Revoluci¨®n
Si se rodea de gente pretenciosa no quedar¨¢ bien cont¨¢ndoles que se ha enganchado a la serie 'Spartacus', sobre el personaje que fascin¨® a Marx
Si se rodea de gente pretenciosa no quedar¨¢ bien cont¨¢ndoles que se ha enganchado a Spartacus, la serie sobre el esclavo y gladiador de origen tracio que lider¨® una rebeli¨®n y puso contra las cuerdas a la Rep¨²blica romana un siglo antes de la era cristiana. El de Espartaco es un personaje fascinante en el que Carlos Marx ve¨ªa al ¡°mejor compa?ero que la antig¨¹edad pod¨ªa ofrecer¡± a la lucha del proletariado.
No se las dar¨¢ de intelectual si ve Spartacus (Canal+1 emite la segunda temporada, Venganza) porque la serie tiene poco que ver con la pel¨ªcula que rod¨® Stanley Kubrick en 1960 (la pone TCM). Esa fue una obra maestra del p¨¦plum, aunque contuvo al revolucionario, en la piel del refinado Kirk Douglas, para no llamar la atenci¨®n del macarthismo. La serie es adrenalina pura: combates a muerte a c¨¢mara lenta, recursos gr¨¢ficos de videojuego, personajes maniqueos (nobles luchadores frente a una ¨¦lite despiadada) y sexo expl¨ªcito, muy expl¨ªcito, nunca por amor. Un c¨®ctel quiz¨¢s oportunista, de acuerdo, pero adictivo.
La serie sobrevive a la muerte del protagonista en la primera temporada (Sangre y arena), Andy Whitfield, que desde su imponente f¨ªsico resultaba cre¨ªble en su papel de estrella del circo pero esclavo en el ludus de Batiato, un lugar donde los patricios utilizan a sus figuras como juguetes sexuales hasta que toman las armas y la org¨ªa pasa a ser de sangre. El linfoma que mat¨® a Whitfield llev¨® al equipo a rodar una precuela sin ¨¦l (Dioses de la arena, ahora en Cuatro) y a sustituirle para la segunda y tercera temporadas por Liam McIntyre, en dif¨ªcil papeleta.
No queda fino seguir Spartacus porque es un eficaz est¨ªmulo sensorial sin ¨¢nimo ideol¨®gico alguno. No busquen paralelismos con el presente. Las estrellas del circo son hoy los futbolistas y lo m¨¢s rebelde que se les ocurre es declararse tristes o ponerse la camiseta de un compa?ero bajo la suya para chinchar al entrenador. A la entrenadora de sincronizada la echaron por tratar, dicen, a chicas como a gladiadores.
Ya casi nadie aspira a la revoluci¨®n. No me van a comparar al ej¨¦rcito de esclavos de Espartaco con los descamisados de S¨¢nchez Gordillo, ni siquiera con esos jovenzuelos indignados a los que la polic¨ªa persigue a porrazos hasta las v¨ªas del tren. A los resignados nos entretienen las aventuras de los dispuestos a todo.
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