Nuestra salvaci¨®n
A Agust¨ª Fancelli
La marmota Phil sali¨® el pasado s¨¢bado de su guarida en Punxsutawney, Pensilvania, y no vio su sombra. Fue noticia mundial, la vimos en todos los informativos despu¨¦s de saberse que Rajoy negaba tener algo que ver con la cuenta de B¨¢rcenas. A la marmota la asociamos al tedio y a un eterno d¨ªa que se repite. Al verla salir de su escondrijo, pens¨¦ en Bob Dylan cuando dijo que a muchos artistas no les gustaba la carretera, pero para ¨¦l era algo tan natural como respirar: ¡°Es el ¨²nico sitio donde puedes ser lo que quieres ser. No hay canci¨®n que suene dos veces igual. Imposible aburrirse¡±.
?Y a qu¨¦ suena el d¨ªa de la marmota? A tedio. Y el s¨¢bado me son¨® a naci¨®n. ?Y qu¨¦ es una naci¨®n? ¡°Es la misma gente viviendo en el mismo sitio¡± (Leopold Bloom en Ulises). La misma gente, el mismo aburrimiento, los mismos sospechosos habituales tocando siempre la misma cuerda y eludiendo las dimisiones. Solo queda huir, marcharse lejos si se quieren escuchar canciones que no suenen dos veces id¨¦nticas.
?Sue?an los ciudadanos con dimisiones el¨¦ctricas? Me pregunto en qu¨¦ momento los sospechosos habituales perdieron por completo la noci¨®n de que la responsabilidad es complemento indispensable de la libertad. Pero se ha dicho ya tanto sobre el asunto que uno teme caer en la misma monoton¨ªa que tanto le horroriza. Se ha dicho tanto y, sin embargo, poco a poco se va dibujando un panorama l¨²gubre y se intuye que no pasar¨¢ nada y seguir¨¢n ah¨ª los de arriba, incluso cuando nos hayamos hundido a¨²n m¨¢s. Tal vez hubiera sido mejor que hoy escribiera de lo que ten¨ªa previsto, de Una vida plena de Lawrence James Davis (La bestia equil¨¢tera), inteligente y tenso libro que se interroga sobre si llevamos la vida de gran plenitud que nos merecer¨ªamos todos.
O tal vez podr¨ªa haber hablado de la din¨¢mica moda de Ram¨®n G¨®mez de la Serna entre los tuiteros y de lo nervioso que le habr¨ªa dejado ver su gruesa obra convertida en puro esqueleto. Aunque quiz¨¢s habr¨ªa ocurrido lo contrario y Ram¨®n lo habr¨ªa celebrado con saltos en el Palace. O qui¨¦n sabe si, seducido por la actualidad, no se habr¨ªa puesto a tuitear ¨¦l mismo una conocida greguer¨ªa: ¡°Carterista: caballero de la mano en el pecho¡ de otro¡±. Tambi¨¦n Ram¨®n conoci¨® las malas costumbres de su tierra y el nulo sentido de la responsabilidad de sus paisanos, agrupados ya entonces en el mismo sitio y lugar de hoy, en el mismo polvor¨ªn de la gran farsa.
Se nos dice en El castillo (Kafka) que, a¨²n siendo tan poderosos en la parte alta de la fortaleza, nadie a¨²n entre ellos ha encontrado el algoritmo de la muerte y por tanto nadie a¨²n ha podido apropi¨¢rselo. En contrapartida, la muerte, a¨²n no estando cifrada, ¡°todo lo roba y almacena con pulcritud¡±. Pero algo nos sobresalta en la descripci¨®n kafkiana de ese angosto ¨¢mbito de poder, donde los potentados y los parias est¨¢n completamente separados. Es m¨¢s, el pueblo sabe que sus muertos est¨¢n bajo tierra en una habitaci¨®n mientras que los poderosos, incluso ya muertos, habitan en lo alto del castillo como antes lo hicieron en vida. De esta injusticia que aspira a ser eterna surge el comentario sublevado de Kafka: ¡°Nuestra salvaci¨®n es la muerte, pero no ¨¦sta¡±.
Esa otra muerte estar¨ªa relacionada con el deseo de fugarse de un lugar donde hay que vivir muy por debajo de nuestra dignidad y donde todo lo que se sit¨²a tan por debajo de la vida no es m¨¢s que nuestro destino. Por eso nuestra salvaci¨®n es la muerte, pero no precisamente ¨¦sta que nos escupen los se?ores de la monoton¨ªa de este pa¨ªs de todas las marmotas, donde, como dir¨ªa Ram¨®n, los reptiles son la r¨²brica del paisaje. As¨ª que salimos a la carretera, a la calle, a los lugares donde intuimos que no hay canci¨®n que pueda sonar dos veces id¨¦ntica. ¡°No ten¨ªa nada que hacer, de modo que decid¨ª ir a la Patagonia¡±, escribi¨® Paul Theroux.
www.enriquevilamatas.com
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