Edward Hopper como espacio habitable
La exposici¨®n m¨¢s votada por los doce cr¨ªticos de arte del suplemento Babelia
Agradezco profundamente a los cr¨ªticos de Babelia que hayan elegido Hopper en el Thyssen como la exposici¨®n del a?o, coincidiendo con los lectores de EL PA?S digital en su veredicto. Para m¨ª los dos tribunales, el de la cr¨ªtica y el del p¨²blico, tienen la misma autoridad, y los dos se complementan. La diferencia estriba en que a los cr¨ªticos los conocemos bien, mientras que el p¨²blico siempre es un enigma. A veces creemos adivinar lo que desea. Yo ya sab¨ªa que al p¨²blico espa?ol le gusta mucho Hopper, y lo sab¨ªa porque soy uno m¨¢s entre ese p¨²blico. Pero averiguar por qu¨¦ algo le gusta al p¨²blico no es tan f¨¢cil.
Si hablamos de Hopper y el p¨²blico espa?ol hay que empezar por rendir tributo a Jos¨¦ Capa y a la Fundaci¨®n Juan March, que nos trajeron por primera vez al pintor americano en 1989 con una espl¨¦ndida muestra que reun¨ªa 30 ¨®leos, casi una decena de acuarelas, m¨¢s algunos dibujos y grabados. Desde que llegu¨¦ al Thyssen en 2005 so?¨¦ con repetir y mejorar si era posible aquella exposici¨®n de la Juan March, considerando adem¨¢s que el Thyssen es el ¨²nico museo europeo que posee obras de Hopper, y obras importantes por lo dem¨¢s. Inicialmente le propuse el proyecto a una conocida experta norteamericana pero, pasado alg¨²n tiempo, y por razones que no vienen al caso, cambi¨¦ de idea, prob¨¦ con otra candidata norteamericana, y termin¨¦ encargando la exposici¨®n a mi predecesor Tom¨¤s Llorens, hoy director honorario del Museo Thyssen-Bornemisza. Poco despu¨¦s descubrimos que el Grand Palais preparaba casi para las mismas fechas la primera retrospectiva Hopper en Par¨ªs, comisariada por Didier Ottinger, y decidimos unir nuestras fuerzas. As¨ª naci¨® un ambicioso proyecto comisariado por dos europeos, ninguno de los cuales es un experto en Hopper, pero ambos, eso s¨ª, con un brillante curriculum como profesionales de museos y estudiosos del arte del siglo XX. A ellos se debe el acento europeo de la exposici¨®n: el ¨¦nfasis en la etapa juvenil del artista, en sus viajes a Par¨ªs, en el cuadro Soir bleu, en la inspiraci¨®n de Verlaine y Rimbaud, o sobre todo en el di¨¢logo de Hopper con pintores europeos como Degas, Sickert o Vallotton.Era un planteamiento original y bien argumentado, pero no estoy seguro de que ese sesgo europeizante tuviera mucho que ver con el ¨¦xito de la exposici¨®n Hopper.
Busquemos entonces en otra parte. Consideremos, por ejemplo, un hecho en apariencia banal: el uso y el abuso de Hopper en las portadas de las novelas publicadas en Espa?a (como en otros pa¨ªses europeos). Por exasperante que este fen¨®meno pueda llegar a ser, es un s¨ªntoma de algo que est¨¢ en el coraz¨®n de la obra del pintor. Hopper vivi¨® durante su juventud de la ilustraci¨®n de revistas y libros y, aunque terminar¨ªa odiando esa ocupaci¨®n alimenticia que le robaba el tiempo a su pintura, sin duda aprendi¨® de su trabajo como ilustrador ciertos recursos que luego aplicar¨ªa en su pintura. Algunos cr¨ªticos puristas del movimiento moderno acusaron a Hopper de no ser en el fondo m¨¢s que un ilustrador, en el sentido de que pon¨ªa la pintura al servicio de otra cosa. En todo caso, si Hopper fuera un ilustrador, lo ser¨ªa de novelas imaginarias e indeterminadas, novelas no escritas todav¨ªa. Una calculada ambig¨¹edad permite que cualquiera de sus cuadros puedan servir para ilustrar muchas historias distintas. De ah¨ª su inagotable fortuna en las cubiertas¡
Otra pista sobre la pasi¨®n por Hopper nos la ofrece el cine. El director de fotograf¨ªa Ed Lachman cre¨® para nuestra exposici¨®n, con un magn¨ªfico equipo de profesionales del cine espa?oles, desde el director de arte hasta la responsable de producci¨®n, un set basado en el cuadro Morning Sun, y aquella pieza, en la que algunos vieron un recurso comercial o una broma de dudoso gusto, ofrec¨ªa algunas claves de lo que el p¨²blico ama en Hopper. Tambi¨¦n tuvimos en el Thyssen un apasionante simposio y un ciclo de pel¨ªculas que exploraban esas relaciones de ida y vuelta entre Hopper y el cine. No hace falta recordar el evidente parentesco de tantos cuadros de Hopper con las atm¨®sferas del film noir, del cine de suspense o del g¨¦nero de terror: eso constituye gran parte de lo que nos atrae irresistiblemente hacia el pintor norteamericano. La afinidad m¨¢s profunda entre Hopper y el cine se cifra en la configuraci¨®n del tiempo psicol¨®gico. Hopper es un maestro en la creaci¨®n de situaciones donde no sucede nada todav¨ªa. Su prototipo es la espera de los espectadores sentados en el teatro antes de alzarse el tel¨®n. Pero Hopper proyecta esa tensi¨®n expectante sobre cualquier momento vac¨ªo de la vida cotidiana, incluso cuando sus personajes no esperan nada determinado.
En 1927, la publicaci¨®n de Ser y Tiempo de Martin Heidegger sentenci¨® toda una tradici¨®n filos¨®fica, de Descartes hasta Husserl, edificada sobre la conciencia aislada. Heidegger sustituy¨® esa conciencia abstracta por el Dasein, o sea, la concreci¨®n de la existencia humana, caracterizada en primer lugar por el ¡°ser-en-el-mundo¡±. Tambi¨¦n en la pintura figurativa podr¨ªamos hablar de un giro copernicano despu¨¦s del impresionismo. Lo que vemos en los cuadros de Hopper ya no pretende ser, como en Monet, la proyecci¨®n de una conciencia perceptiva, de lo que el pintor ve y es consciente de que ve, sino la plasmaci¨®n de la existencia humana en el mundo. Y Hopper no es el creador de un estilo visual (su pintura se caracteriza m¨¢s bien por una cierta ausencia deliberada de estilo); como el novelista o el cineasta, Hopper es el forjador de un mundo que contiene muchos mundos. Hopper fascina al p¨²blico, Hopper nos fascina, porque lo que la mayor¨ªa del p¨²blico busca en la pintura, como en la novela y en el cine, es precisamente eso, un mundo, un espacio habitable, una ventana a trav¨¦s de la cual asomarnos a otras vidas, y la posibilidad de vivir esas vidas imaginariamente y la esperanza de que finalmente nuestra propia existencia, con toda su grisura, se convierta s¨²bitamente en otra cosa.
Guillermo Solana es director del Museo Thyssen-Bornemisza, de Madrid
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