Un largo lifting para el Stedelijk
?msterdam recupera tras 10 a?os de azarosa restauraci¨®n su influyente centro de arte moderno En 2013 ser¨¢ el turno de Rijksmuseum y el Van Gogh
La plaza de los museos de ?msterdam, uno de esos enclaves sin los que no se entender¨ªa ese singular espect¨¢culo que conforman los n¨²cleos urbanos dedicados a grandes centros de arte, acaba de recuperar para su verde escenario a uno de sus tres actores principales: el Stedelijk Museum, edificio que conforma con el Rijksmuseum y el Van Gogh uno de los elencos m¨¢s fastuosos del turismo cultural europeo. Cuando solo falta medio a?o para inaugurar (el 13 de abril de 2013) las nuevas salas del Rijksmuseum y con el Van Gogh a las puertas de un lifting que lucir¨¢ tambi¨¦n para la pr¨®xima primavera, el Stedelijk y su colecci¨®n de arte moderno y contempor¨¢neo abren sus puertas este domingo adelant¨¢ndose as¨ª a un 2013 que promete ser sonado en esta ciudad de los canales.
Los fondos alcanzan las 90.000 piezas; solo se exponen unas 2.500
Ha pasado casi una d¨¦cada desde que el Stedelijk Museum de ?msterdam cerrara para empezar una renovaci¨®n que ahora ve por fin la luz. Por el camino quedaron varios concursos truncados y los proyectos varados de Robert Venturi y ?lvaro Siza. Finalmente, fue un estudio holand¨¦s, Benthem Crouwel, el encargado de un proyecto que lleg¨® a parecer maldito: el constructor se declar¨® en bancarrota y las obras se retrasaron cuatro a?os. Ayer, sin embargo, nadie quiso recordar que el nuevo Stedelijk ha costado 7,5 veces m¨¢s de lo previsto (127 millones frente a los 17 iniciales); con las ¨²ltimas elecciones presidenciales a¨²n calientes y en busca de una estabilidad pol¨ªtica que le ayude a combatir la crisis, Holanda convertir¨¢ la apertura de su museo de arte moderno en un acontecimiento destinado a recordar que aqu¨ª se mima al arte y a los artistas.
El sello del nuevo Stedelijk consiste en una construcci¨®n que, debido a su forma, ya se conoce como la ba?era. Como suele ocurrir en estos casos, el apodo no es gratuito: una tit¨¢nica pila blanca y exenta abraza ahora al viejo edificio. La nueva fachada de fibra se abre a la plaza mostrando el nuevo vest¨ªbulo del museo, su librer¨ªa y cafeter¨ªa, ese lugar que seg¨²n su directora, Ann Goldstein, est¨¢ llamado a convocar a los habitantes de la ciudad para revivir a golpe de caf¨¦ el nuevo centro. Cruzando ese no tan caprichoso umbral de las gomas de colores, las postales de Picasso, los libros de Zizek y las galletas multicereales se llega por fin al meollo: los muros y la fachada del edificio original, datado a finales del siglo XIX. Desollada su piel, la vieja construcci¨®n transpira sin miedo a las heridas, protegida ahora por ese terso cutis del siglo XXI.
Todo el nuevo despliegue arquitect¨®nico del Stedelijk est¨¢ concentrado en ese golpe inicial de ojo que, afortunadamente, se diluye en el interior, donde despu¨¦s de a?os y repetidas operaciones deja de importar para fundir pasado y presente en unas salas amplias, sensatas e intemporales que albergan una colecci¨®n cuyos fondos alcanzan las 90.000 piezas (pinturas, v¨ªdeos, fotograf¨ªas, esculturas¡) de las que solo se exponen unas 2.500. Malevich, Kandinsky, De Kooning, Matisse, Dan Flavin, Hans Haacke, Martina R?sler, Jan Dibbets, Mario Merz, Ricard Serra, Barnett Newman, Lucio Fontana¡ ¡°Nuestra idea es mover continuamente la colecci¨®n para as¨ª ofrecer motivos suficientes para repetir¡±, explica Goldstein. Frente a la flamante directora de pelo negro y labios rojos, aterrizada aqu¨ª hace tres a?os, una de las conservadoras m¨¢s veteranas, Caroline Glazenburg, una interesante mujer de ojos claros y gafas de profesora que lleva 30 a?os dedicada a estos fondos, explica el enorme trabajo de un departamento, el de dise?o, que alberga 70.000 piezas y que forma una de las mejores colecciones de objetos decorativos, gr¨¢ficos e industriales del mundo.
Los ojos se ve¨ªan ayer obligados a enfocar y desenfocar sin descanso ante piezas que ocupan varios metros, como esos dos murales negros de Serra, y otras que casi se escapan de la vista, como las grimosas moscas de la instalaci¨®n de Tetsumi Kudo que evoca desastres radioactivos. El baile sinuoso de formas quiz¨¢ se resuma en uno de los v¨ªdeos expuestos, El retorno del sombrero, de Marijkevan Warmerdam, extra?o loop de un panam¨¢ al viento que sube, baja, aletea, va y viene, meciendo sin descanso su fr¨¢gilidad ante el espectador.
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