Horacio V¨¢zquez-Rial, lealtad a la vida
El escritor argentino resid¨ªa en Espa?a desde 1974
Solo una vez en mi vida mir¨¦ la ¨²ltima p¨¢gina de un libro antes que la primera. Har¨¢ de eso unos 15 a?os y se trataba del manuscrito de El soldado de porcelana. Yo cumpl¨ªa entonces las funciones de director editorial de Ediciones B. Era viernes, invierno, ¨²ltima y oscura hora de la tarde. Poco antes hab¨ªa recibido una llamada de Carmen Balcells para avisarme de que mandaba a un mensajero con algo urgente. Me hab¨ªa comprometido a darle mi opini¨®n a la vuelta del fin de semana. El problema fue que el mensajero no tra¨ªa un paquete, sino dos. Ambos rebosantes de folios. De ah¨ª el impulso aterrado de atisbar el ¨²ltimo folio para ver el n¨²mero de p¨¢ginas. Eran m¨¢s de 1.200. Ced¨ª al impulso de ojear tambi¨¦n la primera p¨¢gina, en la que, por debajo del t¨ªtulo, figuraba el nombre del autor: Horacio V¨¢zquez-Rial. La novela empezaba como si se permitiera al lector pegar el o¨ªdo a una conversaci¨®n que parec¨ªa venir de muy atr¨¢s. Un personaje afirmaba: ¡°Por lealtad a la vida. Por lealtad a la historia¡±.
El lunes acud¨ª al despacho de Pere Sureda, jefe m¨ªo en la ¨¦poca. Iba dispuesto a convencerlo de la necesidad de publicar aquel tocho complejo, caro y no necesariamente vendible. Estuvo de acuerdo al instante y dio una explicaci¨®n que no he olvidado: ¡°Porque no has pegado ojo en tres d¨ªas. Porque llevamos a?os trabajando juntos y nunca me hab¨ªas hablado de un libro con esta emoci¨®n. Y porque a los dos nos conviene seguir creyendo que nos dedicamos a esta profesi¨®n precisamente para esto¡±.
Tuve el privilegio de convertirme en el editor de aquella novela que, encima, obtuvo una imprevista bendici¨®n comercial. Publiqu¨¦ sus libros siguientes y recuper¨¦ alguno anterior. Todav¨ªa hoy creo que sus mejores novelas est¨¢n a la altura de los grandes de la lengua hispana. De los grandes, grandes. Es posible que su condici¨®n de argentino en Espa?a y espa?ol en Argentina complicara en parte su difusi¨®n aqu¨ª y all¨¢. Quiz¨¢ public¨® demasiado. Hab¨ªa que ganarse la vida.
Horacio V¨¢zquez-Rial (Buenos Aires, 1947) ten¨ªa 65 a?os cuando un c¨¢ncer de pulm¨®n, provocado por los 40 cigarrillos diarios que se fumaba, le arrebat¨® ayer la vida. Tuvo que salir de Buenos Aires huyendo del grupo terrorista ultraderechista Triple A y lleg¨® a Barcelona en 1974, all¨ª se qued¨® muchos a?os. En Espa?a consolidar¨ªa una carrera literaria que despunt¨® en los ochenta con t¨ªtulos como Historia del triste o La reina de oros.
La inquietud pol¨ªtica siempre le marc¨®. Militante trotskista en su juventud, sus ideas derivaron a posiciones m¨¢s conservadoras con los a?os. En un paso m¨¢s en esa evoluci¨®n pol¨ªtica, Horacio estuvo entre los fundadores del partido Ciutadans de Catalunya.
Siempre tuve la sensaci¨®n de que, como escritor, para verlo a ¨¦l hab¨ªa que mirar hacia arriba. Y cada vez que lo hice me encontr¨¦ una figura que tend¨ªa la mano con la elegancia de fingir que est¨¢bamos a la misma altura. Extremadamente coqueto, lleg¨® a pedirme en una ocasi¨®n que no usase para las solapas de sus libros una foto en la que se ve¨ªa muy mayor; en cambio, pod¨ªa dejarse retratar por el gran Daniel Mordzinski sentado en la cama, en camiseta y calzoncillos, con aspecto de hombre derrotado por el tiempo.
Era capaz de ser sabio y cotilla, profundo y fr¨ªvolo. Cualquier conversaci¨®n con ¨¦l era una celebraci¨®n de la vida. Una vez, tras un largo paseo por Buenos Aires, se me ocurri¨® comentarle: ¡°T¨² lo sabes todo de esta ciudad y yo soy tan bruto que ni te pregunto¡±. ¡°Tienes raz¨®n¡±, me contest¨®, ¡°Todas estas piedras ah¨ª muertas y t¨² y yo aqu¨ª, hablando de mujeres vivas. Qu¨¦ tontos, ?no?¡±
Sureda ten¨ªa raz¨®n. ?ramos editores para eso. Para prestar toda la complicidad posible al ¨¦xito de novelas como El soldado de porcelana. Pero tambi¨¦n por el placer de sentarnos a la mesa de gente como Horacio a hablar de amores mientras prob¨¢bamos su exquisita ensalada italiana. Por lealtad a la vida, carajo.
Enrique de H¨¦riz es escritor.
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