa. ¡°Esperanza hay, pero no para nosotros¡±. Bajo esa esperanza siempre ajena transcurren nuestros sufridos d¨ªas y ag¨®nicas noches.
Con este libro, Citati agrega su nombre a los de otros ilustres lectores de Kafka
Cuenta Citati que, un a?o antes de su muerte, Kafka se encontr¨® en M¨¹ritz con su hermana Elli y sus tres hijos peque?os. Uno de ellos tropez¨® y cay¨® al suelo. Los otros estuvieron a punto de re¨ªr cuando Kafka, para evitar que el ni?o se sintiera humillado por su torpeza, le dijo con un tono de gran admiraci¨®n: ¡°?Qu¨¦ bien te has ca¨ªdo, y qu¨¦ maravillosamente te has levantado!¡±. Podemos imaginar que, toda su vida, ca¨ªda tras ca¨ªda, y sabiendo que la espera era en vano, Kafka esper¨® que Alguien le dijese esas palabras.
La vida de Kafka fue contada ya muchas veces; sus diarios y su correspondencia (a¨²n vergonzosamente incompletos en traducci¨®n castellana) revelan a sus lectores innumerables facetas del imprescindible autor. Y sin embargo, a pesar de tales socorros, su obra sigue pareci¨¦ndonos inacabable, insondable. Con este libro, Citati agrega su nombre a los de otros ilustres lectores de Kafka (Brod, Borges, Marthe Robert, Ernst Pawel, Roberto Calasso) quienes intentaron aclarar y profundizar la lectura de sus libros. Afortunadamente, a pesar de la clara originalidad de estas exploraciones, tal como los comentadores talm¨²dicos a quienes Kafka tanto debe, nunca avanzamos m¨¢s all¨¢ de su inconmensurable primera p¨¢gina.
'Kafka'
Pietro Citati
Traducci¨®n de Jos¨¦ Ram¨®n Monreal
Acantilado. Barcelona, 2012
364 p¨¢ginas. 24 euros
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