La generaci¨®n de los pucheros (o por qu¨¦ ¡°Estoy triste¡±)
Meredith Haaf arenga a los j¨®venes en 'Dejad de lloriquear'
![](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/YSQFSE7LBAHQGGSQO3SH6DU3RI.jpg?auth=076fab0deeedc55a5dc97853de3b0f2db84d97ce42709f24e8ce0f1f2229fc3f&width=414)
No es lo mismo una espera en Ryanair que una cola a las puertas de un insalubre y s¨¢dico matadero de Chicago de los que aparecen en la novela La Jungla, de Upton Sinclair. Tampoco son lo mismo Los lloros por el IVA aplicado sobre la hamburguesa de tofu del bar barcelon¨¦s Federal que Las uvas de la ira que sinti¨® la familia de Tom Joad en la novela de Steinbeck (¡°Se ve c¨®mo crece la ira en los ojos de los hambrientos. Y en sus almas se hinchan y maduran las uvas de la ira¡±; las uvas como met¨¢fora de otras cosas, de tama?o y forma similar, que se le pueden inflar al hombre que nada tiene). Del mismo modo, no es lo mismo ser un protagonista de una novela de Zola que de un cap¨ªtulo de la serie Girls (una escena: Lena Dunham recibe la patada de su faena no retribuida como becaria de la editorial neoyorquina que publica a Tao Lin; se toma una infusi¨®n cargadita de opio y gimotea hasta las cejas y ante sus padres con el fin de suplicar m¨¢s dinero para acabar los escritos que la convertir¨¢n en LA voz de su generaci¨®n, o, al menos, ¡°en UNA voz de mi generaci¨®n¡±). Y, sin embargo, los lagrimales de los posadolescentes que a¨²n no han alcanzado a¨²n los 35 a?os tienen llagas por el exceso de lloriqueo.
Meredith Haaf les grita a los componentes de esta camada gimoteante: Dejad de lloriquear. Sobre una generaci¨®n y sus problemas superfluos, en un ensayo sociopop, una especie de ?Indignaos! antihipster y bien escrito, que ver¨¢ la luz en octubre con el sello Alpha Decay. Y lo hace desde el yo, consciente de que ella es una alemana (en Espa?a los parados menores de 25 a?os ascienden a un 52, 1%, ante el 7,9% de los teutones) que frecuenta ambientes modernos, si bien m¨¢s politizados que los de la serie de Dunham para la HBO.
Esta autora nacida en 1983 parece partir de la idea de ensayo de Montaigne (¡°Si la gente se queja de que hable demasiado de m¨ª, yo me quejo de que ellos ni siquiera piensen en s¨ª mismos¡± y ¡°Como la letra peque?a da?a y agota m¨¢s la vista, as¨ª los peque?os asuntillos son los que m¨¢s nos molestan¡±, en Sobre la vanidad y otros ensayos). As¨ª que de forma honesta pasa un l¨²cido esc¨¢ner despu¨¦s de hablar con su c¨ªrculo de amistades sobre las zozobras que desatan sus pucheros.
"La 'Generaci¨®n Perdida'? en definitiva, es una generaci¨®n desnortada y, por encima de todo, ¡°triste¡±.
Una generaci¨®n que se ha dado en llamar Generaci¨®n Perdida, un nombre con ecos literarios y del Crack del 29 quiz¨¢s no demasiado acertado pero s¨ª descriptivo, que se caracteriza por la autocomplaciencia, el escaso inter¨¦s por la vida p¨²blica y pol¨ªtica inmediata, la charlataner¨ªa de vendedor de feria puesto de anfetas, la rebeld¨ªa consumista hipster, la nostalgia prematura, el narcisismo exhibicionista, el exceso de informaci¨®n y la firme convicci¨®n de que abrazar la edad adulta no es cosa suya. Una generaci¨®n, en definitiva, desnortada y, por encima de todo, ¡°triste¡±.
Un segmento de edad que encontrar¨ªa su ep¨ªtome y reducci¨®n al absurdo en las lastimeras declaraciones del tambi¨¦n veintea?ero Cristiano Ronaldo. Las mansiones, los b¨®lidos, los b¨ªceps, la novia quitahipos y los millones no le ahorran su cr¨ªptica tristeza de pr¨ªncipe angustiado. Un grupo de j¨®venes que encuentra las mismas dificultades para bautizarse que muestran los personajes de la novela de Ben Brooks Crezco en este hilarante di¨¢logo:
¡°
- Vale, entonces somos la Generaci¨®n Capullo.
- Sea cual sea, me parece que no formamos parte de ella.
- ?Qu¨¦? ?Por qu¨¦?
- ?Qu¨¦ porcentaje de la poblaci¨®n mundial crees que son chicos blancos de clase media?
- La generaci¨®n la componen los ricos, imb¨¦cil, claro que formamos parte de ella.
- Claro. Si no, no se le habr¨ªa puesto el nombre de un grupo punk. Habr¨ªa sido la Generaci¨®n Malaria o algo as¨ª.
- La Generaci¨®n X no se llama as¨ª por un grupo, se llama as¨ª por el libro.
- Qu¨¦ va, ese libro era una puta mierda. Se llama as¨ª por el grupo.
- Mi madre dice que somos la Generaci¨®n Facebook -comenta Ping.
- Uf, me encantar¨ªa follarme a tu madre."
Ante esta imposibilidad de nombrarse, esbocemos algunas propuestas repasando este ¨²til libro-espejo.
Generaci¨®n Me gusta.
¡°I like you, I like sex, Is Nice¡±, Borat.
Nada parece imp¨²dico y todo est¨¢ sujeto a la alabanza. El estado de Facebook ¡°Hemorroides y hoy concierto de Pulp en el auditorio #estoesasi #mividaesdura¡± puede recibir una ducha de 45 ILikes. Desde que esta red social incluyera en 2009 el bot¨®n del pulgar hacia arriba, todo parece sujeto a ser jaleado y a la reacci¨®n emp¨¢tica. Incluso ese percance f¨ªsico que hasta hace poco ¡°se sufr¨ªa en silencio¡±. Ahora: ¡°Me gusta¡±.
No existe, si bien se organizaron plataformas para inventarlo, el bot¨®n de ¡°No me mola un pelo¡± ni de ¡°No te callas ni debajo del agua¡± ni de ¡°Vaya bosta de estado¡±. Explica Haaf que necesitamos la aprobaci¨®n de un c¨ªrculo acr¨ªtico. Y que ni siquiera los m¨¢s avezados en el uso de redes sociales han dejado de sentir una punzadita en las entra?as cuando constatan que una frase ingeniosa o una confesi¨®n a tumba abierta (¡°voy a comer helado #planazo¡±) triunfan en su perfil. Seg¨²n la autora, esto tiene que ver con una generaci¨®n crecida entre algodones (nuestros padres, los ni?os del baby boom, discutieron demasiado con nuestros abuelos para abrir una brecha generacional) que orilla a toda costa el enfrentamiento y, por extensi¨®n, el sentido cr¨ªtico que lleva a la intenci¨®n de cambio. Nadie eval¨²a ya a sus amigos por sus posicionamientos pol¨ªticos y toda discusi¨®n es potencialmente agotadora. Una pereza y un miedo a la disensi¨®n y al conflicto que, seg¨²n explica Haaf, la periodista Lara Fritzsche defini¨® como ¡°El triste imperio del ILike¡±.
- Generaci¨®n Resaca.
¡°La luz le hac¨ªa da?o, pero no tanto como mirar las cosas. Alg¨²n bichejo nocturno hab¨ªa utilizado su boca como letrina y luego como mausoleo. Tambi¨¦n durante la noche, se las hab¨ªa arreglado para participar en una carrera a campo traviesa y ser luego golpeado a conciencia por la polic¨ªa secreta. Se sent¨ªa mal¡±, Kingsley Amis, La suerte de Jim.
¡°Me encuentro mal. Estoy echada en posici¨®n fetal en el sof¨¢ floreado que mis compa?eros de piso encontraron¡±, escribe Meredith Haaf en la primera l¨ªnea de su libro, si bien pronto aclara que ella arranca as¨ª su escrito pero que no esperemos un dietario que repase sus fiestas locas. Ha empezado con esta frase por una raz¨®n: la resaca le impide plantearse siquiera acudir a las protestas que se han convocado por los resultados e intenciones de la Cumbre del G20 que se celebra esos d¨ªas en la ciudad en la que ella goza de una beca. La resaca como estado mental podr¨ªa definir a esta generaci¨®n: susceptible, paranoica, culpable, inm¨®vil, amn¨¦sica, incapaz de levantarse y hacer planes, sentimental, melodram¨¢tica, cagueta, nerviosa y pla?idera. Si bien algunos podr¨¢n alegar que esta generaci¨®n sufre la resaca de todo lo que se bebi¨® la anterior, ella se autoflagela (otro s¨ªntoma de este estado) a?adiendo que nosotros tambi¨¦n hemos vivido nuestra etapa dorada durante nuestra privilegiada infancia.
- Generaci¨®n nostalgia
¡°C¨®mo somos. O sea, hemos vuelto a usar los sombreros, las cosas de nuestros padres, las gafas retro, y el bigote. Ya solo falta que se ponga de moda el tel¨¦fono fijo¡±, anuncio espa?ol de telefon¨ªa.
Un tal Johannes Hofer se sac¨® de la chistera el t¨¦rmino nostalgia para definir lo que sent¨ªan los soldados suizos del siglo XVII cuando pasaban demasiado tiempo fuera de casa en sus empresas militares. Aquella nostalgia, con signos de histeria y bulimia, era individual y espacial: se curaba volviendo a casa. Ahora, el t¨¦rmino es colectivo, incluso generacional, y temporal: hasta que no se inventen los Delorean dif¨ªcilmente nos sanaremos.
Haaf lamenta el ¨¦xito de algunas letras de la m¨²sica pop alemana que ensalzan el mundo aproblem¨¢tico de la ni?ez o esas personitas de 21 a?os que lloran por su juventud. Pone como ejemplo el ¨¦xito un¨¢nime de la pel¨ªcula Donde viven los monstruos y, en concreto, la escena del abrazo ed¨¦nico: la necesidad de calor en el para¨ªso infantil. Habla, tambi¨¦n, de ¡°aplazar vilmente la entrada al trabajo¡± y de amigas que tras confesarles ¡°tener m¨¢s dinero ahora que cuando estudiaban¡± aceptan cursar otro posgrado. Una actitud en la que la autora ve sumisi¨®n ante un sistema educativo clasista. Al margen de la nostalgia por el juego Simon, el Qui¨¦n es Qui¨¦n, Naranjito o las zapas Kelme (traduzco a lo ib¨¦rico sus ejemplos), le preocupan esas personas que no saben quemar etapas vitales: que piensan que a los 30 a?os a¨²n se puede madurar y que ser¨¢n j¨®venes hasta que la cirug¨ªa se lo permita. ¡°Rich 50 is the new 38¡±, como dice Alec Baldwin, g¨¹isqui en mano, en la sitcom 30 Rock. La nostalgia por lo infantil impide la toma de conciencia y de responsabilidades y la autora echa en falta el relato na¨ªf de futuro que antes se pod¨ªa tener: ¡°Ahora se asocia futuro a reducci¨®n de deuda, sostenibilidad o limitaci¨®n de emisiones¡±. Menos atractivo que pizzas de tama?o bot¨®n, teletransportaci¨®n y coches voladores, sin duda.
Generaci¨®n gallina
¡°?Gallina? A qui¨¦n llamas gallina¡±, Regreso al futuro.
Evidentemente, esa promesa incumplida de futuro (salvo por lo del presidente de EE UU de raza negra) est¨¢ presente en esta generaci¨®n. Pero el running gag que apelaba a la valent¨ªa parece no haber hecho mella en los que la vieron de peque?os.
?Dejad de lloriquear pone el acento en las pocas agallas de la gente que la rodea (y se incluye, por suerte). Habla de una generaci¨®n balbuceante y que abre los codos para caminar cloqueando pero que iza la bandera del pragmatismo y que considera ingenuo cualquier tipo de idealismo. Un grupo de j¨®venes que unen con entusiasmo a un hashtag por la situaci¨®n iran¨ª pero que aceptan con sumisi¨®n cualquier exceso de su jefe y que ven la competencia como el ¨²nico valor seguro en el futuro. Recuerda Haaf un copete literario en el que todos sus compa?eros se dedicaron a hacer contactos mientras ella se bajaba un par de botellas de vino blanco con un amigo. ¡°No se debate el oportunismo ¡ optimizar y capitalizar cada gesto¡±, apunta sobre unos compa?eros de orla a los que podr¨ªa aplicar el adjetivo de ¡°arribistas¡± que tanto despreciaba la generaci¨®n anterior y que es se?a de identidad en ¨¦sta. Solidarizarse con un compa?ero y no con la Primavera ?rabe ser¨ªa admitir que jam¨¢s tendr¨¢n las riendas de su destino (y de su car¨¢cter) y que, por tanto, deber¨ªan pasar a alg¨²n tipo de acci¨®n.
Este car¨¢cter pusil¨¢nime se filtra en la cultura pop. Es el pop beige del que suele hablar el diario The Guardian, en el que triunfan divas del neosoul que podr¨ªan calcetar con la abuela. El miedo a ¡°no hacerlo bien¡± por encima del miedo a ¡°hacerlo mal¡± o ¡°aburrido¡±. Pero tambi¨¦n la ausencia de posicionamiento. Ella ofrece un dato: ¡°S¨®lo un 28% de los j¨®venes considera la vida p¨²blica muy importante¡±. Una visi¨®n reaccionaria que le recuerda a la idea que promulg¨® la mism¨ªsima Margaret Thatcher contra la que cantaron The Smiths, Billy Bragg o The Style Council: ¡°La sociedad no existe: s¨®lo hay individuos y familias¡±.
Generaci¨®n loro
¡°Parlotea hasta desinflarte¡±, campa?a de Telekon.
¡°Eso es lo que me quitaba el sue?o por la noche: esa fragmentaci¨®n (¡) Nunca hay un centro, nunca hay un acuerdo comunitario; s¨®lo hay un bill¨®n de peque?as fracciones de ruido que nos distrae. Nunca podemos sentarnos a mantener una conversaci¨®n sin interrupciones; todo es basura de tercera y urbanismo de mierda. Todo lo real, todo lo aut¨¦ntico, todo lo honrado, est¨¢ extingui¨¦ndose. Intelectual y culturalmente, no hacemos m¨¢s que rebotar de un lado a otro como bolas de billar lanzadas al azar, reaccionando ante los ¨²ltimos esst¨ªmulos¡±, Jonathan Franzen, en Libertad.
Esta necesidad de ch¨¢chara tiene que venir de alg¨²n lado. Esta escritora localiza algunos indicios. La irrupci¨®n del formato de los talk shows en los noventa (ignoramos la riqueza de esp¨ªritu de los equivalentes germanos de Patricia Gazta?aga y Emma Garc¨ªa), pero tambi¨¦n en la sobreprotecci¨®n paterna. La generaci¨®n del baby boom no ten¨ªa demasiada comunicaci¨®n con sus progenitores, as¨ª que se esforz¨® en que ¡°el ni?o hablara¡±. El inventario maquinal y cronol¨®gico de qu¨¦-ha-hecho-hoy-el-nene se ha trasladado a las redes sociales. Redacciones infantiles como ¡°hoy hemos le¨ªdo, la Luc¨ªa me ha tirado del pelo, he pintado con plastidecores, hemos dormido la siesta¡± se podr¨ªan insertar tal cual, incluso con la misma riqueza sem¨¢ntica, en las redes sociales de nuestra juventud.
Tambi¨¦n cita una campa?a de telefon¨ªa en la que se invitaba al joven de pocos recursos a hablar por los codos de lo que fuera. De hacerlo hasta perder volumen y desinflarse. Conecta esa campa?a, precisamente, con el exceso de comunicaci¨®n, con la vigorexia informativa y de datos de la que habla Jonathan Franzen en Libertad. Una entrop¨ªa que dificulta alambicar lo importante de lo tangencial. Una necesidad de crear un yo digital para proyectar una imagen que luego poder capitalizar. Meredith Haaf habla de amigos que necesitan irse al campo y que hablan de curas de desintoxicaci¨®n de unas redes sociales a las que siempre vuelven, demostrando un comportamiento adictivo de tomo y lomo. Se habla de las redes sociales del mismo modo en que se parlotea sobre la coca¨ªna, de forma centr¨ªpeta, todo vuelve siempre al mismo centro.
Generaci¨®n hipster
¡°Do you have a movement?
Yeah, it¡¯s called dancing¡±, Abbie Hoffman.
Que las manifestaciones de la contracultura se convirtieron en la plantilla comercial de nuestra generaci¨®n se puede intuir viendo anuncios de televisi¨®n o leyendo tomos como La conquista de lo cool (Alpha Decay). Haaf concluye que nuestro tiempo s¨®lo ha creado una subcultura (m¨¢s all¨¢ de las residuales vegana o queer): la hipster. Una comunidad que opta, en sus palabras, por ¡°el vaciado de s¨ªmbolos¡±, por la ¡°iron¨ªa y el hedonismo¡± y por la optimizaci¨®n permanente de la propia imagen. Por una ¡°rebeli¨®n consumista¡± que tiene en la elecci¨®n de determinadas marcas su ¨²nico s¨ªntoma de disidencia, encarnada por la generaci¨®n que ecuch¨® en su d¨ªa aquello del Fin de la historia.
¡°No podemos andar por la vida como cad¨¢veres parlanchines y agotados¡±, arenga la autora de este panfleto bienintencionado, necesariamente aplicable a algunos sectores de la juventud, Dejad de lloriquear.
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