Gracq sin coturno
El retrato, el apunte pol¨¦mico, una nota de lectura o la evocaci¨®n de un paisaje. Todo en esta obra que huye del aforismo y la m¨¢xima moral
Se trasluce en este libro que a Julien Gracq le gusta el juego de las tipolog¨ªas de escritores; en uno de los m¨¢s ingeniosos los separa en miopes y pr¨¦sbitas, siendo los primeros, entre los que sit¨²a a Huysmans, a Colette y a Proust, ¡°aqu¨¦llos en quienes incluso los objetos menudos que est¨¢n en primer plano salen con nitidez a veces milagrosa [¡] pero en los que falta cualquier lejan¨ªa¡±. Frente a ellos, sufriendo de presbicia, ¡°los que no saben captar m¨¢s que los movimientos de envergadura de un paisaje¡±, Tolst¨®i o Chateaubriand, por ejemplo. En otra divisi¨®n no menos ocurrente distingue a ¡°los que se levantan por la ma?ana y echan a andar sin m¨¢s, sin calzarse (Diderot, Stendhal), y los que, incluso sin darse cuenta, se atan los coturnos como en un movimiento reflejo (Hugo, Claudel)¡±. Gracq nunca se incluye, naturalmente, en esas ligas literarias, tan afrancesadas, pero da pistas para que sus lectores lo hagamos por ¨¦l; la cadencia de su pisada no es griega, y hay en la propia lengua francesa muchos con m¨¢s dioptr¨ªas. Pese a ello tampoco le pondr¨ªa yo en la categor¨ªa que ¨¦l mismo parece indicar como la m¨¢s equilibrada: ¡°Pocos son los escritores que dejan constancia con la pluma en la mano de una visi¨®n absolutamente normal¡±.
La anormalidad expresiva de Gracq ha dado algunas de las m¨¢s grandes novelas del siglo XX, pero en Capitulares (Lettrines en el original) el prodigioso estilista se muestra a s¨ª mismo en el taller, con el coturno aflojado en caso de llevarlo, y compensando la ausencia de la ficci¨®n con el regalo del pensamiento y, no pocas veces, de la malicia. Compuesto de las entradas hechas regularmente en unos cuadernos escolares de tapas negras a partir de 1954, seleccionadas por el propio autor para su publicaci¨®n en 1967, este primer tomo de Capitulares (el segundo, que compendia lo escrito entre 1966 y 1973, seguir¨¢ dentro de un a?o, anuncia el editor) huye del aforismo y la m¨¢xima moral, tan acreditada en la tradici¨®n francesa, buscando m¨¢s el m¨®dulo del diario de libre invenci¨®n, en el que tanto caben el retrato, la nota de lectura, el apunte pol¨¦mico, como la evocaci¨®n del paisaje o el hecho ocasional; con uno de ellos, la visita al Museo del Oro de Bogot¨¢, empieza el libro de modo deslumbrante, fascinado el viajero con las lamas del metal en su balbuceo previo a la conversi¨®n en rica joya: ¡°Aqu¨ª sorprendemos el oro antes del toque de la varita m¨¢gica, cuando no era a¨²n sino un pecado venial de la metalurgia¡±.
Los amores y el desd¨¦n (por la ciudad de Lyon, por el poeta Louis Aragon) tambi¨¦n figuran, como no pod¨ªa ser menos; el amor a Julio Verne, entreverado con la nostalgia del descubrimiento infantil de sus novelas (a las que confiesa volver a menudo en la edad adulta) y con Nantes, ciudad natal del autor de Las aventuras del capit¨¢n Hatteras, que Gracq destaca como su obra maestra, disculpando las chapuzas del gran novelista de aventuras como los asomos inevitables de un ¡°primitivo¡±. Son penetrantes los pasajes sobre las gloriosas ocultaciones de la literatura (p¨¢ginas 132-133), sobre Hemingway, sobre ¡°el buen humor feroz¡± de Marx en una admirativa relectura de La lucha de clases en Francia y El 18 brumario de Luis Bonaparte, y, de modo incitador, la alusi¨®n a la ¡°extra?a carencia de argamasa¡± que ve como la laguna m¨¢s aparente o el atractivo m¨¢s peculiar de la prosa de Flaubert: ¡°Entre los bloques angulosos de sus p¨¢rrafos la u?a se topa con el vac¨ªo: no hay cemento en los intersticios, no se ha dado una segunda lechada¡± (p¨¢gina 72; cito siempre por la excelente traducci¨®n de Mar¨ªa Teresa Gallego Urrutia). Como retratista, Gracq sabe ser sublime y picante en la memorable semblanza de la actriz Marguerite Jamois, cuyas ¨¢lgidas relaciones con el teatro eran ¡°no las del virtuoso con el instrumento, sino m¨¢s bien las de una buscona con la cama¡±.
Abundan en el libro, y son todos de una alta calidad, los cuadros paisajistas, enaltecidos siempre los fundamentos del ge¨®grafo profesional que era Gracq por la hermosa palabra l¨ªrica. Las ciudades bretonas, los campos de Verd¨²n, las aldeas y los castillos, adquieren, bajo su mirada, un grosor m¨¢s de relato que de estampa. A Espa?a le dedica dos subfstanciosas tiradas, que est¨¢n entre lo m¨¢s agudo de Capitulares, hablando desde luego de un pa¨ªs m¨¢s negro que el de ahora, en el que los pueblos castellanos ten¨ªan, antes de la burbuja, ¡°la tierra desnuda como una piel sarnosa, como si a la tierra, al rascarla, acabasen de arrancarle una postilla¡±. Y tiene Gracq un gusto radical y bastante ir¨®nico para la arquitectura patria: le gustan las verjas que todo lo acotan, los ladrillos color de sangre seca de las plazas de toros, ¡°que no disfrazan en modo alguno sus deliciosos accesos de matadero¡±, y le horripila el Escorial, ¡°un cuartelillo de bomberos m¨¢s grande de lo habitual¡±.
Capitulares. Julien Gracq. Traducci¨®n de Mar¨ªa Teresa Gallego. D¨ªas Contados. Barcelona, 2012. 175 p¨¢ginas. 13 euros
Babelia
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.