Para un diccionario b¨¢sico
Bastantes ciudades empiezan bien, pero casi todas acaban mal. ?msterdam se va mutando en tejidos sucesivos, como disolvi¨¦ndose en ellos
Atardecer. La luz diurna que queda todav¨ªa cuando ya se ha ido el sol le da un brillo m¨®vil de mercurio a los canales de ?msterdam. Por encima de los tejados, de las ventanas sin cortinas en las que van encendi¨¦ndose las luces, pasan las grandes nubes viajeras que trae el viento del Atl¨¢ntico. En las calles comerciales donde s¨®lo est¨¢ permitida la circulaci¨®n de tranv¨ªas y bicicletas se han cerrado las tiendas y hay un silencio en el que se nota la fatiga y el alivio del d¨ªa laboral concluido.
Bicicletas. Anochece y sus peque?as luces flotan en la penumbra como luci¨¦rnagas: algunas parpadean, otras permanecen fijas, hay quien las lleva colgadas en el pecho; el parpadeo se corresponde a veces con el sonido breve y r¨¢pido de los timbres; los timbres riman en tono menor con la campana del tranv¨ªa, igual que el ruido de cacharro de las bicicletas se escucha con el fondo de esa trepidaci¨®n de los motores el¨¦ctricos y del roce de las ruedas de los tranv¨ªas sobre los ra¨ªles.
Ceda el paso. O no lo ceda y l¨¢ncese, con la suficiente decisi¨®n como para que se lo ceda a usted el que se le acercaba por la derecha o por la izquierda, a veces en direcci¨®n contraria, en bicicleta o a pie, en una negociaci¨®n que dura segundos, d¨¦cimas, en la que s¨®lo el novato da un aceler¨®n o se para del todo. Casi todo el mundo, con pericia muy semejante, se apresura un poco m¨¢s o apacigua su avance, de modo que el flujo est¨¢ cambiando siempre de velocidad y nunca se detiene: un tanteo, un ligero desv¨ªo, un apresurar o un ralentizar que determinan un cruce que no se convierte en choque por s¨®lo una fracci¨®n de segundo, unos cent¨ªmetros. Una mezcla de atrevimiento y deferencia a la que el no iniciado se lanza a veces como el cobard¨®n que se tira al agua de cualquier manera, tap¨¢ndose la nariz, cerrando los ojos. Parte de la destreza del nativo o del habitual consiste en eludir al forastero torpe, en prever a tiempo sus equivocaciones, sus paradas s¨²bitas.
Ciudades. Siempre son dos, id¨¦nticas y a la vez muy distintas entre s¨ª, superpuestas en el mismo espacio, como las ciudades sucesivas que excavan los arque¨®logos en el mismo solar, estratos de ruinas apilados los unos sobre los otros. Est¨¢ la ciudad desconocida del primer o de los primeros d¨ªas y la otra ciudad que ya es familiar. En la primera las cosas flotan sin orden, aparecen, desaparecen, se pierden, se encuentran de golpe inesperadamente al doblar una esquina. Es la que se explora con la ayuda de un mapa: es esa ciudad de los viajeros perdidos que desdoblan y despliegan un mapa y no encuentran correspondencia entre lo que en el mapa est¨¢ tan claro y la confusi¨®n en la que se han extraviado. En la segunda ciudad reina el orden y aunque no se vea su final las calles conducen siempre a los mismos sitios. Son como las dos caras de la mujer amada de las que habla Proust: cuando Charles Swann mira a Odette un d¨ªa antes o unos minutos antes de estar enamorado de ella dice Proust que la est¨¢ viendo de verdad por ¨²ltima vez. La primera ciudad se atisba en breves rel¨¢mpagos de memoria en los que uno es de nuevo el reci¨¦n llegado.
Extrarradios. Bastantes ciudades empiezan bien, pero casi todas acaban mal. Empiezan en un centro hist¨®rico cuidado y con frecuencia maquillado para el turismo y el comercio de lujo y acaban de cualquier manera, desastrosamente, en descampados con rotondas y centros comerciales, en guetos ruinosos para los pobres y los emigrantes, en malas imitaciones de las zonas de negocios de las ciudades americanas, con torres de cristal azulado que son exactamente las mismas en todo el mundo. ?msterdam, en general, se extiende bastante bien, se va mutando en tejidos sucesivos, como disolvi¨¦ndose en ellos, disgreg¨¢ndose a veces al final en el puro campo, en el campo llano y f¨¦rtil que ordenan las l¨ªneas rectas de los caminos sombreados por ¨¢rboles, los canales, los diques. Los extrarradios de la ciudad revelan otras arquitecturas y otras formas de vida: una tradici¨®n s¨®lida y continuada de vivienda social que empez¨® con el siglo XX, y que tuvo una edad de oro en los a?os veinte y treinta, pero que se mantiene vigorosa y original todav¨ªa. Sutiles audacias visuales y sentido com¨²n: arcos de ladrillo que recuerdan a Gaud¨ª, bloques de pisos de tres o de cuatro alturas que tienen la disciplina geom¨¦trica y el cromatismo luminoso de cuadros de Mondrian. En un balc¨®n riega las plantas una mujer con velo musulm¨¢n. El mejor sistema de exploraci¨®n es perderse, tirar adelante por un carril bici que atraviesa calles, barriadas y parques y no termina nunca. Lo malo es que luego uno no sabe d¨®nde ha estado y no tiene manera de volver.
Novela. Parece que acecha, que estuviera latiendo en las cosas, a punto de hacerse visible, sobre todo, y no se sabe por qu¨¦, en el atardecer: en esa calle lateral por la que echas a andar apart¨¢ndote de otra ya conocida, y en la que de repente no hay nadie, y en la que un gato te mira desde el otro lado de una ventana, y en la que hay un garaje con la persiana met¨¢lica levantada y m¨¢s all¨¢ de esa una bombilla encendida en el arranque de una escalera, y en la que eres como una figura de espaldas en una ilustraci¨®n de una novela, una novela que ser¨ªa precisa y a la vez son¨¢mbula y tendr¨ªa una intriga como de Chesterton y una simple historia de amor como las de Fran?ois Truffaut.
Novelista. Dec¨ªa Bu?uel que los m¨¦ritos principales de Hemingway eran el ingl¨¦s y el d¨®lar. Algo de eso hay. Porque uno no puede estar en todo y porque Harry Mulisch no era brit¨¢nico ni franc¨¦s y escrib¨ªa en holand¨¦s y yo no me he enterado de su existencia hasta hace unos d¨ªas, cuando hoje¨¦ en la librer¨ªa Athenaeum una novela suya traducida al ingl¨¦s, The assault. No es muy larga, menos de doscientas p¨¢ginas, y la devor¨¦ en tres d¨ªas. Luego he comprobado que est¨¢ traducida en Tusquets, como varias novelas m¨¢s de Mulisch, que es uno de los grandes de la literatura contempor¨¢nea en Holanda. Parte de la novela transcurre en las mismas calles que al cabo de unas pocas semanas ya conozco bien. Trata de un solo hecho atroz, y tambi¨¦n secundario, el asesinato a manos de la resistencia holandesa de un jefe de polic¨ªa colaboracionista, en el ¨²ltimo invierno de la guerra, y de las resonancias que ese hecho ¨²nico provoca en varias vidas a lo largo de muchos a?os, y de las capas de sentido que encubren lo que parece m¨¢s simple.
Tranv¨ªas. Cruzan de noche como g¨®ndolas y tienen un movimiento sinuoso de orugas: las extremidades muy peque?as por comparaci¨®n con el volumen del cuerpo articulado que apenas se levanta del suelo. Ir en tranv¨ªa no se parece nada a ir en tren: mirando tan de cerca de la gente que pasa, es como viajar por la ciudad sin moverse del caf¨¦.
El atentado. Harry Mulisch. Traducci¨®n de Felip Lorda i Alaiz. Tusquets.
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