El vicio Stendhal
Sus diarios de hace dos siglos justos se leen como si acabaran de escribirse. O m¨¢s exactamente: como si se estuvieran escribiendo ahora mismo, delante de nosotros
La naturalidad en la escritura moderna es probablemente una invenci¨®n de Stendhal. El maestro, desde luego, es Montaigne, pero la lengua de Montaigne se nos queda mucho m¨¢s arcaica, y precisa de modernizaciones ortogr¨¢ficas y notas explicativas, aparte de la interrupci¨®n constante de las citas en lat¨ªn. Stendhal ya es como nosotros. Sus diarios de hace dos siglos justos se leen como si acabaran de escribirse. O m¨¢s exactamente: como si se estuvieran escribiendo ahora mismo, delante de nosotros. El nombre de Stendhal pertenece con toda justicia al pante¨®n m¨¢s exigente del arte de la novela, pero ¨¦l es algo m¨¢s que un gran novelista: es el escritor que escribe como habla y como respira; de vez en cuando se embarca en el proyecto de una novela, pero de un modo y otro est¨¢ escribiendo siempre, sin prop¨®sito, por afici¨®n y por vicio, por el simple h¨¢bito de hacerlo, igual que viaja o pasea por la calle o se sienta en un caf¨¦ o asiste a una ¨®pera o a alguna recepci¨®n o dedica una jornada met¨®dica a examinar los frescos del Quattrocento en una iglesia italiana.
Dejando aparte las novelas, lo que escribe Stendhal nunca se sabe bien lo que es, y las novelas mismas est¨¢n contaminadas de esa misma errancia azarosa, que excluye por igual las ret¨®ricas de lo literario y las construcciones demasiado r¨ªgidas de lo novelesco. Stendhal se propone hacer algo siguiendo un plan ¡ªuna historia de la pintura en Italia, una biograf¨ªa, un libro de viajes¡ª y el plan parece que se le olvida al cabo de unas pocas p¨¢ginas; lo que escribe, lo que acaba escribiendo siempre, es un diario entre ¨ªntimo y p¨²blico que no tiene m¨¢s forma que la de sus paseos o sus divagaciones, y que respira con la libertad sin afectaci¨®n de una carta escrita con gusto y a mucha velocidad para una persona de plena confianza. El acto de escribir no a¨ªsla hura?amente a Stendhal de las otras tareas de la vida, sobre todo cuando se encuentra en su querida Italia. Escribe en Mil¨¢n y no se pierde una funci¨®n de ¨®pera en La Scala. Trasnocha en un caf¨¦ o en una recepci¨®n en casa de una de aquellas damas espl¨¦ndidas de las que estaba siempre enamor¨¢ndose y al volver a su cuarto escribe todo lo que ha visto y todos los chismes de amor¨ªos y adulterios que le han contado, y tiene tanto o¨ªdo, o tanta capacidad para recrear imaginativamente el habla, que llena p¨¢ginas en las que fluyen en primera persona los relatos de otros. Quiz¨¢ le aburre un plan de trabajo en el momento mismo en que ha escrito un t¨ªtulo en una p¨¢gina en blanco. Escribe una vida de Haydn, pero le da pereza o hay otro asunto que ha despertado su curiosidad y termina el libro de cualquier manera plagiando sin reparo a un bi¨®grafo anterior. Sus libros de viajes por Italia probablemente surgieron de la intenci¨®n comercial de aprovechar un mercado de turistas que buscaban gu¨ªas met¨®dicas de monumentos y ciudades. Pero le faltaba paciencia, y desde luego carec¨ªa por completo de m¨¦todo, hasta el punto de que en alg¨²n caso ni siquiera el t¨ªtulo se corresponde con el contenido: casi las tres cuartas partes de Roma, N¨¢poles y Florencia tratan de Mil¨¢n y Bolonia, y el espacio dedicado a la descripci¨®n de esos lugares es m¨ªnimo.
A Stendhal, contempor¨¢neo de Ingres, lo entusiasmaban por encima de todo la pintura de la escuela de Rafael y las ¨®peras de Mozart, de Cimarosa y de Rossini, y tambi¨¦n era muy sensible a la arquitectura, pero jam¨¢s escribe como un cr¨ªtico, ni separa la contemplaci¨®n del arte de sus pasiones sentimentales ni de sus observaciones sobre los temperamentos humanos o las circunstancias pol¨ªticas. M¨¢s que una gu¨ªa, dice, lo que aspira a escribir es un recueil de sensations, un relato o un registro de lo m¨¢s fugaz y tambi¨¦n lo m¨¢s primario, que no es el juicio erudito o pedante, sino la respuesta inmediata, la efusi¨®n emocional que despierta igual de intensamente un cuadro que una m¨²sica, una cara de mujer vista a la luz de los candelabros de un teatro. A punto de morir, el Charles Swann de Proust dice unas palabras en las que Stendhal se habr¨ªa reconocido: ¡°J¡¯ai beaucoup aim¨¦ la vie et j¡¯ai beaucoup aim¨¦ les arts¡±. De vez en cuando, uno conoce a personas que muestran una extrema sensibilidad para la m¨²sica, la pintura o la poes¨ªa, y sin embargo no reparan en lo que est¨¢ solo un paso m¨¢s all¨¢ de la parcela tapiada de sus especialidades, y se relacionan con groser¨ªa o aspereza con los seres humanos reales y con las cosas comunes de la vida. Stendhal es una alerta, un ant¨ªdoto: es el viajero que se fija en todo, el hu¨¦sped que advierte y agradece todos los pormenores de la cortes¨ªa, el enamorado sin ¨¦xito a quien el fracaso no avinagra, ni menos a¨²n le impide seguir admirando el esplendor de las mujeres. Antes que nadie, Stendhal intuy¨® que en la pintura el tema acabar¨ªa volvi¨¦ndose secundario, y que lo que importa al escribir no es el dominio de una serie variable de modas ret¨®ricas, sino la expresi¨®n natural de una mirada, de una voz. Una voz no impostada es siempre singular: el ¨²nico secreto de la originalidad, comprendi¨® muy pronto, en una anotaci¨®n de su diario cuando ten¨ªa poco m¨¢s de veinte a?os, era ser tranquilamente, obstinadamente uno mismo.
El vicio de escribir de Stendhal se corresponde con el vicio de leerlo. La adicci¨®n de la lectura no existir¨ªa sin la equivalencia con el h¨¢bito adictivo de estar siempre escribiendo. Lo que importa no es el libro, su proyecto o su forma final, sino la urgencia de registrarlo todo, por gusto, por vicio, porque s¨ª, porque uno est¨¢ solo y se aburre, o porque est¨¢ triste, o porque no cabe en s¨ª de entusiasmo, o porque no quiere olvidar algo que le han contado, o ni siquiera eso, porque es de noche y tiene delante un cuaderno y una pluma y un tintero, porque da gusto notar c¨®mo la pluma rasga el papel, c¨®mo la punta se sumerge en la tinta. Cuando no tiene pluma, escribe a l¨¢piz, dice; escribe en el rato que tardan los postillones en cambiar los caballos en la diligencia.
El tintero y la pluma de ave pueden ser la estilogr¨¢fica, y luego la m¨¢quina de escribir, y luego el teclado de la computadora; el impulso de Stendhal es el de esos escritores que no han necesitado un g¨¦nero o que han ido de uno a otro sin quedarse en ninguno, culos de mal asiento que disfrutan sobre todo de la movilidad del viaje: P¨ªo Baroja, Cyril Connolly, Josep Pla, Bruce Chatwin, la Virginia Woolf que no sab¨ªa vivir sin anotar en un cuaderno cada ocurrencia y cada sensaci¨®n y cada recuerdo, el Bioy Casares que cada noche cuando Borges se marchaba de su casa despu¨¦s de cenar con ¨¦l se quedaba hasta las tantas anotando la conversaci¨®n, Julio Ram¨®n Ribeyro escribiendo a m¨¢quina lo que se le pasaba por la cabeza o lo que ve¨ªa por la ventana en su despacho de la agencia France Presse.
Babelia
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