Esto ya no es lo que era
Bryan Adams y Stevie Wonder celebran los viejos tiempos en Rock in Rio Lisboa Joss Stone propone un ¡®soul¡¯ joven y cargado de entusiasmo en la pen¨²ltima noche del festival
En la ciudad de Rua da Saudade y Rua da Misericordia, nostalgia y melancolia siempre son? bienvenidas. Hasta en un festival que, se supone, deberia entregarse al culto del rock y del sudor en la pista. Y para construirle un altar a la morri?a, qu¨¦ mejores liturgias que las de Bryan Adams y Stevie Wonder. Artistas hist¨®ricos del siglo pasado, profetas del amor mel¨®dico, ambos llevan a?os sin sacar un disco nuevo y ambos protagonizaron ayer la cuarta y penultima jornada de Rock in Rio Lisboa.
Hubo un tiempo en el que el mundo era un lugar feliz. Tal vez cursi, pero feliz. Se llevaban pantalones de campana, terminaban los ecos de las revoluciones estudiantiles y Stevie Wonder ya sacaba su primer sencillo m¨ªtico: Superstition. Era 1972 y, de acuerdo, arrancaba la crisis del petr¨®leo. Pero lo que entonces preocup¨® al planeta hoy parece un chiste. Ocho a?os despues, cuando rescate a¨²n significaba, como mucho, salvar del ahogamiento a un tipo poco precavido, pero jam¨¢s a un pa¨ªs, el canadiense Bryan Adams empezaba su andadura por la m¨²sica.
Ayer los dos estaban en Portugal. Y actuaron uno tras otro. Dos horas Bryan y dos horas Stevie. Arranc¨® el canadiense y Lisboa volvi¨® a los noventa. A sus 52 a?os Adams no ser¨¢ 18 ¡®till I die como sostiene en su canci¨®n pero aun est¨¢ para dar batalla en el escenario. Todo en su exhibici¨®n habla de otra ¨¦poca, con sus himnos a medias entre el pasteloso y el vintage, pero el p¨²blico se dej¨® atrapar. Sobre todo desde que Adams lanz¨®, uno tras otro, los temas que le llevaron hasta la cresta de la ola: sonaban Summer of ¡¯69, Everything I do, Heaven y All for love y cada cual abr¨ªa su caj¨®n de los recuerdos.
¡°Vamos a hacer un experimento. A veces sale bien, otras un desastre¡±, dijo Adams antes de subir a una chica del p¨²blico al escenario para que cantara con ¨¦l. Pero lo que empez¨® pareciendo una sorpresa espontanea acab¨® oliendo a preparaci¨®n. Resulta que Vanessa (la joven lisboeta escogida) habla un ¨®ptimo ingl¨¦s, se sabe When you¡¯re gone de memoria y tiene una voz de lujo con la que se atrev¨ªa incluso a alg¨²n grito de tinte soul. Y nada de miedo esc¨¦nico: Vanessa animaba a las miles de personas que ten¨ªa delante como un lobo de mar de la canci¨®n.
Termin¨® la actuaci¨®n de Adams y contin¨²o el viaje al pasado. Una hora y alg¨²n pitido del p¨²blico (molesto por el retraso) despu¨¦s, una leyenda de la m¨²sica lleg¨® a cerrar la noche. M¨¢s de una treintena de sencillos que alcanzaron el n¨²mero 1, decenas de Grammys, siete hijos, dos esposas, un coma de cuatro d¨ªas y duetos con Michael Jackson y los Rolling Stones entre otros testimonian que de experiencias, a lo largo de sus 62 a?os, Stevie Wonder ha tenido unas cuantas.
Y lo demostr¨® con sus ritmos a medias entre el soul, el jazz y el R&B y con su voz que jam¨¢s le traiciona. Hab¨ªa percusiones, hab¨ªa saxos, hab¨ªa improvisaci¨®n y all¨ª estaban los m¨ªticos solos de su teclado. Hab¨ªa, en definitiva, m¨²sica. Eso s¨ª, m¨²sica poco apropiada para acabar una jornada en un festival de rock. De ah¨ª que la gente aplaudiera al m¨²sico de Michigan, ciego desde su nacimiento, pero rara vez se entusiasmara. Wonder sigui¨® a lo suyo, mezclando temas y ofreciendo largos momentos instrumentales. Hasta que al final se rindi¨® y solt¨® su patrimonio m¨¢s conocido, de Isn¡¯t she lovely a I just called to say I love you. La marcha atr¨¢s segu¨ªa, la noche ya era ochentera.
Aunque, claro, la ruta hacia lo que fue se dejaba por el camino a los m¨¢s j¨®venes. Ayer muchos de los que cuando Wonder se hacia famoso aun no eran ni un proyecto de hijo se quedaron en sus casas. Dejaron alg¨²n hueco (hubo 69.000 asistentes, 5.000 menos que el d¨ªa anterior) y m¨¢s espacio para sus padres. De ah¨ª que se entrevieran mas caras de la edad de Bryan Adams.
Joss Stone podria ser perfectamente su hija. La brit?nica tiene 25 anos y un entusiasmo contagioso. Lo despleg¨® sobre el escenario, junto con sus malabarismos vocales y su sonrisa. Su soul risue?o acab¨® ganandose los aplausos del publico. Y, para qu¨¦ negarlo, concedi¨® un rato agradable, antes de la inmersi¨®n en la nostalgia.
Rock in Rio en cambio no necesita pensar al pasado. El maxievento ha edificado un refugio antiat¨®mico donde se protege la sonrisa. Tras 10 ediciones la f¨®rmula ya est¨¢ consolidada. Y funciona sobre ruedas. Cada d¨ªa miles de personas llenan el recinto y, a la espera de los conciertos, se entretienen con norias, monta?as rusas y abriendo sus bolsillos una y otra vez.
Una delicia autentica para las decenas de marcas que pueblan con sus puestos los 200.000 m2 donde se esparce Rock in Rio Lisboa. Y para todos, al menos seg¨²n el fundador del festival, Roberto Medina. ¡°350.000 personas felices, 10.000 empleos directos y un impacto en la ciudad de m¨¢s de 150 millones de d¨®lares [segun un estudio de la Universidade Catolica de Lisboa]¡±, explicaba la formula ¨¢urea de la alegr¨ªa Medina a este peri¨®dico, hace una semana.
Sea como fuera, su Disneylandia musical parece gustarle al publico. Pero lo que realmente les encanta a los asistentes a Rock in Rio es hacer colas. Las hay por todos los lados y todas las razones. Ya sea para lanzarse con la tirolina, conseguir un sill¨®n hinchable o para hacerse con una suerte de falso tatuaje de algod¨®n que cubre todo el brazo y que parece ser la tarjeta de acceso al el club de los guays, lo importante es ponerse a esperar.
Hoy el evento espera su cierre. De ello, se har¨¢n cargo Bruce Springsteen y la E Street Band. Luego, Rock in Rio saldr¨¢ rumbo a Madrid, donde debutar¨¢ el 30 de junio. Lisboa se quedar¨¢ con la nostalgia. Y con la certeza de que el mundo, un tiempo, fue feliz. Luego algo cambi¨®. Y las calles empezaron a llamarse Rua da Saudade.
Babelia
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