Dos millones de a?os, en cien cosas
El director del British Museum construye una historia alternativa de la humanidad a partir de objetos escogidos entre su colecci¨®n
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Ni batallas ni reyes ni tratados diplom¨¢ticos. Los seres an¨®nimos se abren paso en la historia aunque el misterio de sus vidas se perpet¨²e hasta la eternidad. Imposible conocer la identidad del tallador del primer cuchillo que emple¨® la especie, del bur¨®crata que invent¨® la escritura para facilitarse la vida o del mochica que convirti¨® una vasija de arcilla en una obra de arte. Ellos trasvasaron su gloria personal al objeto. Son las cosas fabricadas por seres an¨®nimos desde que la especie adquiri¨® su marchamo actual las que hablan de sus cong¨¦neres, de sus costumbres, de sus creencias o de sus ritos. Y delatan con similar entusiasmo aspectos de la vida en un palacio chino o en una mina boliviana.
?Neil MacGregor (Glasgow, 1946) ha aprovechado el infinito arsenal del British Museum para escribir La historia del mundo en 100 objetos (Debate). Para contar una historia del mundo. ¡°Podr¨ªas elegir otros cien objetos distintos y construir otro relato¡±, matiza en el propio museo, durante un encuentro con periodistas espa?oles, invitados por la editorial.
MacGregor dirige el British. Convengamos que objetos no le han faltado. Ni conservadores como Barrie Cook, coautor del libro inspirado en una serie radiof¨®nica de la BBC, saben cu¨¢ntas piezas almacena el gran mastodonte creado en 1753 bajo ese soplo ilustrado que aspiraba a disponer de templos donde almacenar todo el conocimiento del mundo. Un imposible, s¨ª, pero el British es junto al Metropolitan o el Louvre uno de los pocos que sigue empe?ado en conseguirlo.
El libro arranca con los objetos hallados en la garganta tanzana de Olduvai donde empez¨® todo y concluye con una l¨¢mpara solar, que facilita que la vida siga all¨¢ donde parece imposible. ¡°Usar cosas es lo que nos convierte en seres humanos¡±, sentencia MacGregor. Entre la herramienta prehist¨®rica y la tecnolog¨ªa basada en energ¨ªas renovables, desfilan objetos esenciales ¡ªla piedra Rosetta, una metopa del Parten¨®n, una momia de Tebas, una estatua de Buda, un relieve maya, un tugra de Solim¨¢n el Magn¨ªfico o un cron¨®metro del Beagle, por citar algunos¡ª y tambi¨¦n joyas menos conocidas, como la cer¨¢mica superviviente m¨¢s antigua del mundo, fabricada en Jap¨®n hace 7.000 a?os (la vasija Jomon), o el escudo de corteza de ¨¢rbol arrojado por un australiano an¨®nimo cuando se encontr¨® por vez primera en 1770 con un europeo bien conocido: James Cook.
Contar una historia a partir de objetos democratiza el relato: las sociedades ¨¢grafas est¨¢n excluidas de la historia asentada sobre textos. ¡°Durante mucho tiempo Europa ha sido el centro. Esta clase de historia no tiene sentido, necesitamos una historia a la que pertenezca todo el mundo. Del lado europeo tienes textos, pero de otras civilizaciones, tienes objetos, que nos ayudan a contar su historia¡±, defiende MacGregor, un escoc¨¦s que ensancha la sonrisa al escuchar cuestiones sobre las peticiones de restituci¨®n de patrimonio a sus lugares de origen.
El tesoro del British es poco brit¨¢nico: ellos almacenan colosales legados monumentales y art¨ªsticos de S¨²mer, Asiria, Persia, Egipto o Grecia, entre otras valiosas antiguas civilizaciones. En el libro MacGregor no elude la controversia. En directo, tampoco. ¡°Es v¨¢lido contar con un ¨²nico lugar donde sea posible comparar esos objetos culturales con los de otras culturas¡±, afirma. El mandato fundacional del museo ¡ªgratuito y universal¡ª sigue vigente: ¡°Es una colecci¨®n de todo el mundo para todo el mundo¡±.
El papel espa?ol en la obra es el de pa¨ªs puente de los europeos hacia otras culturas: el mundo isl¨¢mico y las civilizaciones nativas de Am¨¦rica. Un astrolabio jud¨ªo del siglo XIV, que parece ¡°un reloj de bolsillo de gran tama?o¡±. Se ignora qui¨¦n fue su due?o, pero ¡°habla de una gran s¨ªntesis intelectual, y de un tiempo en el que las tres religiones ¡ªel cristianismo, el juda¨ªsmo y el islam¡ª coexistieron pac¨ªficamente¡±. Tiene caracteres hebreos, palabras espa?olas y nombra a las estrellas en ¨¢rabe. ¡°Las tres confesiones convivieron en provechosa fricci¨®n, y entre las tres hicieron de la Espa?a medieval el motor intelectual de Europa¡±.
Menos id¨ªlico es el relato de la colonizaci¨®n espa?ola en Am¨¦rica ¡ªsi la serpiente de turquesas azteca hablara tendr¨ªamos un gran relato del encuentro entre Moctezuma y Hern¨¢n Cort¨¦s, de la muerte del gobernante y la destrucci¨®n de la capital azteca¡ª y de c¨®mo el real de a ocho se convirti¨® en la primera moneda global de la historia durante cuatro siglos. ¡°En el fr¨ªo helado de las altas monta?as, la pulmon¨ªa era un peligro constante, y el envenenamiento por mercurio mataba con frecuencia a quienes trabajaban en el proceso de refinado¡±, escriben. Los reales circularon por Europa, Asia, ?frica y Australia. Ellos, mejor que los documentos, son testimonio de una historia de explotaci¨®n salvaje, circulaci¨®n universal y sue?os de reyes que cre¨ªan en imperios sin ocaso.
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