El bandolero que robaba corazones
Ten¨ªa un vozarr¨®n, una presencia y una fuerza descomunales: parec¨ªa inmortal
Parec¨ªa inmortal. Cuando su buen amigo Enrique V. Iglesias, secretario general iberoamericano (los dos espa?oles, los dos uruguayos), supo de su enfermedad, coment¨® socarr¨®n: ¡°?No saben bien esos pobres bichitos del c¨¢ncer d¨®nde se han metido!¡±.
Y es que ten¨ªa una presencia, un vozarr¨®n y una fuerza descomunales. S¨ª, parec¨ªa inmortal.
Unos le llamaban F¨¦lix. Otros, Sancho. Hubo incluso una mujer que se le acerc¨® en un bar para pedirle un aut¨®grafo y se dirigi¨® a ¨¦l como ¡°don Francisco¡± porque, seg¨²n dijo, le daba verg¨¹enza llamarle Curro¡ Esto me lo cont¨®, divertido, Juan Rueda, otro gran amigo suyo de RTVE.
Yo le llam¨¦ Bandolero durante los muchos a?os en que fuimos inseparables. Pero no por la serie Curro Jim¨¦nez, sino porque F¨¦lix Sancho Gracia fue un tipo que asaltaba a la gente por los caminos de la vida para robarle el coraz¨®n.
Quienes hemos tenido el privilegio de contar con buenos amigos, incluso con muy buenos amigos, sabemos que los de verdad imprescindibles ¡ªparafraseo a Bertolt Brecht¡ª se cuentan con los dedos de una mano. Y si son cinco es que uno ha nacido con mucha, mucha suerte.
El Bandolero fue, para m¨ª, un amigo imprescindible. No pasaba una semana sin que nos habl¨¢ramos por tel¨¦fono. No pasaba un mes sin que nos vi¨¦ramos dos o tres veces. Nos junt¨¢bamos en el Caf¨¦ Gij¨®n. All¨ª, tan cerca de la estatua de Valle-Incl¨¢n, lo escuchaba como si ¨¦l fuera Max Estrella mientras yo jugaba (solo jugaba, claro) a ser su Don Latino de Hispalis.
?bamos al teatro con Miguel Narros y con Celestino Aranda. ?bamos a los toros, a Barcelona, con Juan Magdaleno, para seguir a Jos¨¦ Tom¨¢s. ?bamos a buscar patrocinadores, con Jos¨¦ Mar¨ªa Morales, para hacer la colecci¨®n de pel¨ªculas sobre los libertadores de Am¨¦rica. ?bamos a San Sebasti¨¢n, al festival de cine, y yo lo ve¨ªa por la calle buscando una esquina para vomitar. Fueron muchos a?os de lucha contra el c¨¢ncer. Pero no faltaba a ninguna cita. No dejaba de subirse a las tablas (?qu¨¦ papel¨®n en La cena de los generales!). Tampoco de actuar en el cine (?qu¨¦ actorazo, la cabeza rapada por la maldita quimioterapia, en Entre lobos!).
Siempre estaba ah¨ª. Y siempre de pie.
El Bandolero me fue contando su vida a trav¨¦s de terceros. Porque lo que m¨¢s le gustaba era hablar, y con qu¨¦ cari?o, de sus amigos. Eran incontables, pero recordaba mucho a los que se fueron antes que ¨¦l: Jorge Sempr¨²n, Javier Pradera, Paco Rabal, Fernando Fern¨¢n G¨®mez, Rafa Azcona¡ Juntos se bebieron la vida trago a trago. Mucha juerga, s¨ª. Pero todos fueron brillantes porque ten¨ªan talento y, sobre todo, porque trabajaron como cabrones.
Sin embargo, el Bandolero guard¨® su mayor cari?o, dedic¨® su atenci¨®n m¨¢s profunda, a su propia familia. Hab¨ªa que verle con su madre, que falleci¨® hace apenas dos a?os, ya muy mayor. Hab¨ªa que verle con su mujer, Noelia; con sus hijos, Rodolfo, F¨¦lix y Rodrigo; con su hermana Luc¨ªa. Todos a su alrededor, porque de todos se ocup¨® hasta el final.
La familia, los amigos, el cine, el teatro, la poes¨ªa. La sonrisa abierta, el abrazo c¨¢lido. Era un gran tipo. Como tanta gente en el mundo, ya he perdido a algunos de mis buenos amigos. Y los he tenido muy presentes desde que fallecieron. Este es el primer imprescindible que se me va. S¨¦ que me rondar¨¢ por ah¨ª, en esos rincones de la cabeza y del coraz¨®n donde se agolpan los grandes recuerdos de la vida. Por eso, para muchos de quienes lo quisimos, es inmortal.
Miguel Hern¨¢ndez, el poeta que tanto le gustaba, me permitir¨¢ esta licencia:
A las aladas almas de las rosas de almendro de nata te requiero,
Que tenemos que hablar de muchas cosas, Bandolero del alma, Bandolero.
Fernando Pajares es periodista.
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