Necesidad de una biblioteca
"No se puede ser contempor¨¢neo sin una tradici¨®n", dice el escritor
Una tradici¨®n es el suelo f¨¦rtil del que se alimenta la invenci¨®n literaria, la roca dura en la que establece sus cimientos; tambi¨¦n la caja de resonancia y el muro contra el que la invenci¨®n rebota y el que golpea a veces con la voluntad de derribarlo, de construirse a s¨ª misma con la insolencia del saqueo. Quiz¨¢s no haya originalidad m¨¢s radical que la que se levanta con materiales de derribo. Borges, convirtiendo en paradoja ir¨®nica una idea de T. S. Eliot, conjetur¨® que un escritor influye a sus antecesores, porque nos fuerza a mirarlos a trav¨¦s del ejemplo que ¨¦l ha establecido. De este modo, Kafka influye a Herman Melville, que muri¨® cuando ¨¦l ten¨ªa ocho a?os, porque no podemos leer Bartleby el escribiente sin pensar de inmediato en las f¨¢bulas de Kafka, sin convertir de alg¨²n modo esa novela en una de ellas. A Borges sin duda le halagar¨ªa saber que muchos de nosotros reconocemos su influencia sobre Miguel de Cervantes.
En manos de la cr¨ªtica casticista y nacionalista espa?ola, el Quijote se hab¨ªa convertido en una especie de gran catafalco patri¨®tico, en una alegor¨ªa de nuestro ser dolorido y profundo, de nuestras esencias m¨¢s espesas. Cervantes, un escritor tan poco representativo de la literatura espa?ola de su tiempo, tan ignorado como modelo por la mayor¨ªa de los narradores espa?oles hasta P¨¦rez Gald¨®s, habr¨ªa creado una especie de biblia severa de la espa?olidad. Uno le¨ªa el Quijote y con mucha frecuencia soltaba carcajadas, y disfrutaba de los desprop¨®sitos, de ese impulso carnavalesco y rabelaisiano que hay en la novela. Pero luego estudiaba a los prebostes del noventayocho y todo era metaf¨ªsica nacional y simbolismo de p¨¢ramo castellano. Fue Borges, en Pierre Menard, en algunos ensayos, en unos cuantos poemas, quien primero resalt¨® la condici¨®n obvia de juego literario de la novela, de gran broma en serio sobre la naturaleza misma del acto de contar. Eso ya lo hab¨ªan visto, desde luego, los novelistas ingleses, desde el siglo XVIII hasta bien entrado el XIX, desde Fielding y Sterne a Dickens; por no mencionar a esos otros cervantinos inmensos que son el Mark Twain de Huckleberry Finn y el William Faulkner que en Las palmeras salvajes inventa a la pareja tragic¨®mica del preso alto y flaco enloquecido por las novelas baratas y el preso gordo y corto de estatura que solo aspira en la vida a disfrutar indefinidamente de la rutina carcelaria.
No se puede ser contempor¨¢neo sin una tradici¨®n. Cada uno, m¨¢s o menos, va eligiendo la suya, sobre todo en culturas tan sobresaltadas como las hisp¨¢nicas, en las que el di¨¢logo entre las generaciones se interrumpe con mucha frecuencia por desastres civiles, por terribles penurias que llevan a la dispersi¨®n o a la directa aniquilaci¨®n de zonas enteras del pasado. Uno ve las colecciones de cl¨¢sicos de otros pa¨ªses y tiende a quedarse abrumado y acomplejado. Una tradici¨®n no son nombres de autores y t¨ªtulos de libros que flotan en el aire y que ejercen su influencia igual que se dispersa el polen de una planta: son vol¨²menes tangibles, son ediciones cr¨ªticas, son bibliotecas en las que se custodian, son anaqueles de librer¨ªas en los que sus lomos despiertan la atenci¨®n y la codicia de los lectores. En la lengua francesa est¨¢ la La Pl¨¦iade, que combina de una manera insuperable el rigor textual y cr¨ªtico con la sensualidad material. Los tomos de La Pl¨¦iade tienen un aspecto austero, como ser¨ªa propio de una colecci¨®n de obras maestras de la literatura universal, pero su tama?o se ajusta exactamente a un bolsillo, y sus tapas de piel y su papel ahuesado dejan en las manos una sensaci¨®n de flexibilidad muy parecida al efecto de una caricia. La Pl¨¦iade es una colecci¨®n bastante cara: pero en cualquier librer¨ªa francesa hay una inundaci¨®n magn¨ªfica de ediciones cr¨ªticas de primera calidad en formato de bolsillo y a precios rid¨ªculos. Una edici¨®n as¨ª en tres tomos compr¨¦ yo el invierno pasado de los Ensayos de Montaigne. Tan solo la tipograf¨ªa est¨¢ modernizada: las introducciones, las notas, resuelven las dificultades del texto y mantienen intacto el sabor del estilo y la complejidad de la lectura, mostrando a Montaigne como un hombre plenamente de su tiempo y del nuestro, el fundador de una manera de mirar y escribir, de estar en el mundo, que es tan contempor¨¢nea como esa tradici¨®n que no se ha interrumpido desde que se publicaron por primera vez los Ensayos: la escritura de la divagaci¨®n, la caminata, el paseo, la mirada ir¨®nica pero no desapegada, el examen esc¨¦ptico de uno mismo.
Leemos y comprendemos a Montaigne gracias al trabajo acumulado de muchas generaciones de fil¨®logos. Yo no sabr¨ªa calcular con cu¨¢ntos de ellos estoy en deuda cuando leo una buena edici¨®n del Quijote, del Lazarillo de Tormes, del Busc¨®n, de La Celestina, de la gran Cr¨®nica de Bernal D¨ªaz del Castillo. Uno construye su propia tradici¨®n sin obedecer m¨¢s l¨ªmites que los de sus capacidades personales, sus afinidades o sus azares, y puede ser disc¨ªpulo de autores que han escrito en muchas lenguas, pero hay secretos de la expresi¨®n que tal vez solo puede aprender en la suya propia. Inevitablemente el Quijote, La Celestina o el Lazarillo me hablan m¨¢s hondo porque la lengua en la que est¨¢n escritos es la de mis or¨ªgenes, en un sentido casi m¨¢s biol¨®gico que cultural. Con esas palabras aprend¨ª que se pod¨ªa dar nombres a las cosas. Sumergido a medias en otro idioma que ya tambi¨¦n se ha hecho m¨ªo, el castellano de Cervantes o de Fernando de Rojas resalta por comparaci¨®n con su sonido m¨¢s puro, con su rotundidad de guijarros.
Los leo de nuevo gracias a una gran haza?a colectiva de filolog¨ªa instigada por el profesor Francisco Rico, que a diferencia de casi todos nosotros tiene una existencia doble, porque es un erudito de carne y hueso y un personaje de novela de Javier Mar¨ªas. Sin duda esa otra identidad quim¨¦rica le hace m¨¢s sensible a las fantasmagor¨ªas necesarias de la literatura. Con una mezcla muy cervantina de quijotismo y determinaci¨®n pr¨¢ctica el profesor Rico lleva muchos a?os empe?ado en construir una biblioteca en la que est¨¢n contenidos en las mejores condiciones posibles los libros fundamentales de la literatura en lengua castellana. El proyecto es menos desmesurado que el de La Pl¨¦iade, pero como estamos en Espa?a y no en Francia su cumplimiento viene siendo mucho m¨¢s azaroso. La inseguridad sigue siendo la ¨²nica cosa constante entre nosotros, como bien sab¨ªa Gald¨®s, que escribi¨® esas palabras. M¨¢s fuerza de la que se pone en construir se pone con mucha frecuencia en derribar lo ya levantado o en socavarlo para que no salga adelante, a no ser que se trate de alguna de esas arquitecturas delirantes a las que tienen o ten¨ªan tanta afici¨®n los pol¨ªticos.
Pero caldea el ¨¢nimo que en tiempos como estos se reanude el esfuerzo por restituir esa biblioteca de todas las palabras mejores escritas a lo largo de siglos en nuestro idioma: no eso que se llama despectivamente el peso de la tradici¨®n, sino su impulso, su desaf¨ªo constante de contar por escrito el mundo.
Biblioteca Cl¨¢sica de la Real Academia Espa?ola (BCRAE). Direcci¨®n de Francisco Rico. Constar¨¢ de 111 vol¨²menes. Los ¨²ltimos publicados son Historia verdadera de la conquista de Nueva Espa?a, de Bernal D¨ªaz del Castillo; Lazarillo de Tormes; La Dorotea, de Lope de Vega, y La Celestina, de Fernando de Rojas. Real Academia Espa?ola / Galaxia Gutenberg / C¨ªrculo de Lectores. www.bcrae.es.
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