Sobre el circo y los circenses
Hay cosas (y personas) que no cesan de repetirse. El pepino es una de ellas. Joyce Carol Oates, otra
Hay cosas (y personas) que no cesan de repetirse. El pepino es una de ellas. Joyce Carol Oates, otra. Calificada en todos los paratextos de ¡°eterna candidata al Nobel¡±, la incontinente graf¨®mana (y, sin embargo, autora de novelas estimables) regresa a su cita estacional con Hermana m¨ªa, mi amor (2008), una novela anterior a Ave del Para¨ªso y Una hermosa doncella, publicadas tambi¨¦n por Alfaguara. Obviando el hecho de que, a este ritmo, sus obras completas ocupar¨¢n tantos cent¨ªmetros de estanter¨ªa como las de Balzac, lo cierto es que la se?ora Oates es no solo un prodigio de vocaci¨®n literaria, sino un lince para encontrar temas que atraigan a sus lectores, especialmente los adobados con unas gotas de morbo. En Hermana m¨ªa, mi amor, cuyo ?ncipit gui?a el ojo a Tolst¨®i (¡°todas las familias disfuncionales se parecen¡±), reescribe (convenientemente camuflada) la historia de JonBenet Ramsey, aquella reina de la belleza infantil a quien sus padres exhib¨ªan como una atracci¨®n de circo y que un d¨ªa (ten¨ªa seis a?itos) apareci¨® brutalmente asesinada en el s¨®tano de su casa, sin que hasta la fecha se sepa a ciencia cierta qui¨¦n y por qu¨¦ lo hizo. La novela, que he le¨ªdo en diagonal (y solo porque me interes¨® el caso de la peque?a), aguanta bien, sobre todo si uno no ha le¨ªdo las ¨²ltimas de Oates y no tiene muy reciente su desmedido gusto por el mon¨®logo interior. Pero, circo por circo, prefiero el de toda la vida, que tambi¨¦n sol¨ªa repetir su presencia en nuestras ciudades cuando se acercaban las (entra?ables) fiestas. Fue en el circo donde sent¨ª el significado de la emoci¨®n, al tiempo que alucinaba con el fulgor de las acrobacias all¨¢ arriba y el intenso olor de las fieras anestesiando el de mi brillante algod¨®n de az¨²car. Fue (aunque no lo sab¨ªa) mi primer lugar literario y mi primer teatro de aventuras. Por eso he le¨ªdo con inter¨¦s El gran salto (Pen¨ªnsula), de Ra¨²l Eguiz¨¢bal, una ¡°asombrosa¡± (e ilustrada) historia del circo en la que se habla de m¨ªticos funambulistas y maestros del escapismo (Houdini), payasos desternillantes (pero melanc¨®licos) y deslumbrantes amazonas, hombres-mosca y trapecistas (tuve una novia que lo era), magnetizadores y gigantes, monstruos (como los de Freaks, la pel¨ªcula de Browning) y malabaristas a los que nunca se les ca¨ªan las manzanas. Si alguno alguna vez sinti¨® el estremecimiento del circo, no se pierdan este libro, a la vez informativo y ameno. Y mucho m¨¢s divertido, en todo caso, que el cotidiano en el que oficia Rajoy (bueno, y todo el resto de su aburrida troupe).
Traductor
Solo la exageraci¨®n hace las cosas evidentes: la frase (suya) le va pintiparada a la obra de Thomas Bernhard (1931-1989), uno de los cinco o seis novelistas europeos verdaderamente imprescindibles del ¨²ltimo tercio del siglo XX. Convertido hoy en gloria nacional austriaca, fue considerado en vida por muchos de sus compatriotas un renegado, ¡°un p¨¢jaro que ensucia su propio nido¡± (Nestbeschmutzer), seg¨²n la expresi¨®n con que se designa a aquellos que no se comportan de acuerdo con las pautas patrioteras. Pautas, por cierto, dictadas por los guardianes de las esencias, a los que la crisis y el desarme de la izquierda han sacado de sus (relativos) escondrijos: en la sintom¨¢tica regresi¨®n ideol¨®gica que vivimos, aqu¨ª se vuelve a llamar ¡°antiespa?oles¡± a cualquiera que se oponga a la idea ultranacionalista de Espa?a, y ¡°anticatalanes¡± (o espanyolistas) a cualquiera que mantenga posiciones cr¨ªticas frente al populismo soberanista del honorable Mas. Pero en todas partes cuecen habas: los jud¨ªos ortodoxos consideran a Chomsky un self-hating jew (jud¨ªo que se odia a s¨ª mismo) por sostener posiciones diferentes a las del mainstream. En todo caso, Bernhard, tan cascarrabias con los suyos, es hoy uno de los m¨¢s conspicuos hijos ilustres de Austria y su nombre aparece en negrita en las gu¨ªas de Viena, al mismo nivel que, por ejemplo, Alban Berg, Sigmund Freud, Ludwig Wittgenstein o, mi chica favorita, la infeliz descabezada Marie-Antoinette. En todo caso, el mejor Bernhard quiz¨¢s se encuentre en sus novelas de los a?os ochenta: por ejemplo en Hormig¨®n (1982) y Extinci¨®n (1986), reeditadas ahora en un volumen ¡°¨®mnibus¡± por Alfaguara, que es el sello que lo introdujo en Espa?a (Trastorno, 1978) de la mano de Miguel S¨¢enz, su excepcional traductor. Gracias a ¨¦l hemos podido leer en perfecto castellano la obra completa (o casi) de autores tan esenciales como Bertolt Brecht, G¨¹nter Grass o el propio Bernhard, por referirme solo a tres en lengua alemana. Me entero ahora de que ¡ª?por fin!¡ª el se?or S¨¢enz, que ya es miembro de la Deutsche Akademie f¨¹r Sprache und Dichtung, ha sido propuesto como usufructuario de uno de los sillones de la Real Academia Espa?ola. Nada ser¨ªa m¨¢s justo. S¨¢enz no solo es un premiad¨ªsimo traductor y te¨®rico de la traducci¨®n con un impresionante curr¨ªculo, sino un aut¨¦ntico creador y renovador del espa?ol, a cuyo brillo ha contribuido gracias a su reiterado comercio literario y profesional (en las Naciones Unidas) con otras lenguas. Buen narrador y sensible cr¨ªtico de jazz (conservo como oro en pa?o su Jazz de hoy, de ahora, publicado por Siglo XXI en 1971), es autor de la biograf¨ªa de Bernhard (Siruela) y de multitud de art¨ªculos sobre literatura y traducci¨®n. Y es, tambi¨¦n, un ejemplo perfecto de la compatibilidad (ocasional) de las letras y la espada, porque S¨¢enz, doctor en Derecho, ha ejercido importantes misiones en los servicios jur¨ªdicos del Ej¨¦rcito (donde, seg¨²n creo, accedi¨® al generalato). Si consigue hacer valer sus numerosos m¨¦ritos, la RAE contar¨¢ sin duda con un excelente acad¨¦mico que, miren por d¨®nde, es uno de los grandes traductores (del alem¨¢n y el ingl¨¦s) a una lengua en cuyas variantes regionales nos expresamos casi 500 millones de personas. Que tenga suerte y suerte.
Cajero
Si algo queda meridianamente claro (aunque para ese viaje no hac¨ªan falta tan gruesas alforjas) tras la lectura de las Memorias (RBA), de Jos¨¦ Vilarasau Salat, responsable de La Caixa durante tres d¨¦cadas prodigiosas (para quienes lo fueron), son las relaciones entre las altas finanzas y el poder pol¨ªtico durante esos a?os cruciales de la vida p¨²blica espa?ola. Basta consultar el ¨ªndice de nombres para comprobar que est¨¢n (casi) todos los que han sido, en uno y otro campo: desde Felipe Gonz¨¢lez o Miguel Boyer a Isidre Fain¨¦ o Mariano Rubio, por citar solo a cuatro. En todo caso, sus memorias no decepcionan: son exactamente como uno espera que sean las de un almirante de las finanzas, discretas, educadas, aburridas y pol¨ªticamente correctas. Y, desde luego, ocultan mucho m¨¢s de lo que revelan, como es preceptivo. Adem¨¢s de los nombres esperables, tambi¨¦n figuran otros: Juan Goytisolo, por ejemplo, que comparti¨® pupitre con el autor (¡°me abri¨® nuevos horizontes¡±) o Rosa Cullell, de la que se vuelve a hablar por aqu¨ª cerca y de la que el autor alaba especialmente su ¡°inteligencia y creatividad¡±. Ah, se me olvidaba el subt¨ªtulo de esta autobiograf¨ªa de buen chico: El extra?o camino a La Caixa. A m¨ª no me lo ha parecido tanto.
Babelia
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