Fascinaci¨®n por Andr¨¦i Tarkovski
Siempre le interes¨® el cine a Tr¨ªas y buena prueba de ello lo suministr¨® su 'V¨¦rtigo y pasi¨®n', un luminoso y apabullante ensayo sobre la pel¨ªcula 'V¨¦rtigo'
Fil¨®sofo del l¨ªmite, nutrido sobre todo de la savia del pensamiento filos¨®fico alem¨¢n, Eugenio Tr¨ªas acab¨® sus d¨ªas como un apasionado cin¨¦filo, tal vez porque el cine cumpl¨ªa en la pantalla la ambici¨®n del arte total con el que so?¨® Richard Wagner, otro fetiche en sus querencias est¨¦ticas y a quien hab¨ªa dedicado, con una erudici¨®n y sensibilidad apabullantes, su ¨²ltimo libro. Siempre le interes¨® el cine y buena prueba de ello lo suministr¨® su V¨¦rtigo y pasi¨®n (1998), un luminoso y apabullante ensayo sobre la pel¨ªcula V¨¦rtigo, acaso el m¨¢s laber¨ªntico ejercicio de Alfred Hitchcock, prisma abismal que se ha convertido en un verdadero im¨¢n para todos los estudiosos de la obra del realizador brit¨¢nico. Mel¨®mano y cin¨¦filo, Eugenio Tr¨ªas fue antes que nada un fil¨®sofo cuya certitud era la duda y la indagaci¨®n, que le condujeron a su inter¨¦s por lo sagrado y por el concepto de l¨ªmite, de frontera, de abismo. Esta trayectoria se detecta limpiamente en algunos de sus t¨ªtulos: Lo bello y lo siniestro, L¨®gica del l¨ªmite, La edad del esp¨ªritu.
Hace un par de a?os, y con la salud deteriorada, Eugenio Tr¨ªas redescubri¨® con una pasi¨®n digna de un adolescente la fascinaci¨®n del cine. En su enorme erudici¨®n aparec¨ªan lagunas importantes acerca del cine mudo y de la etapa cl¨¢sica y me convoc¨® a algunas cenas que, entre otras cosas, intentaban completar sus datos, confirmar o contrastar impresiones. Nunca olvidar¨¦ su exaltaci¨®n tras la contemplaci¨®n de El nacimiento de una naci¨®n (1915), de D. W. Griffith, descubierta cuando su condici¨®n f¨ªsica estaba bastante deteriorada, en la fase terminal de su biograf¨ªa intelectual. Se instal¨® un equipo de proyecci¨®n de gran calidad en su casa para poder saborear a los cl¨¢sicos, comenzando por los grandes directores alemanes F. W. Murnau y Fritz Lang, continuadores de algunas de las vetas creativas de su admirado Richard Wagner, en un humus cultural que le era muy familiar, como familiar le era Nietzsche (por cierto, entre sus galardones se enorgullec¨ªa, con raz¨®n, de haber recibido en 1995 el Premio Nietzsche, una especie de Premio Nobel de filosof¨ªa). Y como lo era Goethe, a quien dedic¨® un libro en 2006.
Pero, como es l¨®gico, los realizadores que m¨¢s le fascinaron eran los que converg¨ªan con sus reflexiones filos¨®ficas, con sus obsesiones metaf¨ªsicas. Y en ese pante¨®n ocup¨® un lugar de privilegio, como no pod¨ªa ser menos, el cineasta ruso Andr¨¦i Tarkovski, genio inclasificable con cuya sensibilidad metaf¨ªsica sintoniz¨® muy pronto Tr¨ªas. Su apabullante fresco Andrei Rubliov (1966) sobre el pintor Rubliov le conmocion¨®, como ocurri¨® con la inquietante incursi¨®n en la ciencia ficci¨®n de Solaris (1972). El entusiasmo cin¨¦filo de Eugenio Tr¨ªas en los dos ¨²ltimos a?os le llev¨® a iniciar la escritura de un libro sobre su nueva pasi¨®n, pero la clausura provisional de la biblioteca de la Filmoteca de Catalunya, debido a las obras de su nueva sede, supuso un contratiempo del que se lament¨® m¨¢s de una vez. Necesitaba consultar textos que provisionalmente le resultaron inaccesibles.
Pero compens¨® este contratiempo con la visi¨®n y revisi¨®n compulsiva de la obra de sus realizadores preferidos. Tarkovski, de nuevo, en el pelot¨®n de cabeza, con su po¨¦tico hermetismo en cintas tan cr¨ªpticas como bellas, como El espejo (1975), Stalker (1979) y Nostalgia (1983). De modo que Eugenio Tr¨ªas supo tender un puente de complicidades entre la metaf¨ªsica del logos y la sensorialidad del eikonos, en una obra cuya salida nos anuncia ya la editorial Galaxia Gutenberg y que, en cierto modo, complementa la reflexi¨®n est¨¦tica de su apabullante y reciente indagaci¨®n wagneriana, con una percepci¨®n perfectamente coherente con su filosof¨ªa del l¨ªmite, inherente a la condici¨®n humana.
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