Bioluminiscencias
De la b¨®veda en una gruta de Nueva Zelanda cuelgan millares de estalactitas de luz que parpadean verticalmente como en un bosque de ¨¢rboles de Navidad. En algunas bah¨ªas del Caribe el que se ba?a de noche o hunde la mano en el agua sobre la borda de una barca ve un resplandor l¨ªquido que no es el reflejo de la Luna ni de ninguna otra luz exterior, sino la irradiaci¨®n de organismos unicelulares de plancton. En las aguas m¨¢s oscuras de algunos oc¨¦anos se ven peque?as luces blancas movi¨¦ndose de un lado a otro como luci¨¦rnagas submarinas. En los bosques de Indonesia hay ¨¢rboles en los que chispazos de luz verdosa se repiten en todas las ramas y en casi todas las hojas, apag¨¢ndose y encendi¨¦ndose a un ritmo variable. Muy hondos bajo la tierra hay escarabajos ciegos que tienen en la cabeza dos puntas redondas y rojas que brillan en la oscuridad, y largos gusanos que parecen trenes sinuosos con un faro rojo en la proa de la locomotora. Medusas transparentes se mueven en la superficie del mar como tulipas azuladas. En las noches lentas y c¨¢lidas del principio del verano, en el parque de grandes robles y arces y praderas jugosas a la orilla del Hudson, las luci¨¦rnagas trazan en el aire, en las zonas de penumbra m¨¢s all¨¢ de las farolas, r¨¢pidos garabatos verdes, y la hierba se llena de puntos luminosos.
Como a los insectos voladores, que al parecer se gu¨ªan por la Luna, nos atraen las luces en la oscuridad. Ve¨ªamos de ni?os las brasas de los cigarrillos de los adultos en las calles poco iluminadas, las velas en las capillas de las iglesias y esas l¨¢mparas de aceite que se encend¨ªan en los dormitorios de las casas la noche de los Difuntos: ruedas lisas de cart¨®n de naipe con una mecha encendida flotando en una taza de aceite. Con los ojos de par en par mir¨¢bamos los n¨²meros fosforescentes de los despertadores brillando en la oscuridad. En casa de una t¨ªa m¨ªa me subyugaba el invento moderno de un crucificado que no estaba clavado en una cruz de madera, como en el dormitorio m¨¢s antiguo de mis padres, sino en una de cristal transl¨²cido que fosforec¨ªa por dentro. Una linterna encendida bajo las s¨¢banas hac¨ªa que la cama de uno se pareciera a aquellas tiendas de lona de los exploradores en ?frica, iluminadas por dentro como fanales por l¨¢mparas de keroseno con una tulipa de cristal, en las noches falsas del cine. Mientras la hero¨ªna dorm¨ªa era preceptivo que sobre la lona de la tienda se perfilara la silueta de un leopardo al que dar¨ªa fin en el ¨²ltimo momento con un disparo de su fusil infalible el h¨¦roe cazador.
Voy al Museo de Historia Natural de Nueva York cada vez que puedo, y siempre me veo sumergido en ese tipo de emociones primitivas, esos asombros que lindan por un lado con la fascinaci¨®n de la ciencia y por el otro con la imaginaci¨®n infantil. Voy para ver alguna exposici¨®n en particular o para perderme y dejarme llevar por esas salas medio en penumbra que son la enciclopedia en tres dimensiones del conocimiento humano y de la variedad ilimitada del mundo. Voy a veces con un prop¨®sito muy definido y cuando llego all¨ª el prop¨®sito se me olvida y acabo perdi¨¦ndome en los s¨®tanos de los minerales y de los meteoritos o en esas galer¨ªas de la ¨²ltima planta en las que se suceden los esqueletos f¨®siles de los dinosaurios y los de los mamuts y los mastodontes que cazaron hasta la extinci¨®n nuestros antepasados de no hace m¨¢s de quince mil a?os. Voy a ver los arcos y flechas y los mu?ecos de trapo con que jugaban los ni?os en las tribus indias de las praderas, las ballenas que tallaban en marfil de morsa los Inuit, las m¨¢scaras de osos, de zorros, de salmones, de muertos, que usaban los indios de la costa noroeste del Pac¨ªfico, los cestos impermeables hechos con hierbas entrelazadas en los que recog¨ªan el agua. Voy a ver el corte en profundidad de la tierra de una granja en cada una de las estaciones del a?o, con su misterio de t¨²neles y de c¨¢maras secretas en las que los roedores guardan para el invierno sus tesoros de bellotas, y ese tronco de una secuoya en cuyos anillos conc¨¦ntricos est¨¢ marcada la fecha del nacimiento de Cristo, la de la ca¨ªda de Constantinopla, la de la llegada de Col¨®n a Am¨¦rica.
Las horas se van sin que me d¨¦ cuenta, sin que se disipe ese estado de deslumbramiento en el que dejo de ser quien soy y puedo convertirme en un chico con la vida entera por delante que descubre de golpe su vocaci¨®n de bot¨¢nico o de bi¨®logo o ge¨®logo o f¨ªsico. Hoy, esta ¨²ltima vez, el entusiasmo que he descubierto es el estudio de la bioluminiscencia. Qui¨¦n no desear¨ªa ser uno de esos bi¨®logos que descubren los patrones matem¨¢ticos en los parpadeos de las luci¨¦rnagas, o el mecanismo mediante el cual los ojos de los peces de las profundidades submarinas pueden detectar en la total oscuridad las muestras m¨¢s tenues de luz. De todo eso trata la exposici¨®n que he venido a ver, Creatures of Light. Despu¨¦s de una puerta de cristal uno se interna en esa penumbra en la que viven las criaturas luminosas; casi tanteando, al principio, reci¨¦n llegado de la claridad excesiva de la ma?ana de abril, ajustando la pupila. Por las alturas se enciende y se apaga una de esas maquetas que dan al museo ese aire de pel¨ªcula fant¨¢stica de bajo presupuesto de los a?os cincuenta, una luci¨¦rnaga aumentada doscientas cincuenta veces, grande como un pato, con sus dos pares de alas, las unas protectoras, las otras membranosas y ¨²tiles para el vuelo, el vientre ilumin¨¢ndose gracias a esa reacci¨®n qu¨ªmica que produce una claridad fr¨ªa.
Maravillarse y aprender. Estimular la fabulosa capacidad humana para el conocimiento. ?Qui¨¦n necesita las fantas¨ªas t¨®xicas de las supersticiones religiosas, la brujer¨ªa, los caprichos extravagantes del arte? Las luci¨¦rnagas macho vuelan trazando giros espec¨ªficos que dejan como una firma gen¨¦tica en la oscuridad; en la hierba, las hembras emiten sus parpadeos, que var¨ªan seg¨²n cada especie, para atraer a los machos que les parecen m¨¢s prometedores. Ese centelleo que yo he observado con tanta distracci¨®n en las noches de verano es un alucinante sistema de signos a trav¨¦s del cual criaturas que no van a vivir m¨¢s de dos semanas se aseguran la reproducci¨®n. En Indonesia, millares de machos se posan en las ramas de los ¨¢rboles y sincronizan sus se?ales en un solo resplandor. Algunas veces, una hembra finge la intermitencia luminosa de una especie que no es la suya. Los investigadores la llaman femme fatale: el macho de la especie aludida vuela hacia ella y es inmediatamente devorado.
Criaturas marinas microsc¨®picas captan la luz solar y la emiten de noche, y no se sabe si son animales o son plantas, porque se nutren a trav¨¦s de la fotos¨ªntesis pero tambi¨¦n absorbiendo a otros organismos. Corales submarinos resplandecen como grandes retablos barrocos. Escribo sobre estas cosas y tengo la sensaci¨®n de haberlas so?ado.
Creatures of Light: Nature¡¯s Bioluminescence. The American Museum of Natural History. Nueva York. Hasta el 6 de junio de 2013. www.amnh.org.
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