G¨®mez del Pilar, un torerazo
El novillero tore¨® como los ¨¢ngeles con capote y muleta. Le acompa?aron un Dur¨¢n trist¨®n y un Casta?o valiente
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Cuando el novillero G¨®mez del Pilar, un madrile?o de 23 a?os llamado No¨¦ G¨®mez Rodr¨ªguez en la vida civil, se perfil¨® para matar al quinto de la tarde ten¨ªa abierta de par en par la puerta grande porque estaba a punto de culminar la faena de la feria, una actuaci¨®n complet¨ªsima, magistral y plet¨®rica de principio a fin. Porque el tal No¨¦ tore¨® como los ¨¢ngeles con capote y muleta; y no solo eso: expres¨® una entrega total, una decisi¨®n desconocida, con un pundonor y un arrojo dignos de todo elogio. Y lo que es mejor: tore¨® maravillosamente, con un sentido excelso del temple, embebido siempre el toro en el enga?o, largos y hondos los muletazos, y remat¨® las tandas con los m¨¢s hermosos pases de pecho que imaginarse puedan.
A sus dos novillos los recibi¨® de rodillas en la puerta de toriles. A ese quinto lo veronique¨® despu¨¦s con galanura, con las manos bajas, gust¨¢ndose de verdad. Lo llev¨® al caballo en un personal¨ªsimo galleo por chicuelinas, y cuando tom¨® la muleta ya estaba la plaza entera expectante.
Y no fue para menos. Inici¨® la faena por alto, y en el primer pase tuvo necesariamente que notar el calor del pit¨®n roz¨¢ndole los muslos, pero el torero ni se inmut¨®. Tom¨® la izquierda, la mano de la verdad, la de los billetes verdes, que dec¨ªan los antiguos, y lo que brot¨® entonces fue toda una sinfon¨ªa de toreo sobrenatural. Dos naturales destacaron, de trazo superlativo; pero la siguiente tanda fue perfecta, honda, emotiva, y magn¨ªficamente abrochada con el pase de pecho. Era una delicia comprobar c¨®mo tomaba de largo la embestida del noble y encastado novillo, y la llevaba, arrastrando por la arena la franela hasta su misma cadera en un semic¨ªrculo sin fin. Hubo un desarme, un enfado, un grandioso pase pecho y otro del desprecio que volvieron a conmover a todos.
Guadaira/Dur¨¢n, Del Pilar, Casta?o
Novillos de Guadaira, bien presentados, bravos en los caballos, blandos y nobles. Destacaron segundo y quinto por su nobleza y casta. Una novillada de calidad.
Alberto Dur¨¢n: casi entera (ovaci¨®n); bajonazo (silencio).
G¨®mez del Pilar: dos pinchazos y estocada ca¨ªda (ran ovaci¨®n); pinchazo y estocada (oreja).
Dami¨¢n Casta?o: estocada ca¨ªda (silencio); pinchazo y estocada (silencio).
Plaza de las Ventas. 28 de mayo. Decimonoveno festejo de feria. Tres cuartos de entrada.
Buenos derechazos en el tramo final, pero a a?os luz de la belleza de los naturales, y unos ayudados por bajo pre?ados de gracia y empaque.
Cuando No¨¦ se perfil¨® se hab¨ªan vivido unos momentos de gloria, de torer¨ªa, finura y genialidad., Unos momentos de esa indescriptible felicidad que puede provocar la belleza del toreo.
Pero ya se conoce el final: G¨®mez del Pilar fall¨® y se cerr¨® la puerta. Su enfado fue monumental, solo comparable a la decepci¨®n de los tendidos, que hab¨ªan rugido de gozo y ansiaban la culminaci¨®n de aquella obra de arte.
Todo eso ocurri¨® ante ese magn¨ªfico novillo quinto, pero vean lo que ocurri¨® en el segundo: lo esper¨® de rodillas en toriles y el animal le rob¨® el capote. Se luci¨® en un quite por zapopinas, brind¨® al p¨²blico y volvi¨® a hincar las rodillas para pasarlo con la mano derecha. Ya inhiesto, lo mulete¨® con soltura por derechazos, y esa primera tanda la cerr¨® con un pase de pecho de pit¨®n a rabo, a c¨¢mara lenta. Una aut¨¦ntica maravilla. Y no acab¨® ah¨ª la cosa: continu¨® por naturales, siempre cruzado y la muleta plana, y cerr¨® la historia con unas bernardinas y otros dos de pecho del mismo tenor que los tres anteriores, pues fueron cinco en total, a cual mejor, en la m¨¢s pura esencia del pase de pecho y no del suced¨¢neo que hoy se prodiga. Mat¨® mal de nuevo, pero dej¨® una grat¨ªsima impresi¨®n en la plaza.
En fin, que hay que tragar muchos pesti?os para disfrutar una tarde; y lo de ayer fue muy gordo. Este No¨¦ tiene madera de torero grande; aunque deber¨¢ afilar la espada, por la cuenta que le trae.
Le acompa?aron Alberto Dur¨¢n, que no tuvo la suerte de cara, y se le vio trist¨®n, a pesar de sus buenas referencias; y David Casta?o, valiente y entregado, que no lleg¨® a entenderse con su lote.
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