Un libro a la altura est¨¦tica y moral de Camus
Catherine Camus, hija del escritor, describe a un hombre honrado, profundo, terrible, l¨ªrico, magn¨¦tico y de verdad en el libro 'Solitario y solidario'. Textos e im¨¢genes demuestran que fue feliz aunque conociera todas las miserias del mundo
Cu¨¢nto tiempo tardaron los esp¨ªritus pedestres en admitir que el invento de la imprenta era no ya algo fundamental en el desarrollo de la humanidad sino que tambi¨¦n crear¨ªa uno de los entretenimientos m¨¢s gloriosos que existen? ?Alguien pens¨® que su vida ya no ten¨ªa sentido sin los c¨®dices que copiaban los monjes en sus conventos? Me hago reflexiones tan peregrinas ante la torturante avalancha de recomendaciones que me hacen sobre los gozos y milagros que acompa?an al libro electr¨®nico. Desde el alivio que sienten las maletas al prescindir del infame peso y espacio del papel hasta la posibilidad de acumular en una m¨¢quina tus mil libros favoritos y otros quinientos de los que tienes inmejorables referencias. En determinada gente ese entusiasmo resulta previsible, pero te asalta el pasmo cuando te habla con fascinaci¨®n del lamentablemente revolucionario e-book alguien cuya extraordinaria biblioteca conoces. Y su antigua relaci¨®n fetichista con los libros de papel. Que, como t¨², ha disfrutado innumerables veces con el primer cap¨ªtulo de Si una noche de invierno un viajero, en el que Italo Calvino describe incomparablemente el ritual del adicto a la b¨²squeda del libro. Y piensas que la batalla est¨¢ perdida si los antiguos yonquis del papel se han redimido de droga tan antigua ante la comodidad y el enganche que proporciona la electr¨®nica.
Sabiendo que la invasi¨®n es irremediable y que los sofisticados b¨¢rbaros van a instalarse por tiempo indefinido (tal vez siglos, pero tambi¨¦n les llegar¨¢ el invierno), mimas todav¨ªa m¨¢s a esas criaturas que no tendr¨¢n descendencia, con s¨®lida amenaza de extinci¨®n. Las hueles (?van a dotar de olores al e-book) y las acaricias, juras que se quedar¨¢n contigo aunque ya no haya sitio en la casa para nadie m¨¢s de su raza. Y vuelcas un amor especial hacia esos libros grandes e inc¨®modos (dicen) que no puedes sujetar con las manos, que tienes que tumbarlos en la mesa, en el suelo o en la cama para gozar de ellos.
Y la edici¨®n de algunos de ellos solo puede haber sido concebida desde el amor. Das por supuesta la sabidur¨ªa y la exquisitez. Qu¨¦ garant¨ªa de todas esas cosas ofrece el cat¨¢logo de Taschen, afirmo, mientras que vuelvo a manosear Jazz life, ese impagable homenaje de William Claxton a una m¨²sica que parece haber pasado a las catacumbas, la clandestinidad y el anonimato en el siglo XXI, despu¨¦s de haber sido una de las imprescindibles bandas sonoras del siglo anterior, una m¨²sica que ya solo escuchamos sus viejos amantes, que parece sobrevivir exclusivamente de las reediciones de los cl¨¢sicos. Qu¨¦ escalofr¨ªo pensar que jam¨¢s volver¨¢ a surgir alguien como Ellington, Coltrane, Evans, Webster, Monk o Miles Davis. Y paseo la mirada y el tacto por el lujo con el que fueron editados muchos libros dedicados al cine. El favorito para cualquier cin¨¦filo de bien siempre ser¨¢ El cine seg¨²n Hitchcock, aquel memorable encuentro entre el gordo genial y mis¨¢ntropo y el hipersensible y penetrante Truffaut, empe?ado en demostrar al mundo que detr¨¢s del traficante de emociones se ocultaba un poeta tenebroso. Pero si hablamos del libro m¨¢s cuidado y espectacular sobre el cine que se ha publicado nunca, este es una obra de arte del libro impreso titulada David 0. Selznick¡¯s Hollywood. De acuerdo. Han existido creadores en la historia del cine que se merec¨ªan id¨¦ntico o superior despliegue bibliogr¨¢fico que el productor de Lo que el viento se llev¨® y Duelo al sol, pero as¨ª son las cosas. Selznick fue la representaci¨®n m¨¢s grandiosa, aparentemente convencional y subterr¨¢neamente compleja del productor de Hollywood. Entre otras cosas porque Irving Thalberg muri¨® demasiado pronto y con enigmas por aclarar. Y c¨®mo no, los libros de tantas cosas raras, exc¨¦ntricas, profundas y bonitas tuvieron en Espa?a un momento de irrepetible fulgor. La editorial se llamaba Siruela. Y el gusto de su noble editor (me refiero a nobleza her¨¢ldica, no a una virtud del car¨¢cter) era aristocr¨¢tico en el sentido art¨ªstico, elitista y cultural que ha caracterizado ancestralmente a determinados mecenas. Hay muchas evidencias de eso. Pero yo esta noche estoy mirando con renovado asombro America, de De Bry, y repito como en el momento en el que me lo regalaron: ¡°Qu¨¦ belleza de libro, qu¨¦ bien sigue oliendo¡±.
Descubro despu¨¦s de pr¨®logo tan largo y gratuito que casi no me queda espacio para hablar de lo que me ha apasionado, de un libro de papel que voy a guardar como una joya cuando el acto de leer solo sea coto privado de una m¨¢quina. Est¨¢ dedicado a un fulano que se parec¨ªa a Bogart. No solo por lo bien que le quedaban las gabardinas y por fumar con estilo. Pero no era un complejo canalla. Era fundamentalmente honrado, profundo, terrible, l¨ªrico, magn¨¦tico y de verdad. Se llamaba Albert Camus, estaba desoladamente convencido de que ¡°no existe amor a la vida sin desesperaci¨®n¡±, de que ¡°los hombres mueren y no son felices¡±, de que ¡°nosotros hemos desterrado a la belleza, los griegos empu?aron las armas por ella¡±, de que ¡°no quiero ante este mundo mentir ni que me mientan. Una verdad es algo que crece y se afirma. Es una obra que realizar. Y esa obra es lo que hay que perseguir en el papel y en la vida con todos los recursos de la lucidez¡±. Camus se invent¨® a Meursault, ese extranjero de todo que no recuerda si su madre muri¨® hoy o ayer, que mata a un ¨¢rabe en una playa porque hac¨ªa calor, que para que todo se consumara, para sentirse menos solo deseaba que hubiera muchos espectadores el d¨ªa de su ejecuci¨®n y que le acogieran con gritos de odio. Se invent¨® al doctor Rieux, aquel humanista que sab¨ªa que la peste volver¨ªa a invadir la ciudad y se quedar¨ªa para siempre. Fue el hombre rebelde ¡°un hombre que dice no. Pero aunque rechace su renuncia tambi¨¦n es un hombre que dice s¨ª desde el primer acto¡±. Fue tambi¨¦n aquel maravilloso imprudente que asegur¨® que entre su madre y la justicia se quedaba con su madre.
Su hija Catherine ha sido la gu¨ªa. Lo titula Solitario y solidario y los textos y las fotograf¨ªas de Camus demuestran las razones de eso. Tambi¨¦n fue feliz con su familia y sus amigos, aunque conociera todas las miserias del mundo. Se jug¨® la piel en la Resistencia contra los nazis. Se apunt¨® al partido comunista y abjur¨® cuando entendi¨® que en Rusia se hab¨ªa perpetuado el sistema zarista, la explotaci¨®n de una clase dirigente sobre el resto en nombre de Marx y de Lenin, denunci¨® como Orwell el fracaso de la rebeli¨®n en la granja. Y acept¨® a los 44 a?os el Premio Nobel, ese que luego rechaz¨® la pureza de Sartre (aunque el gran ladino no se olvidara de cobrar la pasta), recibiendo acusaciones de traidor. Camus era consciente de que ¡°en los c¨ªrculos intelectuales, no s¨¦ por qu¨¦, siempre tengo que pedir perd¨®n. No puedo evitar la sensaci¨®n de haber transgredido algunas de las reglas del clan. Naturalmente, eso me impide ser espont¨¢neo y a falta de espontaneidad me aburro hasta a m¨ª mismo¡±. Muri¨® en un accidente de coche a los 46 a?os. No solo admiro a Camus. Tambi¨¦n le quiero. Para siempre.
Albert Camus. Solitario y solidario. Catherine Camus. Traducci¨®n de Elisenda Julibert. Plataforma Editorial. Barcelona, 2012. 208 p¨¢ginas. 45 euros.
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