Catalina de Arag¨®n reina
Tras su gran ¨¦xito en el Globe londinense, la compa?¨ªa Rakat¨¢ presenta en Madrid 'Enrique VIII' Se trata de un 'shakespeare' nunca estrenado en Espa?a En la obra brilla Elena Gonz¨¢lez como Catalina de Arag¨®n
Por qu¨¦ elegir¨ªa Shakespeare escribir sobre Enrique VIII? Nunca se hab¨ªa acercado tanto al presente en sus cr¨®nicas hist¨®ricas. El protagonista titular fue el padre de Isabel I: la reina ya hab¨ªa muerto cuando se estren¨® la pieza, pero no parec¨ªa buena cosa agitar demasiado aquellas aguas. Aunque Enrique VIII lleva el subt¨ªtulo de All Is True (todo es verdad), Shakespeare se libra muy mucho de abordar el perfil intensamente psic¨®tico del monarca o de sacar a relucir su larga lista de decapitaciones, echando el tel¨®n (a modo de tupido velo) tras uno de los escasos momentos m¨¢s o menos felices de su mandato: la boda con Ana Bolena y el nacimiento de la futura soberana. Ese andar de puntillas parece contagiar a la escritura, muy lejos en potencia dram¨¢tica de sus anteriores juegos de tronos. Hay tambi¨¦n un extra?o abocetamiento de tramas y personajes secundarios, como si Shakespeare hubiera tenido que componer la funci¨®n a la carrera, o fuera consciente de que le quedaba poca mecha. As¨ª, por ejemplo, nos importa poco que se carguen al personaje de Buckingham porque apenas hemos tenido tiempo de conocerle, y algo parecido sucede con buena parte de las agolpadas intrigas cortesanas.
Lo ¨²nico que realmente nos importa, dir¨ªa yo, es lo que le pasa a Catalina de Arag¨®n. Samuel Johnson ten¨ªa much¨ªsima raz¨®n cuando escribi¨® que ¡°el genio de Shakespeare entra y sale con Catalina¡±. Ella es el ¨²nico personaje de carne y sangre, el ¨²nico con aut¨¦ntica grandeza, el ¨²nico que sufre sin ret¨®rica. Aunque la obra lleve el nombre de Enrique, el centro emocional es la reina espa?ola, y hay que reconocer que hacen falta unas ciertas narices para eso. Por otro lado, si ech¨® el freno a la hora de retratar al rey, tambi¨¦n es cierto que ni su perfil ni el de Ana Bolena son excesivamente laudatorios. ?l es m¨¢s bruto que un badil, el taimado Wolsey se la mete doblada desde el principio (por eso se pulen a Buckingham), y en la segunda parte queda meridiano que todas las justificaciones religioso-din¨¢stico-patri¨®ticas para repudiar a la pobre Catalina son una simple pantalla de su enco?amiento con la joven camarera, a la que Shakespeare presenta como una trepa de manual, y bien se encarga su asistenta de subrayarlo cant¨¢ndole la ca?a sin pelos en la lengua. En cuanto a Wolsey, el cardenal cat¨®lico, estamos ante un malo de corto vuelo: un pol¨ªtico turbio que cae porque le ciega el orgullo. Shakespeare le da una despedida sugestiva y con acentos l¨ªricos aunque no acabas de cre¨¦rtela: porque no le cuadra a un personaje con su trayectoria y porque esa aria final se parece demasiado a la de Buckingham. Brota la intuici¨®n de que si Enrique VIII se monta tan poco quiz¨¢s sea porque, a¨²n d¨¢ndole cien vueltas a muchas piezas de corte similar, no est¨¢ precisamente entre lo mejor de su autor. Sin embargo, la compa?¨ªa Rakat¨¢ se decidi¨® por ella a la hora de aceptar el envite ol¨ªmpico del Globe, que este verano ha presentado las obras completas del gran Bill en montajes de 37 grupos de medio mundo. Imagino que a la hora de elegir una tem¨¢tica ¡°espa?ola¡±, los de Rakat¨¢ solo ten¨ªan dos posibilidades: o Trabajos de amor perdidos o esta. Optaron por la v¨ªa dif¨ªcil y su bravura fue recompensada: excelentes cr¨ªticas en la prensa londinense, y el Globe, doy fe, a sus pies, cosas ambas que no pasan todos los d¨ªas y que hay que celebrar. Ahora est¨¢n en los Teatros del Canal, con el reclamo de su ¨¦xito y del estreno absoluto (jurar¨ªa) del texto en Espa?a.
Ernesto Arias y Jos¨¦ Padilla han hecho un verdadero encaje de bolillos, fusionando roles, reordenando escenas¡
Ernesto Arias (director) y Jos¨¦ Padilla (autor de la versi¨®n) han hecho un verdadero encaje de bolillos, reduciendo a diecis¨¦is los casi cuarenta personajes del original, fusionando roles, reordenando escenas, y prescindiendo por completo de la pompa y el boato que suelen acompa?ar a la pieza desde finales del dieciocho, d¨¢ndolo aqu¨ª a pelo, sin apenas escenograf¨ªa, es decir, como en su ¨¦poca, con un brillante vestuario de Susana Moreno, y una no menos estupenda m¨²sica de ¨®rgano a cargo de Juan Manuel Artero.
Enrique VIII llega l¨®gicamente reducida (dos horas) pero clara, bien contada, con energ¨ªa constante y a muy buen ritmo. Quien se lleva de calle la funci¨®n es Elena Gonz¨¢lez en el rol de Catalina. La hab¨ªa aplaudido en registros de comedia, pero est¨¢ igualmente admirable en su vertiente dram¨¢tica. Es una de esas actrices que ¡°llama al o¨ªdo¡± tan pronto empieza a hablar, plet¨®rica de verdad, de poder¨ªo y de emoci¨®n. Rebosa dignidad cuando rechaza la farsa ¡°legal¡± de su repudio; lanza rayos de legitim¨ªsima ira en su careo con Wolsey y Gardiner (en el Globe aplaudieron a rabiar ese mutis); y est¨¢ conmovedora en su agon¨ªa, que Arias monta ¡ªbuena idea de puesta¡ª en paralelo con el bautismo de Isabel, como si se tratara de una visi¨®n alucinada. Otra inteligente yuxtaposici¨®n es la de la muerte de Buckingham, que da paso a la masque danzada donde se encontrar¨¢n el monarca y la futura reina. Fernando Gil es un joven rey arrogante, explosivo, que sabe mostrar y alternar sus vetas de ingenuidad y de retorcida malicia: podr¨ªa hacer un estupendo Enrique V.
Catalina es el ¨²nico personaje de carne y sangre, con aut¨¦ntica grandeza, el ¨²nico que sufre sin ret¨®rica
No me convenci¨® tanto Jes¨²s Fuente como Wolsey: es un actor con presencia, con impecable dicci¨®n, pero me parece que la villan¨ªa del cardenal queda demasiado subrayada, aunque reitero que se trata de un personaje que no permite excesivos matices. Muy bien la sobriedad ir¨®nica de Bruno Ciordia (Suffolk) y la vivacidad de ?scar de la Fuente, en un personaje que, dir¨ªa, fusiona elementos del cortesano Sands y del doctor Butts. Me parecieron igualmente convincentes Alejandro S¨¢a (Gardiner) y Jes¨²s Teyssere, un Kranmer inusual, a caballo entre el iluminismo y un aura de brujo medieval (al que, por cierto, Enrique VIII mand¨® quemar a?os m¨¢s tarde). Muy eficaz Alejandra Mayo, la dama de Ana Bolena y de la reina, a la que han rebautizado como Beatriz. A veces la b¨²squeda de la energ¨ªa lleva a parlamentos crispados o sobrecargados de volumen, como sucede con Buckingham (Julio Hidalgo) o Norfolk (Rodrigo Arribas).
Todav¨ªa un poco verde, l¨¢stima, Sara Moraleda en el breve papel de Ana Bolena: est¨¢ mucho mejor en la escena de la seducci¨®n, bailando y encelando a Enrique, que cuando conoce las nuevas de su futuro.
No es frecuente que catorce int¨¦rpretes aborden, fuera de los teatros nacionales, un empe?o semejante: bravo por ellos y por todo el equipo.
Enrique VIII, de William Shakespeare. Versi¨®n de Jos¨¦ Padilla. Direcci¨®n de Ernesto Arias. Fundaci¨®n Siglo de Oro (Rakat¨¢). Teatros del Canal. Madrid. Hasta el 23 de septiembre.www.teatroscanal.com. www.fundacionsiglodeoro.org.
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