Patrimonios perdidos
Preservar el patrimonio no es un gasto superfluo, una blandura sentimental El escritor considera que es una inversi¨®n que puede crear prosperidad durante generaciones
Viniendo a ?beda desde el sur, desde la carretera vieja de Granada que atravesaba la sierra de M¨¢gina, la iglesia de San Lorenzo se distingue con dificultad del lienzo de la muralla almohade del que forma parte. Por encima de la ladera de huertas, la muralla es un mirador sobre el que se asientan las casas blancas que miran al valle del Guadalquivir. La iglesia se construy¨® aprovechando como contrafuertes uno de sus torreones, y est¨¢ hecha con bloques de la misma piedra, la arenisca rubia que brilla al sol y se repite tanto en las otras iglesias y en los palacios de la ciudad, y tambi¨¦n en los dinteles de muchas casas campesinas. En las fachadas de los palacios la piedra est¨¢ desnuda y muy labrada, algunas veces con cari¨¢tides de una extraordinaria elegancia, obra de un escultor franc¨¦s que trabaj¨® en la ciudad en el siglo XVI, y que recuerdo haber le¨ªdo que tuvo conflictos con la Inquisici¨®n, quiz¨¢s porque sus figuras se parecen m¨¢s a divinidades cl¨¢sicas que a santos cat¨®licos. En las casas campesinas la cal cubre todo el espacio de las fachadas, dejando solo al descubierto la piedra de los dinteles de las puertas y los marcos de las ventanas. Me gusta la elegancia sobria de la cal y la piedra, que favorece la impresi¨®n de una sola trama urbana, en la que los monumentos no son islas separadas de los lugares de la vida com¨²n, sino espacios empapados y habitados por ella. Cuando yo era ni?o muchas m¨¢s casas que ahora se apoyaban en la muralla, como nuevos organismos que aprovechan una ruina o un tronco ca¨ªdo para medrar en ellos. Palacios con patios de columnas de m¨¢rmol eran populosas casas de vecinos. En una torre intacta de la muralla un agricultor conocido de mis padres ten¨ªa su almac¨¦n de grano.
Caserones medio abandonados e iglesias cerradas desataban las imaginaciones de los ni?os. Antes de que la restauraran y en parte la inventaran para convertirla en escuela de Artes y Oficios, la Casa de las Torres era como un castillo l¨®brego de cuento, con ventanucos estrechos de los llegaba un fr¨ªo de cripta, con un portal¨®n viejo con llamadores enormes y clavos oxidados, con g¨¢rgolas ennegrecidas por la humedad y los l¨ªquenes, caras de bocas redondas y abiertas asomadas a los aleros y mirando hacia abajo, como si quisieran infundirnos miedo.
La singularidad de la iglesia de San Lorenzo era su alta espada?a sin campanas, pero cubierta de hiedra. La hiedra disolv¨ªa las diferencias entre la obra humana y los reinos de la naturaleza. Trepaba hasta lo m¨¢s alto del campanario con un verdor lujuriante de jard¨ªn vertical. El misterio de la iglesia era que estaba cerrada. Hab¨ªa una se?ora mayor a la que llamaban la Campanera, y que viv¨ªa en una casita blanca encaramada al filo de la muralla, pero que yo recuerde en la iglesia no quedaban campanas. A veces encontr¨¢bamos entornada la puerta y ve¨ªamos en su interior grandes bloques de sombra como de un almac¨¦n, cristos y santos de madera tallada apoyados contra las paredes, quiz¨¢s tambi¨¦n planchas de madera olorosas y polvo de serr¨ªn de una carpinter¨ªa.
La iglesia estaba cerrada desde los tiempos de la guerra, cuando fue asaltada y expoliada. Desde entonces no hab¨ªa vuelto a salir la procesi¨®n del se?or del Consuelo. Deb¨ªa de ser una procesi¨®n modesta, a la escala de la iglesia y de las calles empedradas y las plazuelas por las que se pasear¨ªa la figura del santo, una procesi¨®n gremial en la que participaban los hortelanos que viv¨ªan en ellas. Junto al costado de la iglesia bajaba una calle estrecha hacia todos los caminos de las huertas cercanas y de los olivares. Los cascos de los caballos, los mulos y los burros, las pezu?as de las vacas, repicaban duramente sobre el empedrado. A?os despu¨¦s, cuando la mayor parte de los vecinos antiguos hab¨ªan muerto o se hab¨ªan marchado, instal¨® su estudio delante de la iglesia de San Lorenzo el pintor y escultor salvadore?o Mauricio Jim¨¦nez Larios. Viniendo desde tan lejos, descubri¨® que su lugar en el mundo ser¨ªa ese rinc¨®n del que tantos se hab¨ªan ido, nos hab¨ªamos ido.
La iglesia de San Lorenzo puede derrumbarse, el Obispado de Ja¨¦n prefiere no hacer nada, y las autoridades parecen tener otras prioridades
Mauricio tuvo el proyecto de establecer en la iglesia un centro cultural. Sab¨ªa que estando abandonada corr¨ªa el peligro de la ruina. Yo le propuse que fuera un centro dedicado a recoger la memoria popular del barrio de San Lorenzo: los oficios, los linajes de los hortelanos, las artesan¨ªas diversas de los hombres y las mujeres, el patrimonio oral de los relatos y las canciones, el de la memoria de la guerra y de la posguerra.
Nada es m¨¢s desolador que ver desalentarse a un hombre entusiasta y razonable. Tras a?os de buenas palabras y dilaciones pol¨ªticas estuvo claro que el centro no iba a salir, y la iglesia sigui¨® cerrada, su decrepitud cada vez m¨¢s visible por comparaci¨®n la pujanza de la hiedra en la espada?a (Ricardo Mart¨ªn anduvo por all¨ª y le hizo fotos muy hermosas). Las autoridades en Espa?a suelen ser temibles cuando no remedian nada, pero a veces m¨¢s temibles todav¨ªa cuando deciden remediar algo. A alg¨²n talento municipal o episcopal se le ocurri¨® que la hiedra pon¨ªa en peligro la estabilidad de la espada?a. Secaron la hiedra y entonces descubrieron que ahora es cuando la espada?a est¨¢ de verdad en peligro, porque eran justo sus tallos y sus ra¨ªces los que la sosten¨ªan.
Ahora la iglesia de San Lorenzo est¨¢ tan deteriorada que puede derrumbarse, y el Obispado de Ja¨¦n, al que pertenece, prefiere no hacer nada, y las numerosas autoridades locales, provinciales y regionales parecen tener otras prioridades. Al fin y al cabo es una iglesia sin mucha importancia en un barrio antiguo de gente trabajadora en el que ya hay muchas casas vac¨ªas. El escritor Jer¨®nimo Maesso public¨® un art¨ªculo denunciando ese abandono: alg¨²n paisano iracundo le ha respondido que no hace ninguna falta proteger una iglesia cuando hay tanta gente necesitada. Parece que a esas personas justicieras no se les ocurre que para una ciudad como ?beda, como tantas de Espa?a, preservar el patrimonio no es un gasto superfluo, una blandura sentimental, sino una inversi¨®n que puede rendir beneficios y crear prosperidad durante generaciones, y adem¨¢s hacer m¨¢s grata la vida de todos. Una de las fuentes m¨¢s seguras de trabajo y riqueza, inagotable a poco que se cuide, no contaminante, es un patrimonio hist¨®rico bien gestionado, que incluye no s¨®lo los monumentos que antes sal¨ªan en las postales, sino el entorno en el que cobran su pleno sentido: lugares en los que se puede vivir y a los que llegar¨¢n esos viajeros que no arman bronca y que est¨¢n dispuestos a pagar un buen hotel, un buen restaurante, un caf¨¦ civilizado, servicios de alta calidad que crean puestos de trabajo cualificados.
No es ese el camino elegido. Se hundir¨¢ San Lorenzo, como se han hundido o se han destruido tantos edificios, tantas vistas singulares de esa ciudad, y es posible que en el solar, convenientemente recalificado, construyan un bloque de viviendas con reflejos de falso m¨¢rmol, tejadillos t¨ªpicos, barandas de escayola, con vistas al valle del Guadalquivir. Me niego a creer que sea siempre eso lo que nos merecemos.
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