Sonny Rollins: de grana y oro
El legendario saxofonista de 82 a?os arrasa en el cierre del Festival de Jazz de Vitoria-Gasteiz
Sonny Rollins es Sonny Rollins. No hay otro como ¨¦l. Basta el anuncio de una gira por Europa del octogenario Saxophone Colossuspara que los mentideros del jazz se llenen de rumores sobre su estado de salud o si en tal lugar ha tocado tal pieza o esta otra. Tras su primer concierto en Perugia se dijo que est¨¢ acabado; luego de tocar en Antibes, result¨® que est¨¢ como nunca. Son 82 a?os a pie de obra, que se dice pronto.
El Rollins que pudimos escuchar en Vitoria anda encorvado, a base de pasitos torpes, su pelo ha adquirido el tono del algod¨®n¡ el conjunto parec¨ªa que fuera a venirse abajo de un momento a otro. Hasta que arranca. Ah¨ª cambia el asunto por completo. Rollins se acerca al micr¨®fono para saludar al personal, ¡°eskerrik asko¡±. Y el personal, que no sabe la que se le viene encima. Sonny Rollins en su mejor forma musical. Rechacen las imitaciones.
La primera parte del concierto fue absolutamente memorable. Para enmarcar. Envuelto en su camisola holgada color rojo sangre, Rollins hizo brotar del oro de su saxof¨®n frases que eran pu?ales dirigidos al coraz¨®n del oyente. Hoy como ayer, nuestro h¨¦roe sigue saliendo a escena a pecho descubierto: corta aqu¨ª, cambia de tercio all¨¢, decide salirse por peteneras acull¨¢. Todo en su m¨²sica tiene lugar a la vista del consumidor. Cada uno de sus solos es un tour de force movido por espasmos de una pasi¨®n incontenible; cada una de sus frases cortas e incisivas son brochazos de genialidad destinados a perderse en la memoria del aficionado. Rollins est¨¢ volando muy alto, como en ninguna de sus anteriores visitas a nuestro pa¨ªs; como en los viejos buenos tiempos. Hace nada se le daba por desahuciado. A los suyos, les pide m¨¢s madera alzando los pu?os al c¨¢lido aire de Vitoria-Gasteiz; y los suyos, que, en alguno de los casos, podr¨ªan ser sus hijos, no dan abasto para responder al anciano en sus demandas. Bob Cranshaw, casi medio siglo acompa?ando al saxofonista, mira a sus compa?eros de orquesta con gesto c¨®mplice. Lo tomas o lo dejas, parece decirles. Uno no toca con Sonny Rollins todo los d¨ªas.
El momento culminante de esta primera parte, y del concierto todo, lleg¨® con la balada Once in a while. Lo que toc¨® Rollins durante su largo y arrebatador solo no es para contarse, m¨¢s que nada porque no existen palabras que sirvan para describir lo que brota de la inspiraci¨®n de un coloso. Si el jazz ha llegado a ser la m¨²sica que una vez nos rob¨® el coraz¨®n es gracias a momentos como este.
Comparada con la primera parte, la segunda que, l¨®gicamente, vino a continuaci¨®n, result¨® tanto m¨¢s convencional y previsible. Rollins ha descendido a tierra para sumergirse en una m¨²sica sudorosa y febril reducida a su m¨ªnima expresi¨®n r¨ªtmica. Es el Rollins de siempre, el de los ¨²ltimos a?os, el que m¨¢s y mejor conoce la audiencia que, todo hay que decirlo, distaba de colmar el aforo de Mendizorrotza, b¨²squense las razones donde corresponda.
Eran las 11 de la noche cuando volvieron a sonar los ecos de Don?t stop de carnaval. Los fans de Rollins saben lo que esto significa: el maestro est¨¢ cansado y quiere dar por terminado el asunto. Una hora m¨¢s tarde estaba firmando aut¨®grafos a sus aficionados, a quienes la espera de m¨¢s de una hora entre que termin¨® el concierto y que su protagonista estuvo en condiciones de acudir a su encuentro no pareci¨® importar. No todos los d¨ªas tiene uno la ocasi¨®n de conocer a un verdadero coloso.
Babelia
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