Ra¨²l Ruiz, 25 a?os
"Vimos salir el sol incontables veces: botellas vac¨ªas, ceniceros llenos. Una generosidad inmensa"
En nuestro pa¨ªs, un escritor muerto es, con raras excepciones, un escritor enterrado. Una ley no escrita (y que habr¨ªa que abolir cuanto antes) estipula que para la exhumaci¨®n han de pasar al menos dos generaciones. Va siendo hora, pues, de resucitar con todos los honores a Ra¨²l Ruiz, de cuya muerte se cumplieron 25 a?os el pasado 18 de agosto.
Confund¨ªan a menudo (y siguen confundiendo) al escritor catal¨¢n con el cineasta chileno. Distinto DNI pero parejo ADN: Ra¨²l I (para m¨ª siempre ser¨¢ el primero) habr¨ªa disfrutado enormemente con Los misterios de Lisboa de Ra¨²l (o Raoul) II.
Escribo hoy para oficiar su duelo celebrando su vida, su vocaci¨®n y sus logros. Cumplida la treintena, Ra¨²l Ruiz dej¨® la docencia (aunque no la ense?anza) para dedicarse plenamente a la literatura. Cuesta de creer todo lo que escribi¨® en apenas una d¨¦cada: novelas, ensayos, art¨ªculos, libros de cuentos, traducciones, poes¨ªa. Todav¨ªa es m¨¢s dif¨ªcil de creer, y muchos no nos curaremos nunca de esta certidumbre, que el verano de su muerte tuviera tan solo 39 a?os: a este paso acabar¨¢ siendo nuestro hijo.
Sus dioses eran Montaigne, Borges, Italo Calvino, Valle, Sciascia, Cunqueiro, Pasolini, Joan Perucho, Buster Keaton y Rudy Lerman, entre otros. Sus caracter¨ªsticas esenciales fueron la erudici¨®n gozosa, el vertiginoso juego de ideas, el placer de la narraci¨®n, la iron¨ªa elegante, el amor a la belleza, el entusiasmo.
Su obra mayor, la trilog¨ªa integrada por El tirano de Taormina (1980), Sixto VI (1981) y La peregrina y prestigiosa historia de Arnaldo de Montferrat (1984), recibi¨® excelentes cr¨ªticas pero est¨¢, como tantas cosas, rotunda e injustamente descatalogada: una reedici¨®n ser¨ªa el mejor tributo a su memoria y un gran regalo para los lectores de hoy.
Su influencia y su prematura muerte fueron hechos capitales en mi vida.
A Ra¨²l y a Mercedes Rosell, su mujer, les encontr¨¦ a mediados de los setenta en una tertulia que se hac¨ªa, despu¨¦s del cierre, en la desaparecida librer¨ªa Ta¨¹ll, en la calle Vallirana. Viv¨ªan muy cerca, en Pr¨ªncipe de Asturias, y me abrieron sus puertas, sus libros y sus brazos: lo que aprend¨ª en aquella casa no se ense?a en las mejores universidades.
Completaba el triunvirato Manolo Pag¨¦s, uno de los tipos m¨¢s ingeniosos y divertidos que he conocido ¡ªasistir a sus conversaciones era un verdadero festival¡ª y tambi¨¦n formidable escritor: de los libros que Ra¨²l y Pag¨¦s hicieron juntos (Las aventuras del bar¨®n de Voltoya y Un libro capital sobre capiteles) solo apareci¨® el segundo, una pirueta brillant¨ªsima, casi chestertoniana, que igualmente deber¨ªa volver a ver la luz. El triunvirato siempre ten¨ªa horas para hablar, robadas al sue?o y al trabajo, cayeras cuando cayeras por su casa, hasta la madrugada, hasta que amanec¨ªa incluso, aunque a las ocho de la ma?ana tuvieran que ir a dar sus clases.
Ra¨²l estaba escribiendo entonces su primera novela, Torrijos y yo junto al mar, que qued¨® finalista del premio Barral. Seguir¨ªan De las meninas a los laberintos (1977), y el ciclo de Taormina, y, recuerdo a vuelapluma, Cuentemasen el 81, y La mirada del idiota en el 84, y Los papeles de Flavio Alvisi en el 85, y velozmente, como si previera su final, agolpados en el 87, Discurso de vivir, La llave que brilla, Hay un lugar feliz lejos muy lejos (precioso y desolador t¨ªtulo) y el p¨®stumo Alfabeto de la luna.
Vimos salir el sol incontables veces: botellas vac¨ªas, ceniceros llenos. Una generosidad inmensa, constante: gracias, gracias, gracias. Lo que m¨¢s recuerdo ahora, lo que m¨¢s quiero recordar para espantar al murci¨¦lago, son aquellas charlas riqu¨ªsimas, siempre atravesadas de carcajadas, y aquella frase program¨¢tica dicha sin ¨¦nfasis, con una sonrisa, como Ra¨²l dec¨ªa siempre las cosas m¨¢s serias: ¡°El d¨ªa en que ceda y baje la guardia, me habr¨¢n vencido¡±. No te han vencido, amigo, mientras sigamos record¨¢ndote y sobre todo (y aqu¨ª es donde los verdaderos editores han de hacer honor a su nombre y a su oficio) mientras sigan ley¨¦ndote.
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