P¨¦rez-Reverte se pone sentimental
Adelantamos en primicia un fragmento de 'El tango de la guardia vieja' (Alfaguara) Una novela sentimental que sale a la venta el 21 de noviembre Arturo P¨¦rez-Reverte abandona la ¨¦poca de Alatriste y se traslada al siglo XX
Arturo P¨¦rez-Reverte cambia de registro, aunque sin salir de su mundo personal, y escribe una gran historia de amor. El tango de la Guardia Vieja (Alfaguara), 14? novela del autor, resigue la relaci¨®n amorosa entre un hombre y una mujer en tres ¨²nicos pero intensos encuentros a lo largo de 40 a?os del sigloXX. Los protagonistas son Max, un vividor, bailar¨ªn de sal¨®n y ladr¨®n de guante blanco, y Mecha, una hermosa e inteligente mujer casada de la alta sociedad. El autor describe c¨®mo evoluciona el amor con el tiempo: de los embates de la pasi¨®n de juventud a la melancol¨ªa del recuerdo en la entrada de la vejez. La novela es tambi¨¦n un amplio y documentad¨ªsimo fresco de la historia de una Europa desvanecida, la de los a?os veinte, treinta y sesenta. La trama incluye una peligrosa peripecia en los barrios bajos de Buenos Aires, un complot de espionaje en la Niza de entreguerras, con referencias a la Guerra Civil espa?ola, y una intriga en torno a un torneo internacional de ajedrez en Sorrento sobre las casillas de la guerra fr¨ªa. Junto al amor y los sentimientos, unas p¨¢ginas de sorprendente erotismo con una fuerte carga sexual. Y tambi¨¦n grandes dosis perezrevertianas de aventura. Alrededor de los amantes, P¨¦rez-Reverte despliega una gran galer¨ªa de inolvidables personajes secundarios. En una iniciativa pionera, el autor fue vertiendo en Internet notas sobre el proceso de construcci¨®n de la novela mientras trabajaba en ella:
Max Costa se dirigi¨® all¨ª durante la pausa de la cena...
"El fumoir-caf¨¦ del transatl¨¢ntico comunicaba las cubiertas de paseo de primera clase de babor y estribor con la de popa, y Max Costa se dirigi¨® all¨ª durante la pausa de la cena, sabiendo que a esa hora estar¨ªa casi vac¨ªo. El camarero de guardia le puso un caf¨¦ solo y doble en una taza con el emblema de la Hamburg-S¨¹damerikanische. Tras aflojarse un poco la corbata blanca y las pajaritas del cuello almidonado, fum¨® un cigarrillo junto al ventanal por el que, entre los reflejos de la luz interior, se adivinaba la noche afuera, con la luna ba?ando la plataforma de popa. Poco a poco, a medida que se despejaba el comedor, fueron apareciendo pasajeros que ocuparon las mesas; de modo que Max se puso en pie y sali¨® del recinto. En la puerta se apart¨® para dejar paso a un grupo masculino con cigarros en las manos, en el que reconoci¨® a Armando de Troeye. El compositor no iba acompa?ado por su mujer, y mientras caminaba por la cubierta de paseo de estribor hacia el sal¨®n de baile, Max la busc¨® entre los corrillos de se?oras y caballeros cubiertos con abrigos, gabardinas y capas, que tomaban el aire o contemplaban el mar. La noche era agradable, pero el Atl¨¢ntico empezaba a picarse con marejada por primera vez desde que zarparon de Lisboa; y aunque el Cap Polonio estaba dotado de modernos sistemas de estabilizaci¨®n, el balanceo suscitaba comentarios de inquietud. El sal¨®n de baile estuvo poco frecuentado el resto de la noche, con muchas mesas vac¨ªas, incluida la habitual del matrimonio De Troeye. Empezaban a producirse los primeros mareos, y la velada musical fue corta. Max tuvo poco trabajo; apenas un par de valses, y pudo retirarse pronto.
Se cruzaron junto al ascensor, reflejados en los grandes espejos de la escalera principal, cuando ¨¦l se dispon¨ªa a bajar a su cabina, situada en la cubierta de segunda clase. Ella se hab¨ªa puesto una capa de piel de zorro gris, llevaba en las manos un peque?o bolso de lam¨¦, estaba sola y se dirig¨ªa hacia una de las cubiertas de paseo; y Max admir¨®, de un r¨¢pido vistazo, la seguridad con que caminaba con tacones pese al balanceo, pues incluso el piso de un barco grande como aqu¨¦l adquir¨ªa una inc¨®moda cualidad tridimensional con marejada. Volviendo atr¨¢s, el bailar¨ªn mundano abri¨® la puerta que daba al exterior y la mantuvo abierta hasta que la mujer estuvo al otro lado. Correspondi¨® ella con un escueto ?gracias? mientras cruzaba el umbral, inclin¨® la cabeza Max, cerr¨® la puerta y desanduvo camino por el pasillo, ocho o diez pasos. El ¨²ltimo lo dio despacio, pensativo, antes de pararse. Qu¨¦ diablos, se dijo. Nada pierdo con probar, concluy¨®. Con las oportunas cautelas.
La encontr¨® en seguida, paseando a lo largo de la borda, y se detuvo ante ella con naturalidad, en la d¨¦bil claridad de las bombillas cubiertas de salitre. Seguramente hab¨ªa ido en busca de brisa para evitar el mareo. La mayor parte del pasaje hac¨ªa lo contrario, encerr¨¢ndose en cabinas de las que tardaba d¨ªas en salir, v¨ªctima de sus propios est¨®magos revueltos. Por un momento Max temi¨® que siguiera adelante, haciendo adem¨¢n de no reparar en ¨¦l. Pero no fue as¨ª. Se lo qued¨® mirando, inm¨®vil y en silencio.
¡ªFue agradable ¡ªdijo inesperadamente.
Ella se hab¨ªa detenido ¡ªhab¨ªa una bombilla cerca, atornillada al mamparo¡ª y lo miraba en la penumbra salina.
Max logr¨® reducir su propio desconcierto a s¨®lo un par de segundos.
¡ªTambi¨¦n para m¨ª ¡ªrespondi¨®.
La mujer segu¨ªa mir¨¢ndolo. Curiosidad, era tal vez la palabra.
¡ª?Hace mucho que baila de manera profesional?
¡ªCinco a?os. Aunque no todo el tiempo. Es un trabajo... ¡ª?Divertido? ¡ªlo interrumpi¨® ella.
Caminaban de nuevo por la cubierta, adaptando sus pasos a la lenta oscilaci¨®n del transatl¨¢ntico. A veces se cruzaban con los bultos oscuros o los rostros reconocibles de algunos pasajeros. De Max, en los tramos menos iluminados, s¨®lo pod¨ªan apreciarse las manchas blancas de la pechera de la camisa, el chaleco y la corbata, pulgada y media exacta de cada pu?o almidonado y el pa?uelo en el bolsillo superior del frac.
¡ªNo era ¨¦sa la palabra que buscaba ¡ªsonri¨® ¨¦l con suavidad¡ª. En absoluto. Un trabajo eventual, quer¨ªa decir. Resuelve cosas.
¡ª?Qu¨¦ clase de cosas?
¡ªBueno... Como ve, me permite viajar.
A la luz de un ojo de buey comprob¨® que ahora era ella la que sonre¨ªa, aprobadora.
¡ªLo hace bien, para ser un trabajo eventual.
El bailar¨ªn mundano encogi¨® los hombros.
Bajo la capa de piel, la mujer parec¨ªa estremecerse de fr¨ªo
¡ªDurante los primeros a?os fue algo fijo.
¡ª?D¨®nde?
Decidi¨® Max omitir parte de su curr¨ªculum. Reservar para s¨ª ciertos nombres. El Barrio Chino de Barcelona, el Vieux Port de Marsella, estaban entre ellos. Tambi¨¦n el nombre de una bailarina h¨²ngara llamada Boske, que cantaba La petite tonkinoise mientras se depilaba las piernas y era aficionada a los j¨®venes que despertaban de noche, cubiertos de sudor, angustiados porque las pesadillas los hac¨ªan creerse todav¨ªa en Marruecos.
¡ªHoteles buenos de Par¨ªs, durante el invierno ¡ªresumi¨®¡ª. Biarritz y la Costa Azul, en temporada alta... Tambi¨¦n estuve un tiempo en cabarets de Montmartre.
¡ªAh ¡ªparec¨ªa interesada¡ª. Puede que coincidi¨¦ramos alguna vez.
Sonri¨® ¨¦l, seguro.
¡ªNo. La recordar¨ªa.
¡ª?Qu¨¦ quer¨ªa decirme? ¡ªpregunt¨® ella.
Tard¨® un instante en recordar a qu¨¦ se refer¨ªa. Al fin cay¨® en la cuenta. Despu¨¦s de cruzarse dentro la hab¨ªa alcanzado en la cubierta de paseo, sali¨¦ndole al paso sin m¨¢s explicaciones.
¡ªQue nunca bail¨¦ con nadie un tango tan perfecto.
Un silencio de tres o cuatro segundos. Complacido, quiz¨¢s. Ella se hab¨ªa detenido ¡ªhab¨ªa una bombilla cerca, atornillada al mamparo¡ª y lo miraba en la penumbra salina.
¡ª?De veras?... Vaya. Es muy amable, se?or... ?Max, es su nombre?
¡ªS¨ª.
¡ªBien. Crea que le agradezco el cumplido.
¡ªNo es un cumplido. Sabe que no lo es.
Ella re¨ªa, franca. Sana. Lo hab¨ªa hecho del mismo modo dos noches atr¨¢s, cuando ¨¦l calcul¨®, bromeando, su edad en quince a?os.
¡ªMi marido es compositor. La m¨²sica, el baile, me son familiares. Pero usted es una excelente pareja. Hace f¨¢cil dejarse llevar.
¡ªNo se dejaba llevar. Era usted misma. Tengo experiencia en eso.
Asinti¨®, reflexiva.
¡ªS¨ª. Supongo que la tiene.
Apoyaba Max una mano en la regala h¨²meda. Entre balanceo y balanceo, la cubierta transmit¨ªa bajo sus zapatos la vibraci¨®n de las m¨¢quinas en las entra?as del buque.
¡ª?Fuma?
¡ªAhora no, gracias.
¡ª?Me permite que lo haga yo?
¡ªPor favor.
Extrajo la pitillera de un bolsillo interior de la chaqueta, cogi¨® un cigarrillo y se lo llev¨® a la boca. Ella lo miraba hacer.
¡ª?Egipcios? ¡ªpregunt¨®.
¡ªNo. Abdul Pash¨¢... Turcos. Con una pizca de opio y miel.
¡ªEntonces aceptar¨¦ uno.
Se inclin¨® con la caja de f¨®sforos en las manos, protegiendo la llama con el hueco de los dedos para dar fuego al cigarrillo que ella hab¨ªa introducido en la boquilla corta de marfil. Luego encendi¨® el suyo. La brisa se llevaba el humo con rapidez, impidiendo saborearlo. Bajo la capa de piel, la mujer parec¨ªa estremecerse de fr¨ªo. Max indic¨® la entrada del sal¨®n de palmeras, que estaba cerca; una estancia en forma de invernadero con una gran lumbrera en el techo, amueblada con sillones de mimbre, mesas bajas y macetas con plantas.
¡ªBailar de modo profesional ¡ªcoment¨® ella cuando entraron¡ª. Eso resulta curioso, en un hombre.
¡ªNo veo mucha diferencia... Tambi¨¦n nosotros podemos hacerlo por dinero, como ve. No siempre el baile es afecto, o diversi¨®n.
¡ª?Y es cierto eso que dicen? ?Que el car¨¢cter de una mujer se muestra con m¨¢s sinceridad cuando baila?
¡ªA veces. Pero no m¨¢s que el de un hombre.
El sal¨®n estaba vac¨ªo. La mujer tom¨® asiento dejando caer con descuido la capa de piel, y mir¨¢ndose en la tapa de oro de una vanity-box que sac¨® del bolso se dio un toque en los labios con una barrita de Tangee rojo suave. El pelo engominado y hacia atr¨¢s daba a sus facciones un atractivo aspecto anguloso y andr¨®gino, pero el raso negro moldeaba su cuerpo, apreci¨® Max, de manera interesante. Advertida de su mirada, ella cruz¨® una pierna sobre la otra, balance¨¢ndola ligeramente. Apoyaba el codo derecho en el brazo del sill¨®n y manten¨ªa en alto la mano cuyos dedos ¨ªndice y medio ¡ªlas u?as eran cuidadas y largas, lacadas en el tono exacto de la boca¡ª sosten¨ªan el cigarrillo. De vez en cuando dejaba caer la ceniza al suelo, advirti¨® Max, como si todos los ceniceros del mundo le fueran indiferentes.
¡ªQuer¨ªa decir curioso visto de cerca ¡ªdijo al cabo de un instante¡ª. Es usted el primer bailar¨ªn profesional con el que cambio m¨¢s de dos palabras: gracias y adi¨®s.
Max hab¨ªa acercado un cenicero y permanec¨ªa en pie, la mano derecha en el bolsillo del pantal¨®n. Fumando.
¡ªMe gust¨® bailar con usted ¡ªdijo.
¡ªTambi¨¦n a m¨ª. Lo har¨ªa de nuevo, si la orquesta siguiera tocando y hubiese gente en el sal¨®n.
¡ªNada le impide hacerlo ahora.
¡ª?Perd¨®n?
Estudiaba su sonrisa como quien disecciona una inconveniencia. Pero el bailar¨ªn mundano la sostuvo, impasible. Pareces un buen chico, le hab¨ªan dicho la h¨²ngara y Boris Dolgoruki, coincidiendo en ello aunque nunca se conocieron. Cuando sonr¨ªes de ese modo, Max, nadie pondr¨ªa en duda que seas un condenado buen chico. Procura sacarle partido a eso.
¡ªEstoy seguro de que es capaz de imaginar la m¨²sica.
Ella dej¨® caer otra vez la ceniza al suelo.
¡ªEs usted un hombre atrevido.
¡ª?Podr¨ªa hacerlo?
Ahora le lleg¨® a la mujer el turno de sonre¨ªr, un punto desafiante.
¡ªClaro que podr¨ªa ¡ªdej¨® escapar una bocanada de humo¡ª. Soy esposa de un compositor, recuerde. Tengo m¨²sica en la cabeza.
¡ª?Le parece bien Mala junta? ?Lo conoce?
¡ªPerfecto.
El amor seg¨²n P¨¦rez-Reverte
Arturo P¨¦rez-Reverte cambia de registro, aunque sin salir de su mundo personal, y escribe una gran historia de amor.
- El tango de la Guardia Vieja (Alfaguara), 14? novela del autor, presigue la relaci¨®n amorosa entre un hombre y una mujer en tres ¨²nicos pero intensos encuentros a lo largo de cuarenta a?os del siglo XX.
- Los protagonistas son Max, un vividor, bailar¨ªn de sal¨®n y ladr¨®n de guante blanco, y Mecha, una hermosa e inteligente mujer casada de la alta sociedad.
- El autor describe c¨®mo evoluciona el amor con el tiempo, de los embates de la pasi¨®n de juventud a la melancol¨ªa del recuerdo en la madurez.
- La novela es tambi¨¦n un amplio y documentad¨ªsimo fresco de la historia de una Europa desaparecida, la de los a?os veinte, treinta y sesenta.
- La trama incluye una peligrosa peripecia en los barrios bajos de Buenos Aires, un complot de espionaje en la Niza de entreguerras, con referencias a la guerra de Espa?a, y una intriga en torno a un torneo internacional de ajedrez en Sorrento sobre las casillas de la Guerra Fr¨ªa.
- Junto al amor y los sentimientos (y una fuerte carga sexual), grandes dosis perezrevertianas de aventura, y alrededor de los amantes, una gran galer¨ªa de personajes secundarios.
- En una iniciativa pionera, P¨¦rez-Reverte fue vertiendo en Internet notas sobre el proceso de construcci¨®n de la novela mientras trabajaba en ella.
Apag¨® Max el cigarrillo, estir¨¢ndose despu¨¦s el chaleco. Ella sigui¨® inm¨®vil un instante: hab¨ªa dejado de sonre¨ªr y lo observaba pensativa desde su butaca, como si pretendiera asegurarse de que no bromeaba. Al fin dej¨® su boquilla con marca de carm¨ªn en el cenicero, se levant¨® muy despacio y, mir¨¢ndolo todo el tiempo a los ojos, apoy¨® la mano izquierda en su hombro y la derecha en la mano de ¨¦l; que, extendida, aguardaba. Permaneci¨® as¨ª un momento, erguida y serena, muy seria, hasta que Max, tras oprimir dos veces suavemente sus dedos para marcar el primer comp¨¢s, inclin¨® un poco el cuerpo a un lado, pas¨® la pierna derecha por delante de la izquierda, y los dos evolucionaron en el silencio, enlazados y mir¨¢ndose a los ojos, entre los sillones de mimbre y los maceteros del sal¨®n de palmeras".
Fragmentos de la novela de Arturo P¨¦rez-Reverte, El tango de la guardia vieja (Alfaguara), que se publicar¨¢ el pr¨®ximo d¨ªa 21 de noviembre.
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