¡®Canci¨®n triste de Hill Street¡¯ contra ¡®Los Soprano¡¯
Comienza la batalla para elegir la mejor serie de los ¨²ltimos 30 a?os En el primer combate la malas artes de los mafiosos de Nueva Jersey han ganado con el 63,50% de los votos al cl¨¢sico de un d¨ªa a d¨ªa de una comisar¨ªa de EE UU
ACTUALIZACI?N: En el primer combate Los Soprano ha ganado con el 63,50% de los votos al cl¨¢sico Canci¨®n triste de Hill Street
Canci¨®n triste de Hill Street
Por Jes¨²s Duva
Hill Street Blues, que en Espa?a se tradujo con el l¨ªrico t¨ªtulo de Canci¨®n triste de Hill Street, es una serie m¨ªtica 30 a?os despu¨¦s de haber visto la luz en 1981 en la cadena de televisi¨®n NBC. Soy poco aficionado a las series y menos a¨²n a aquellas cuyo hilo conductor son las peripecias de unos polic¨ªas, sobre todo porque suelen estar plagadas de inexactitudes y tonter¨ªas. Unas veces, los agentes responden al clich¨¦ de tipos duros, alcoholizados y sin ning¨²n respeto a las leyes que han jurado defender, al estilo de Harry el Sucio. Sean as¨ª o no, muchos de los sargentos o capitanes que pululan por las pantallas son estereotipos: polic¨ªas de cart¨®n piedra. Sin embargo, los maderos de Canci¨®n triste de Hill Street son de carne y hueso, con sus luces y sus sombras, sus errores y sus ¨¦xitos, sus debilidades y sus fortalezas.
Steven Bochco y Michael Kozoll, los guionistas de esta teleserie, rompieron los moldes convencionales. Lo hicieron, sobre todo, imponiendo el realismo tanto a trav¨¦s del guion como de la realizaci¨®n. Y encontraron una originalidad: las historias no tienen un principio y un final en cada cap¨ªtulo, sino que fluyen durante semanas y se entrecruzan una y otra vez, como un r¨ªo con m¨²ltiples afluentes. Adem¨¢s, situaron la acci¨®n no en una gran capital ni en una unidad de ¨¦lite, sino en una peque?a comisar¨ªa de distrito de una ciudad sin nombre por la que desfilan prostitutas, camellos, carteristas, perturbados y gente corriente y moliente. Como en la vida misma.
Bochco y Kozoll cuidaron con mimo a sus personajes, rehuyendo los t¨®picos y el trazo grueso. A partir de entonces, quedaron incorporados al imaginario colectivo espa?ol personajes como el teniente Furillo, que nunca sonre¨ªa, o el sargento Phil Esterhaus, que cada d¨ªa desped¨ªa a sus subordinados con aquella frase de ¡°tengan cuidado ah¨ª fuera¡±. Antes que polic¨ªas, eran hombres con sus miserias y sus grandezas, sus alegr¨ªas y sus tristezas.
Al margen de todo eso, Canci¨®n triste supuso una innovaci¨®n en cuanto al montaje y la realizaci¨®n, sobre todo por el frecuente uso de las im¨¢genes grabadas c¨¢mara al hombro, lo que consegu¨ªa transmitir al espectador una sensaci¨®n de frescura e inmediatez, fundamentalmente en las escenas corales. Gracias a eso, el telefilme se aproximaba al g¨¦nero informativo m¨¢s que al de ficci¨®n. Y, por ¨²ltimo, el broche final era la m¨²sica de Mike Post y Velton Ray Bunch. No es extra?o que el serial cosechar¨¢ el ¨¦xito que cosech¨® y que a¨²n hoy sea un icono televisivo.
Jes¨²s Duva es periodista de EL PA?S experto en temas policiales.
Los Soprano
Por Toni Garc¨ªa
Por darle al asunto una suerte de contexto hist¨®rico vale la pena empezar diciendo que cuando HBO apost¨® por Los Soprano la ¨²nica ficci¨®n de formato largo (una hora) que hab¨ªa emitido era Oz, aquella serie sobre una prisi¨®n de alta seguridad que ¡ªa¨²n a d¨ªa de hoy¡ª sigue siendo una barbaridad (en todas las acepciones de la palabra). As¨ª que en principio la apuesta por un culebr¨®n sobre un mafioso de Nueva Jersey eclipsado por la figura de una madre hiperdominante, una mujer de armas tomar y un corro de delincuentes con pocas luces no parec¨ªa la apuesta m¨¢s osada, m¨¢s bien lo contrario. Sin embargo, Chris Albrecht, aquel visionario que ejerci¨® de presidente de HBO hasta el lamentable incidente en un parking de Las Vegas, tuvo un p¨¢lpito con Los Soprano. Y no se equivoc¨®, como tampoco lo hizo con The wire, Deadwood o Carnivale.
Albrecht vio en la serie de David Chase la sublimaci¨®n del formato televisivo, que ¨Crecord¨¦moslo- no era tan osado o irreverente como es ahora, donde parece que todos se atreven con todo y donde el esc¨¢ndalo (de baratillo) ha sustituido a la pericia narrativa. Los Soprano es una serie gigantesca, dominada por la figura de un tipo hundido hasta el cuello en una secta mesocr¨¢tica, endog¨¢mica y totalitaria (donde la jerarqu¨ªa es de una simpleza apabullante: est¨¢ Tony, y luego los dem¨¢s) que de repente advierte ¡ªcon espanto¡ª que necesita saber qu¨¦ sentido tiene su vida. Lo parad¨®jico es que el p¨¢nico que le causa la epifan¨ªa no es tanto descubrir cu¨¢l es ese sentido sino que ?L necesite descubrirlo. Como si Dios se sentara con Freud para confesarle que se lleva mal con su padre. En ese conflicto inaudito en su absoluta normalidad (todos podemos llegar a ese punto: Tony no) se estructura una insuperable disquisici¨®n sobre el poder, entendido como algo terrenal, esquivo, incontrolable, involuntariamente c¨®mico, y a su vez una maravillosa reflexi¨®n que (des)dibuja los contornos del gangster, lo despelleja y lo patalea. Una serie de f¨¦minas (psiquiatra, madre, esposa), que no femenina, donde tres mujeres son capaces de zarandear al malote m¨¢s fr¨¢gil de la historia de la ficci¨®n estadounidense. Y s¨ª, el reparto es delicioso; y s¨ª, los guiones son magn¨ªficos; y s¨ª, en Nueva Jersey caen chuzos de punta. Sin embargo, no nos enga?emos, la aut¨¦ntica maestr¨ªa de Los Soprano (y donde reside su m¨¦rito en el asalto al trono de mejor serie de la historia) reside en su inquebrantable voluntad de enterrar el g¨¦nero gansteril, de darle la puntilla. No ha habido m¨¢s mafia (ni televisiva, ni cinematogr¨¢fica) despu¨¦s de Tony, simplemente porque al convertir al icono m¨¢s cl¨¢sico de la delincuencia en un desgraciado abrazable saltan por los aires todos los automatismos emocionales con los que hemos crecido (el miedo a esa figura de leyenda que ordena y manda). Cuando al mafioso que podr¨ªa estrujarnos con el me?ique le brota la conciencia su imperio se tambalea: el p¨¢nico, y no la ley, entierra al rey y a los suyos. Si Los Soprano no es una obra maestra es que ¡ªefectivamente¡ª tenemos un problema.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.