Alguien envenena mis pesadillas
Hay libros que no debieran leerse por la noche. Especialmente si uno comete el error de meterse en el sobre en plena digesti¨®n de lo que nadie describir¨ªa como frugal colaci¨®n. Nuestro veneno cotidiano, de la periodista (y cineasta) Marie-Monique Robin (Pen¨ªnsula), a la que ya conoc¨ªamos por su demoledora investigaci¨®n sobre los m¨¦todos empleados por la segunda empresa mundial en la producci¨®n de transg¨¦nicos (El mundo seg¨²n Monsanto, Pen¨ªnsula, 2008), es uno de esos vol¨²menes que deber¨ªan reservarse para cuando uno tiene el est¨®mago vac¨ªo y todo el d¨ªa por delante, por si su lectura suscita la incontenible pulsi¨®n de correr al excusado a devolver todo lo que se ha ingerido desde aquella lejana primera papilla de la infancia. No fue mi caso. Me venci¨® el sue?o tras op¨ªpara cena y mientras me enteraba con irreprimible repugnancia de las infaustas consecuencias que tiene para nuestro cuerpo (especialmente en lo que se refiere a enfermedades neurodegenerativas) el consumo habitual de alimentos tratados con pesticidas t¨®xicos (?puaj!). El resto es la historia de siempre: de grandes cenas est¨¢n mis pesadillas llenas. Y, claro, uno no puede controlar la materia de sus (malos) sue?os, moldeados siempre con anhelos, frustraciones, temores y prejuicios. Todav¨ªa no he analizado suficientemente en el div¨¢n lo que representa para mi atribulado inconsciente la figura de la se?ora Aguirre, pero all¨ª estaba ella de nuevo, ataviada con el mismo ch¨¢ndal rojo y gualda que lucir¨¢n en Londres nuestros (ahora m¨¢s que nunca) sufridos atletas, y envenenando mi pesadilla con mayor intensidad (on¨ªrica) que el m¨¢s letal de los pesticidas. El atuendo ol¨ªmpico (incluyendo la indescriptible bolsa de deportes) recuerda intensamente el uniforme kitsch que sol¨ªan vestir los domadores de circo (al pobre ?ngel Cristo le habr¨ªa encantado), lo que ¡ªsupongo¡ª contribuy¨® a que mi sesgado inconsciente lo relacionara con la presidenta. Claro que el deportivo disfraz tambi¨¦n confiere a quien lo luce un aire como de mercenario del cruel emperador Ming, aquel siniestro d¨¦spota que gobernaba el planeta Mongo, y contra el que combatieron heroicamente Flash Gordon y sus amigos en el inolvidable c¨®mic dibujado por Alex Raymond a mediados de los a?os treinta, mientras en Europa herv¨ªan los fascismos. Solo que, en mi space opera en forma de pesadilla, Aguirre bland¨ªa en su mano derecha una espada llameante y en la izquierda un escudo de pl¨¢stico en el que pod¨ªa leerse, inscrita en fingidos caracteres g¨®ticos, la leyenda M?S EUROVEGAS Y MENOS SINDICATOS. Me despert¨¦ sobresaltado y temblando de terror cuando el libro de la se?ora Robin se desliz¨® de la colcha y cay¨® al suelo. Por la ma?ana me desprend¨ª de todos los alimentos sobre los que abrigaba sospechas de haber sido tratados con pesticidas (la nevera se qued¨® vac¨ªa). De la se?ora Aguirre, en cambio, no me resulta tan f¨¢cil desprenderme. Por ahora.
Peri¨®dicos
Ahora que los peri¨®dicos son tan solo un lamentable vestigio del pasado y que estas hojas que pasan con ayuda de sus manos (los que no las est¨¦n leyendo en Internet) son pura arqueolog¨ªa industrial y cultural m¨¢s pr¨®xima a las tabletas anal¨®gicas de arcilla mesopot¨¢mica que a las digitales de (pongo por caso) Kindle o Sony, quiz¨¢s les resulte interesante leer El sol como disfraz (Alfaguara), la novela que Pedro Sorela (periodista antes que monje) ha dedicado a relatar los entresijos de la vida en un peri¨®dico que lleva el nombre decimon¨®nico (como resulta ser el de casi todos) de La Cr¨®nica del Siglo. Las narraciones protagonizadas por periodistas publicadas desde el siglo XVIII (que es cuando se invent¨® el ahora muy precario oficio) son incontables, especialmente si consideramos la mir¨ªada de novelas ¡°negras¡± en que folicularios y fulicularias m¨¢s o menos cansados/as de su oficio (y de sus insoportables jefes, y de sus aburridas parejas) se meten a deshacer los entuertos del crimen. Sin embargo, la utilizaci¨®n del peri¨®dico como ¨¢mbito y matriz de los conflictos novelescos no ha sido demasiado fecunda, al contrario de lo que sucede en el c¨®mic y en el cine, en cuyos argumentos han abundado las intrigas desarrolladas en rotativos y tabloides. Que, por ejemplo, la identidad del Clark Kent adulto sea la de un periodista del diario El Planeta (nada que ver, por ahora, con el se?or Lara) dio pie a que Jerry Siegel y Joe Shuster, los creadores del m¨¢s conspicuo de los superh¨¦roes, nos proporcionaran sabrosos insights del principal (pero no el ¨²nico) diario de Metr¨®polis. Dejando a un lado la estupenda ?Noticia Bomba! (Scoop!, 1932; Anagrama), de Evelyn Waugh, entre las pocas novelas ¡°de peri¨®dico¡± que conozco recuerdo con especial (y probablemente deformada) gratitud La calle de la aventura (1909), de sir Philip Gibbs, cuya traducci¨®n castellana (de Jos¨¦ M¨¦ndez Herrera: el mismo que tradujo a Dickens para Aguilar) ten¨ªa mi t¨ªo Federico en su biblioteca y le¨ª fascinado en mi adolescencia. La calle de la aventura del t¨ªtulo era, claro, la Fleet Street de los inicios de los tiempos gloriosos del periodismo brit¨¢nico, antes de que sus no siempre nobles cabeceras emigraran a los Docklands. En todo caso, les advierto que la novela del (tambi¨¦n periodista) Pedro Sorela no debe leerse como un roman ¨¤ clef, aunque tambi¨¦n ser¨ªa tonto pensar que cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. Para eso ya tenemos bastante con ciertos peri¨®dicos que no vienen al caso.
Cineastas
De cine, que s¨ª es un tema novelesco, no tratan (aunque en una figure una productora) dos novelas reci¨¦n publicadas por sendos (y muy conspicuos) cineastas espa?oles, a los que los tiempos y las convicciones personales han marginado (por ahora) de la pantalla. Agust¨ªn D¨ªaz Yanes, que siempre se ha mostrado impaciente con la ret¨®rica ¡°literaria¡±, propone en Simpat¨ªa por el diablo (Espasa), su primera novela, una correcta (pero excesivamente desnuda) historia de corrupci¨®n pol¨ªtica y financiera en la que los personajes est¨¢n dise?ados m¨¢s para ser ¡°vistos¡± que le¨ªdos, y en cuya armaz¨®n pesan demasiado las estrategias del gui¨®n cinematogr¨¢fico. M¨¢s compleja desde el punto de vista narrativo resulta Gloria m¨ªa (Anagrama), segunda novela de Manuel Guti¨¦rrez Arag¨®n, que deja al lector m¨¢s satisfecho que con la primera (La vida antes de marzo), por la que obtuvo el Herralde en 2009. La novela cuenta la peripecia de Jos¨¦ Centella, un personaje que evoluciona (pol¨ªtica y sentimentalmente) durante el tiempo que pasa convertido en Vladimiro en la guerrilla (selv¨¢tica y urbana) colombiana, y termina en Madrid (tras diez oscuros a?os ¡°de romer¨ªa y cruzada¡±) convertido en ejecutivo de una productora y ahogado en sus propias frustraciones (alguna dolorosamente viva y presente). F¨¢bula oblicua sobre la imposibilidad de la revoluci¨®n, pero tambi¨¦n sobre el car¨¢cter c¨ªnicamente formativo que puede revestir la lucha armada con su cortejo de intrigas y traiciones. Tengo que decirles que, por ahora, y en ambos casos, prefiero las pel¨ªculas a las novelas, y conste que las he le¨ªdo con gusto.
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