Sudor, sangre y arena
Un lugar inmenso, donde las temperaturas pueden rozar los 60?, escasea la comida, acecha el beduino y no hay mejor transporte que el camello En el desierto, hombres como T. E. Lawrence han mostrado su lado m¨¢s valeroso Pero tambi¨¦n la cara m¨¢s oscura de su alma.
El desierto parece un lugar vac¨ªo, pero est¨¢ lleno de nombres que excitan la imaginaci¨®n e inflaman nuestro esp¨ªritu de la misma manera que el sol torna incandescentes las arenas. Nombres de lugares, reales y legendarios: Wadi Rum, el Gran Mar de Arena, Zerzura, Blad el Juf (¡°el sitio del miedo¡±, el Hoggar), las dunas de Uruk al Shaiba, el Nefud, el fuerte Zinderneuf. Nombres de tribus hostiles y de tropas curtidas: Beni Snassen, Ait Atta ¨Cequivalentes bereberes de los comanches¨C, tuareg; chasseurs d¡¯Afrique, tiralleurs du Sahara, spahis, goumiers. Y nombres de personajes: Auda, el soberbio jefe guerrero de los howaitat persuadido por Lawrence de Arabia para tomar Aqaba y del que se dec¨ªa que se hab¨ªa comido (?como el indio Magua!) el coraz¨®n de varios de los 75 hombres a los que mat¨® con su propia mano; Alexine Tinne, ¡°la sultana rubia¡±, la primera mujer en explorar el S¨¢hara, muerta a manos de los tuareg Ajjer cerca del oasis de Ghat en 1869; el mayor Ralph Bagnold, creador de las patrullas del desierto (los ¡°escorpiones¡± de Hugo Pratt) que volvieron loco al Afrika Korps; los hermanos Geste, cuyas luminosas sombras nos invitan con su valiente ejemplo a buscar un destino mejor ¨Ccon la que est¨¢ cayendo¨C en la Legi¨®n Extranjera. No hay escenario m¨¢s grandioso para la aventura que el desierto, donde lo mejor y lo peor de los hombres, su coraje y su verg¨¹enza, se enmarcan en la majestuosidad de los horizontes ilimitados sumidos en la eternidad de una nada abrasadora.
Como en el mar ¨Ccon el que tanto comparte¨C, en el desierto la conquista es una empresa in¨²til, un empe?o absurdo que se mide en vanidad y se castiga con la desesperaci¨®n. Tambi¨¦n hay belleza all¨ª, una belleza sin bondad ni dulzura, insensible e in¨²til, peligrosa, inhumana, hecha de espejismos, punteada de parajes inalcanzables y palmerales prohibidos. Todo esto lo he le¨ªdo, claro, porque en todos los lugares en que me he acercado al desierto, en Egipto, en T¨²nez, en Marruecos, en Siria, apenas si he dado unos pasos en ¨¦l, sobrecogido por su amenazadora inmensidad. El desierto, que deshidrata los cuerpos e incendia las almas.
?Qu¨¦ le atra¨ªa del desierto?, le pregunt¨¦ una vez al gran sir Wilfred Thesiger, que atraves¨® con una partida de feroces beduinos Rashid, ataviado como ellos y a lomo de camello ¨Caunque portando un volumen de Gibbon¨C, el terrible Empty Quartet o Rub al Khali, las grandes arenas del remoto sur de Arabia (?y dos veces!). Me mir¨® con lo que en ¨¦l m¨¢s se acercaba a la compasi¨®n y que en realidad era una versi¨®n educada del desprecio y me contest¨® atraves¨¢ndome con aquellos ojos de curtida ave de presa: ¡°El vac¨ªo, el espacio, el silencio, la camarader¨ªa de los bedu¡±. Sumido en el recuerdo, pareci¨® a punto de llorar, inexplicablemente nost¨¢lgico de aquellos d¨ªas de inenarrable sed en que se enfrentaron a las arenas movedizas de Umm al Samim, ¡°la madre del veneno¡±, se comieron sin remilgos una camella con abscesos supurantes y disfrutaron de un paisaje en el que ¡°dondequiera que miraras no hab¨ªa esperanza¡±.
Me atrae el vac¨ªo, el espacio, el silencio, la camarader¨ªa de los bedu¡±, me contest¨® sir Wilfred Thesiger
El otro d¨ªa, hablando con otro viajero que sabe de desiertos, Jordi Esteva, me dijo que en Arabian sands, su gran libro, Thesiger menciona otro paraje terrible del Empty Quartet llamado muy prosaicamente por los beduinos, con perd¨®n, el Co?o de la Vieja. No recuerdo la sonora denominaci¨®n, pero, claro, yo no hablo ¨¢rabe como Jordi. En todo caso, el sitio no deb¨ªa de ser muy visitado. Durante la II Guerra Mundial, Thesiger se adentr¨® en el L¨ªbico como miembro del reci¨¦n nacido Special Air Service (SAS), las fuerzas especiales creadas por el capit¨¢n Stirling que eran transportadas en sus misiones de sabotaje por los merodeadores en camionetas y jeeps artillados del legendario Long Range Desert Group (LRDG) del mayor Bagnold, gran explorador antes de la contienda y experto en la f¨ªsica de las dunas. Thesiger, que era muy suyo, me dijo refunfu?ando que aquella forma de surcar el desierto, ¡°aislado¡± en el interior de un veh¨ªculo, no le gustaba. ¡°Incluso aunque hubi¨¦ramos topado con Zerzura, el oasis y la ciudad perdidos que han sido la obsesi¨®n de todos los exploradores de ese desierto, no me habr¨ªa provocado inter¨¦s¡±. ?l quer¨ªa ir en camello, y si no, nada, ?ea! Otros combatientes de la ¨¦poca a¨²n no se hab¨ªan motorizado y andaban a lomos de esas bestias hoscas, como las unidades italianas de Meharisti, cuya ¨¦pica colonial ¨Cmuy desagradable para los colonizados¨C es similar a la de L¡¯escadron blanc, de J. Peyr¨¦, la gran novela sobre los m¨¦haristes franceses que persegu¨ªan a los beduinos tras sus razzias.
En realidad, la primera imagen que me viene a la cabeza al pensar en la aventura del desierto no es la de sir Wilfred en su camello, ni siquiera la de T. H. Lawrence en el suyo cargando contra los turcos empu?ando el rev¨®lver (con el que, por cierto, le vol¨® la cabeza a su propia montura, Naama, en una acci¨®n desafortunada, especialmente para la camella). Ni tampoco la del conde Alm¨¢sy afrontando el qibli, el viento ardiente, con su fr¨¢gil Ford T o su avioncito Rupert, ni caminando en su reencarnaci¨®n como Ralph Fiennes de El paciente ingl¨¦s con el cuerpo de Katherine entre sus brazos junto a la cueva de los nadadores en el Wadi Sora. No, lo que visualizo en primera instancia es un peque?o fort¨ªn blanco de la Legi¨®n Extranjera francesa perdido en la inmensidad refulgente de las arenas, el puesto avanzado de Zinderneuf donde se desarrollan los episodios centrales de Beau Geste, la gran novela de P. C. Wren, en torno a la que orbita todo el imaginario del desierto. Durante a?os, una de mis posesiones m¨¢s preciadas fue un modelo a escala de ese fuerte, marca Airfix, con su dotaci¨®n de min¨²sculos legionarios y un mont¨®n de guerreros beduinos. Pasaba horas librando sangrientos asedios e imagin¨¢ndome en las aspilleras del peque?o fort¨ªn aguardando con temor la muerte en forma de daga o bala de espingarda, con el o¨ªdo atento a la corneta que anunciar¨ªa un tard¨ªo rescate.
El escritor nos dice que el fuerte se encontraba bastantes d¨ªas e interminables marchas al sur de Dourgala, en el S¨¢hara argelino, cerca de la frontera con Marrue??cos, tras pasar pegando tiros el oasis de El Rassa. All¨ª llegan, con sus fusiles Lebel al hombro, los tres hermanos Geste ¨CJohn, Michael (Beau) y Digby¨C, soldados de la s¨¦ptima compa?¨ªa del 1? R¨¦giment ?tranger, tras salir del famoso cuartel general de Sidi bel Abb¨¨s y marchar cantando Voil¨¤ du Boudin hasta Ain Sefra para proseguir hasta el desierto, ¡°donde reinaba bastante agitaci¨®n¡±. A los chicos no les ha ido mal la instrucci¨®n: ¡°Pronto fuimos buenos soldados gracias a nuestra inteligencia, sobriedad, educaci¨®n atl¨¦tica, h¨¢bitos de disciplina, conocimientos del franc¨¦s y un verdadero deseo de portarnos bien¡±. Me digo que si solo se tratara de eso, yo tambi¨¦n har¨ªa un buen l¨¦gionnaire.
Por supuesto en Zinderneuf, ¡°lugar espantoso parecido a un horno¡±, las cosas se complican. El comandante Reouf se suicida ¨Cefecto del aislamiento, el cafard y la ¡°enfermedad horrible¡±, la s¨ªfilis imagino, que como no hubiera contra¨ªdo de una camella en ese puesto remoto¡¨C. Tambi¨¦n se mata su sucesor, el teniente Debussy, un alma sensible. Y asciende a responsable del puesto el malvado adjudant Lejaune, del que la novela explica que hab¨ªa sido expulsado del servicio del Congo belga ¡°por las brutalidades y atrocidades que comet¨ªa y que exced¨ªan del l¨ªmite fijado por los alegres oficiales del rey Leopoldo¡± (!). El avieso Lejaune, que blasfema como nadie (¡°Cr¨¦ bon sang de bon jour de bon malheur de bon Dieu de Dieu de sort¡±) y al que en la famosa versi¨®n cinematogr¨¢fica (1939) de Beau Geste protagonizada por Gary Cooper le cambiaron el nombre por Markoff, que ciertamente suena m¨¢s siniestro, les tiene echado el ojo a los Geste, de los que se rumorea que han escapado a la Legi¨®n tras robar el zafiro Agua Azul, que llevar¨ªan encima. El momento culminante de la historia, recordar¨¢n, es el asalto al fuerte por una multitudinaria harka tuareg, con la cruel estrategia de Lejaune, digna de estos tiempos de ERE, de colocar a los legionarios muertos en las troneras para aparentar que los defensores mantienen su n¨²mero pese a las bajas. La peli de William Wellman que a m¨ª siempre me ha parecido el acabose de la iconograf¨ªa legionaria resulta que se film¨® en Yuma, Arizona¡
P. C. Wren (1875-1941) rode¨® su vida de misterio y se ha dicho que fue cazador, marinero y soldado de caballer¨ªa en el ej¨¦rcito brit¨¢nico en India y que se alist¨® en la Legi¨®n Extranjera en Marruecos para, tras ser condecorado, desertar al pegarle a un suboficial brutal. Tambi¨¦n que fue campe¨®n de esgrima, algo que, por decir, lo podemos decir muchos. Su gran ¨¦xito, que no repiti¨® con ninguna de sus obras, fue Beau Geste, publicada en 1924, a la que siguieron Beau sabreur y Beau ideal (mi favorita: el protagonista no consigue a la chica, y lo que es peor, rescata a su novio). En su libro sobre la Legi¨®n Extranjera de la ¨¦poca colonial Our friends beneath the sands (Phoenix, 2011), Martin Windrow rastrea la biograf¨ªa de Wren, que se llamaba Percy y solo despu¨¦s adopt¨® lo de Percival Christopher (P. C.), y la encuentra llena de mistificaciones. Su servicio en el ej¨¦rcito no fue notable y parece que pas¨® la mayor parte del tiempo enfermo. Pone en duda incluso que el escritor se enrolara en la Legi¨®n, pues no hay documento alguno que lo pruebe. Eso s¨ª, admite que su informaci¨®n era buena, seguramente conseguida a trav¨¦s de alg¨²n veterano. El episodio de los tiradores p¨®stumos de Zinderneuf, en el cl¨ªmax de la novela, ag¨¢rrense, ocurri¨® de verdad. Aparece en las memorias del legionario Frederic Martyn, un ingl¨¦s, publicadas en 1911, de donde debi¨® de tomarlo Wren. Me ha encantado saber que la segunda mujer del novelista se llamaba Isobel, como la protagonista de Beau Geste.
La novela ¡®Beau Geste¡¯ logr¨® que los legionarios se convirtieran en un icono popular al nivel
El libro nos explica algunas de las grandes aventuras reales de la Legi¨®n Extranjera, no sin antes subrayar el autor c¨®mo Beau Geste signific¨® que el legionario, con su quepis de cogotera flameante, sus pantalones blancos, su faja y su largo abrigo (en cambio, no llevaban calcetines, iban descalzos dentro de las botas engrasadas), se convirtiera en un icono de la aventura, un estereotipo de h¨¦roe popular al nivel del cowboy o el detective. Ah, la m¨ªstica de la l¨¦gion. ¡°?Qu¨¦ hac¨ªas en la vida civil?¡±, le pregunt¨® el coronel Paul Rollet a un veterano legionario, un vieux moustache, en Sidi bel Abb¨¨s en los a?os veinte. ¡°Era general, mon colonel¡±. Tropas formadas para hacer el trabajo sucio en escenarios duros, los legionarios se enfrentaban en ?frica a un enemigo rudo e inmisericorde que solo te cog¨ªa prisionero con la peor de las intenciones. Hab¨ªan de combatir a jinetes ¨¢rabes que cargaban en un tronar de cascos y rifles, relampagueando el acero de sus sables y envueltos en un flamear de ropajes. El peque?o cuadro de soldados aguantando a pie firme la embestida, esperando con serenidad el momento propicio para la descarga de sus rifles Lebel o Chasepot. En otras ocasiones, los legionarios sufr¨ªan los disparos de los h¨¢biles tiradores rebeldes escondidos que los derribaban uno a uno con sus bushfars de largo ca?¨®n, viejas armas de chispa, pero letalmente efectivas. O la columna era objeto de peque?os y continuos ataques insidiosos durante su largo discurrir de marchas forzadas cuando la vigilancia se disolv¨ªa en la monoton¨ªa del paisaje y el ritmo hipn¨®tico de los pasos.
En 1882, en el Sud-Oranais, en el Chott Tigri, un destacamento que inclu¨ªa legionarios, spah¨ªs y goumiers, unos 250 hombres bajo el mando del comandante De Castries, afront¨® casi un Little Big Horne en las dunas. Sorprendidos por los Beni Gil (!), m¨¢s de un millar, los soldados combatieron en peque?os grupos tras fragmentarse la columna y solo los salv¨® de la aniquilaci¨®n que los asaltantes se distrajeran saqueando suministros. Castries perdi¨® un tercio de sus efectivos, entre ellos al capit¨¢n Barbier, con el que se hab¨ªan ensa?ado: adem¨¢s de decapitarlo, le propinaron nueve balazos y siete heridas de sable. Las mutilaciones eran lo habitual: te castraban o te cegaban a punta de daga. Los legionarios tampoco sol¨ªan coger prisioneros; en realidad, era preferible que te mataran r¨¢pido a que te dejaran vivo sin medios en el desierto.
No solo sufr¨ªan los hombres en las guerras del desierto: durante la conquista de la regi¨®n del Touat, al sur del Gran Mar de Arena occidental, entre 1900 y 1903 se calcula que murieron ?60.000 camellos! En el curso de la campa?a, una columna de 400 legionarios atraves¨® a pie el mencionado oc¨¦ano de dunas doradas a 54 grados a la sombra (y no hab¨ªa sombra). Tras 72 d¨ªas de marcha sobre uno de los terrenos m¨¢s hostiles del planeta, solo se pusieron enfermos ¨Cno consta cu¨¢ntos de insolaci¨®n¨C media docena de los soldados: unos tipos duros.
Los beduinos eran h¨¢biles en el manejo de la espada y el cuchillo;
En El Moungar, al norte de Zafrani, se produjo en 1900 otro de los combates ¨¦picos de la Legi¨®n. Masas de centenares de guerreros Dawi Mani cargaron contra las l¨ªneas de legionarios estirados y arrodillados que lanzaban descarga tras descarga. Pero lo que ha hecho famoso el nombre de El Moungar fue la tremenda batalla de ocho horas entre legionarios y shaambas en septiembre de 1903 que acab¨® en lucha cuerpo a cuerpo, en la que los beduinos, h¨¢biles en el manejo de la espada y el cuchillo, ten¨ªan ventaja sobre los legionarios ba?onnette au canon. Un gran desastre tuvo lugar en 1908 cuando los bereberes de Moulay Ahmad Lashin el Saba atacaron de madrugada el campamento desprevenido del teniente coronel Pierron en el oasis de Menabha, que estuvo a punto de convertirse en una matanza como la perpetrada por los zul¨²es en Isandlwana y cost¨® 120 bajas a los franceses.
La peor masacre sufrida por las tropas francesas ocurri¨® cerca de Khenifra, en el Medio Atlas marroqu¨ª, donde los zaian y otras tribus bereberes atacaron la columna del teniente coronel Laverdure, que regresaba de una acci¨®n de castigo contra el campamento del ca¨ªd Moha ou Hammou el Zaiani, matando a 33 oficiales y 580 soldados y capturando ocho ca?ones, cuatro ametralladoras y 630 rifles. El cuerpo de Laverdure se lo llevaron para exhibirlo y lo canjearon luego por dos de las mujeres del ca¨ªd prisioneras.
Las acciones ten¨ªan su corolario de actos de valor individual. Tras un combate cerca de Ksar el Azoudj, el teniente Deze destac¨® el comportamiento de uno de sus hombres: ¡°El soldado Maret fue hallado a nueve millas del campo de batalla, no habiendo comido ni bebido nada excepto su orina durante dos d¨ªas, y medio desnudo; pero, aunque afiebrado, todav¨ªa conservaba su rifle, su munici¨®n y su coraje¡±.
De entre todos los valientes luchadores del desierto d¨¦jenme destacar al oficial de caballer¨ªa Henry Marie Just de Lespinasse de Bournazel, del 22? de Spahis, un arist¨®crata alto, rubio y guapo. En El Mers, tras recibir una herida en el cuero cabelludo que le cubri¨® la cara de sangre, cabalg¨® solo contra los bereberes que huyeron ante el Hombre Rojo (llevaba adem¨¢s la t¨²nica escarlata del regimiento) pleno de baraka, al que parec¨ªa imposible matar. Tras innumerables aventuras, encontramos al capit¨¢n De Bournazel en 1932 en la operaci¨®n contra el ¨²ltimo reducto de los clanes rebeldes de los Ait Atta en el Djebel Sahro. El militar avanza a la cabeza de sus goums cuando es herido en el est¨®mago. Trasladado moribundo a la tienda m¨¦dica, el elegante jinete, dandi hasta el final, se se?ala las ropas ensangrentadas y desgarradas y dice al m¨¦dico: ¡°Qu¨¦ contrariedad morir as¨ª de sucio, Doc¡±.
El desierto tiene sus h¨¦roes, como ven, sus m¨¢rtires (la masacrada expedici¨®n Flatters), sus santos (el padre De Foucauld, el humanista Monod) y sus pecadores (Auda, Lejaune). Incluso sus reinas (la Antinea de La Atl¨¢ntida de Pierre Benoit). Pero pocos personajes rivalizan con el gran patr¨®n de las dunas, Lawrence de Arabia.
?Qu¨¦ queda por decir de este tipo extravagante y atormentado, excepcional propagandista de s¨ª mismo y a la vez su principal denostador, una de las personalidades m¨¢s complejas y enigm¨¢ticas que ha dado el siglo XX? Abro al azar Los siete pilares de la sabidur¨ªa, que leo como otros la Biblia, y vuelvo a extasiarme con su prosa cargada de una hiriente poes¨ªa, enraizada en el barro carnal de la humanidad, pero apuntada como un rifle hacia los astros. Era Lawrence un hombre hipersensible en el que la vanidad y el ansia de fama y trascendencia luchaban a brazo partido con su miedo a la insignificancia y al rechazo. Se catapult¨® al peor lugar del mundo en medio de una guerra espantosa librada por las gentes m¨¢s rudas para regresar sin m¨¢s respuestas que las cicatrices de bala, las pesadillas y un aura de fama que juzgaba tan fraudulenta como sus vestiduras blancas ¨Ccon el iqal dorado y la daga¨C de miembro del Estado Mayor del jerife de la Meca. ¡°Yo no soy un hombre de acci¨®n¡±, repet¨ªa el Emir Dinamita, el icono de la guerra en el desierto, el detonador de Feisal. Era el ¨²nico capaz de sintetizar la revuelta ¨¢rabe con un poema de amor. ¡°Te amaba y por eso tom¨¦ aquellas oleadas de hombres en mis manos / y escrib¨ª mi voluntad en el cielo con las estrellas¡±.
Lawrence me pone al borde de las l¨¢grimas, y no es el humo de la p¨®lvora sobrevolando la ruina de las locomotoras turcas, ni el viento del desierto cargado de arena y desenga?o. Es el espect¨¢culo de alguien que trat¨® de ir m¨¢s all¨¢ de lo que le permit¨ªa su propia naturaleza, y lo consigui¨®. Eso le hizo grande, pero desde luego no m¨¢s feliz. En la mejor biograf¨ªa de las muchas que he le¨ªdo de Lawrence (?incluso tengo una escrita por Alistair MacLean!), la de Michael Asher (Lawrence, the uncrowned king of Arabia, Viking, 1998), el autor se adentra en el alma del personaje y certifica que en el fondo hab¨ªa una enorme debilidad y, sorprendentemente, miedo. Se le aflojaba el vientre y se pon¨ªa enfermo invariablemente cada vez que entraba en acci¨®n. De hecho, inicialmente intent¨® que no lo enviaran junto a Feisal al Hejaz. Si no fuera porque suena a anatema, dir¨ªamos que era un cobarde. Y montar en camello le provocaba graves for¨²nculos.
A Lawrence de Arabia se le aflojaba el vientre y enfermaba cada vez que entraba en acci¨®n
Rastre¨¢ndolo durante dos a?os no solo en los documentos, sino en los grandes escenarios de su vida (del Wadi Rum a Clouds Hill, pasando por Deraa y Damasco), Asher entiende bien a Lawrence: no en balde ha sido tambi¨¦n soldado irregular (miembro del SAS, unidad tan imbuida del esp¨ªritu del gran genio de las incursiones), ha vivido con los beduinos y ha cruzado el S¨¢hara de Oeste a Este a pie y en camello. Para Asher, la explicaci¨®n ¨²ltima de la personalidad de Thomas Edward Lawrence, Ned para la familia, radica en la relaci¨®n con su madre, Sarah Lawrence, de la que hered¨® el cabello rubio, los ojos azules y la mand¨ªbula proyectada, y que le pegaba al chico.
Sarah tuvo cuatro hijos ileg¨ªtimos, todos varones, con Thomas Chapman, un rico arist¨®crata casado que renunci¨® a su vida anterior para, pese al esc¨¢ndalo, irse con ella, que era la institutriz de sus cuatro hijas. Mujer de car¨¢cter y de firmes convicciones morales y religiosas, aunque hizo lo que hizo, controlaba a sus hijos, estaba obsesionada con la pureza de estos y chocaba con la personalidad individualista, sensible, obstinada y secretista de Ned, al que administraba frecuentemente castigos f¨ªsicos para doblegar su voluntad. Asher opina que el masoquismo de T. E. Lawrence y el trastorno de flagelaci¨®n que padeci¨® ¨Ctras la guerra le pagaba a un hombre llamado John Bruce para que lo azotara¨C no proven¨ªan de sus traum¨¢ticas experiencias b¨¦licas, sino que estaban arraigados en su personalidad desde ni?o con la tendencia al autocastigo y al autodesprecio que le provocaban la conflictiva relaci¨®n con su madre. Ciertamente, la guerra intensific¨® esas pulsiones y les ofreci¨® un marco propicio.
Ten¨ªa un miedo terrible al dolor, pero al mismo tiempo trataba de controlarlo infligi¨¦ndoselo ¨¦l mismo, lo que le daba sensaci¨®n de poder. Ese masoquismo inclu¨ªa una carga de exhibicionismo: no se trataba de sufrir en silencio. ?Hay que ver qu¨¦ complicados pueden ser los h¨¦roes! Lawrence desarroll¨® un fuerte desagrado por su cuerpo y el sentimiento de ser f¨ªsicamente inadecuado. Pese a su incre¨ªble capacidad de resistencia, resultado de un obsesivo adiestramiento, se consideraba poco masculino y de hecho se le ha descrito con frecuencia como de aspecto ani?ado y hasta afeminado. No le atra¨ªan los cuerpos de las mujeres, sino los de los hombres. En todo caso, ten¨ªa horror a la intimidad f¨ªsica del sexo. La ¨²nica vez que se enamor¨®, seg¨²n los indicios, fue de S. A., las iniciales que aparecen en la conmovedora dedicatoria de Los siete pilares de la sabidur¨ªa, y que se cree que corresponden a Salim Ahmad, apodado Dahoum, un jovencito aguador ¨¢rabe al que cobr¨® afecto durante sus excavaciones en Siria antes de la I Guerra Mundial y con el que vivi¨® una relaci¨®n muy rom¨¢ntica. Es dif¨ªcil decir si pasaron a mayores.
Asher encuentra que mucho de lo truculento que explic¨® Lawrence es producto de su fantas¨ªa y ansias de martirio, y especialmente de su impulso de humillaci¨®n y autodegradaci¨®n, que le resultaba tranquilizador: ¡°El hombre puede ascender a cualquier altura, pero hay un nivel animal por debajo del cual no puede ya caer¡±. En ese sentido, el bi¨®grafo opina que lo m¨¢s probable es que la famosa historia de su tortura y violaci¨®n por soldados turcos en Deraa cuando espiaba disfrazado de circasiano ¨Cepisodio que explica con pelos y se?ales en su libro (detallando incluso que el bey turco le hab¨ªa metido mano y que tuvo un orgasmo mientras le golpeaban)¨C sea una invenci¨®n. Tampoco cree que ocurriera otro de los episodios m¨¢s c¨¦lebres de las aventuras de Lawrence, la terrible ejecuci¨®n con su rev¨®lver de Hamed el Moro, culpable de asesinar a otro miembro de la partida guerrillera. Lawrence, sostiene Asher, no ten¨ªa est¨®mago para matar a un hombre a sangre fr¨ªa. Tampoco era un s¨¢dico capaz de dar la orden de no hacer prisioneros durante el ataque a la columna turca en Tafas. En cambio, parece s¨ª ser cierto que Lawrence regres¨® con gran coraje sobre sus pasos y salv¨® la vida a su sirviente Gassim, ca¨ªdo del camello durante la traves¨ªa de El al Houl, el Terror, la desolada extensi¨®n del Nefud que hubo que atravesar para atacar Aqaba (en la pel¨ªcula de 1962 de David Lean protagonizada por Peter O¡¯Toole, el rescatado y el ejecutado eran la misma persona, para mayor dramatismo).
Yo no soy hombre de acci¨®n. Te amaba y por eso tom¨¦ aquellas oleadas de hombres en mis manos¡±
Asher concluye que Lawrence cont¨® muchas mentiras, exager¨® y reinvent¨® episodios de su vida, siendo un manipulador de su propio mito. Bernard Shaw, amigo de Lawrence, apunt¨® que este no era, desde luego, ¡°un monstruo de veracidad¡±. Y llegamos a lo de los azotes pagados. Estos eran de car¨¢cter indudablemente sexual, pues se los hac¨ªa dar en el culo, con perd¨®n, no en la espalda (?no son las nalgas en pompa de Lawrence de Arabia un s¨ªmbolo de las dunas, como lo son los pechos de la Katherine de El paciente ingl¨¦s?: un desierto escondido hecho de deseos y transgresiones). La primera vez, en 1923, Bruce le propin¨® 12, y los latigazos le hicieron sangrar. Al acabar le pidi¨®: ¡°Dame otro, el de la suerte¡±. En total, hasta 1935, el escoc¨¦s lo azot¨® en nueve ocasiones, al menos una con otra persona presente. Lawrence experiment¨® el orgasmo varias veces.
Muchos de los misterios de la personalidad del coronel Lawrence quedaron sin resolver para siempre cuando muri¨®, seis d¨ªas despu¨¦s de sufrir un accidente con su motocicleta Brough Superior de 1.000 cc, el 13 de mayo de 1935. Es dif¨ªcil decir qui¨¦n fue realmente Lawrence de Arabia, pero su lucha contra el desierto y contra s¨ª mismo refleja algunas de nuestras luces y sombras, de nuestras dudas y anhelos secretos. ¡°Aquel crep¨²sculo era feroz, estimulante, b¨¢rbaro¡±, escribi¨® en una ocasi¨®n, ¡°reanimaba los colores del desierto como una pincelada mientras que lo que yo ansiaba era debilidad, frescores y brumas grises, que el mundo no tuviese aquella claridad cristalina, aquella definici¨®n de lo acertado y lo equivocado¡±.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.