La suerte esquiva de L¨®pez Sim¨®n
Qui¨¦n sabe lo que pudo ocurrir en el sexto toro si L¨®pez Sim¨®n une la fuerza de su juventud a su entrega. Pero no pudo ser
L¨®pez Sim¨®n es un torero desconocido por estos lares. Cuando debut¨® en Sevilla como novillero no dijo nada, y, de pronto, por suerte, por esos misterios de los despachos taurinos o vaya usted a saber por qu¨¦ raz¨®n, se anuncia que toma al alternativa en un cartel de aut¨¦ntico lujo. Bienvenida sea su buena estrella. La papeleta era importante, una moneda a cara o cruz; la posibilidad de salir disparado al estrellato o al ostracismo.
Del Cuvillo/Morante, Manzanares, Sim¨®n
Toros de N¨²nez del Cuvillo, -el primero como sobrero-, muy justos de presentaci¨®n, inv¨¢lidos, mansotes, nobles y descastados. Destacaron primero y quinto.
Morante de la Puebla: media perpendicular (silencio); casi entera (silencio); pinchazo y casi entera.
Jos¨¦ Mar¨ªa Manzanares: pinchazo y casi entera (silencio); pinchazo y estocada (ovaci¨®n).
L¨®pez Sim¨®n, que tom¨® la alternativa: casi entera ca¨ªda _aviso_ (oreja). Result¨® herido de pron¨®stico leve en la cara anterior de muslo derecho con una trayectoria ascendente de 7 cent¨ªmetros.
Plaza de la Maestranza. 26 de abril. Decimoquinto festejo. Lleno de 'no hay billetes'.
Pero la vida encierra sorpresas. Va L¨®pez Sim¨®n y destaca en el toro de su alternativa, y se pavonea y se luce como torero en ciernes; y se gusta toreando, y el p¨²blico lo jalea y apunta su nombre como novedad. Pero h¨¦te aqu¨ª que resulta volteado al entrar a matar, pasa a la enfermer¨ªa y de all¨ª no pudo salir. La suerte esquiva, que da y que quita, golosa y hura?a, que te ofrece el reconocimiento de Sevilla y una cornada para que no te olvides. Qui¨¦n sabe lo que pudo ocurrir en el sexto toro si L¨®pez Sim¨®n une la fuerza de su juventud a su entrega. Pero no pudo ser.
Sevilla conoci¨®, no obstante, a un joven que, por sus andares, se asemeja m¨¢s a un bailar¨ªn que a un torero. Tiene una puesta en escena bien estudiada. Es lento de movimientos, andares jacarandosos, cuida sus gestos y posturas, se esfuerza en parecer elegante y es parsimonioso en su toreo. Que no se entienda esta descripci¨®n como un rosario de defectos; es su personalidad y, tambi¨¦n, el reflejo de sus mayores.
Esper¨® al toro de su alternativa bien plantado en el tercio, con las manos muy bajas, y lo capote¨® con galanura y sin mando. Muleta en mano lo esper¨® en el centro del anillo y lo recibi¨® con dos pases cambiados por la espalda antes de hincar las rodillas en tierra y pasarlo por la derecha con gracia y suficiencia. El toro, noble y con son, acud¨ªa al cite con prontitud y fijeza, y el chaval acompa?¨® el viaje con elegancia. Tampoco es mala suerte que te toque un bomb¨®n as¨ª el d¨ªa del doctorado. El animal se agot¨®, a¨²n lo exprimi¨® en unas manoletinas, y, cuando entr¨® a matar, lleg¨® la voltereta. Buena y mala suerte la suya. Pero no ha pasado desapercibido.
La corrida qued¨® en un mano a mano, pero los toros, estos que est¨¢n criados para colaborar con el torero y no para competir con ¨¦l, no tuvieron fuelle, y se agotaron con inusitada rapidez.
Mejor lote en conjunto el de Manzanares, que dio la impresi¨®n de estar excesivamente confiado en sus posibilidades. Aprovech¨® en un par de buenas tandas de derechazos a su l¨¢nguido primero, al que recibi¨® con unas vistosas ver¨®nicas, y se eterniz¨® con el codicioso quinto, al que no acab¨® de entender. Hubo momentos brillantes por ambas manos, pero tambi¨¦n excesivos espacios muertos, y falt¨® la unidad que toda obra requiere. Y tuvo su momento ¡®raro¡¯: lo recibi¨® de capote con un par de ver¨®nicas, una chicuelina, dos tafalleras y una media de rodillas. Y ning¨²n capotazo result¨® limpio. Una vez m¨¢s, su cuadrilla obtuvo un triunfo incontestable a caballo, con el capote y las banderillas. Cinco maestros acompa?an al torero alicantino.
El esperado Morante no tuvo enemigo potable, y toda su inspiraci¨®n la desgran¨® en tres chicuelinas ce?idas, con las manos bajas, y dos medias de buen corte, en un quite al sexto toro que mat¨® por ausencia de L¨®pez Sim¨®n. Pero la ilusi¨®n se desvaneci¨® en pocos segundos, los que necesit¨® el animal para hundirse en su miseria. Tampoco sirvieron los dos de su lote; o, al menos, no le sirvieron a este torero. Ciertamente, estaban ayunos de fortaleza y de casta, inv¨¢lidos y tullidos, y tras unos breves intentos bald¨ªos, opt¨® Morante por montar la espada, que es lo que se debe hacer en estos casos y no molestar al personal.
L¨®pez Sim¨®n ha pasado la noche en el lecho del dolor, pensando, sin duda, en lo esquiva que es la suerte.
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