La naci¨®n
Al debate sobre el estado de la naci¨®n llegamos deslomados. Por eso convendr¨ªa que los protagonistas exprimieran su utilidad medi¨¢tica. A las naciones en el colapso tambi¨¦n hay que reanimarlas. La percepci¨®n negativa sobre su estado debe ser combatida con actitudes distintas. Nadie puede negar a Rajoy que ha sabido gestionar la presi¨®n de los mercados, templar las amenazas m¨¢s directas y convencer a los socios europeos de su buena conducta. Le ha ayudado su capacidad innata para la calma, que le permite hasta fumarse un puro dentro de la lavadora. Ha utilizado su mejor armadura para soportar las exigencias externas, pero a cambio Espa?a no encuentra ayuda de sus socios, ni en las expropiaciones ni cierres patronales, que evidencian nuestra debilidad, ni en los gestos carentes de sensibilidad de la alta jerarqu¨ªa europea.
Pero lo peor est¨¢ en el interior. Como si toda esa energ¨ªa para desinflar la ansiedad de la prima de riesgo hubiera dejado sin fuelle a los ministros m¨¢s interiores. Algunos de ellos en franca decadencia. La gran baza de su mandato es la precariedad de la oposici¨®n, no los m¨¦ritos propios. Ah¨ª las encuestas son clarividentes. Pero lo que pasa mayor factura a Rajoy, a las puertas de este debate, es su extra?¨ªsima relaci¨®n con la mentira. Lastrado por una campa?a electoral donde cada una de sus promesas era una segura futura traici¨®n, parece convencido de que la mentira es un aderezo de la verdad, como el vinagre en la ensalada. No existe oposici¨®n entre la sinceridad y el deber, es precisamente haber disociado ambas cosas lo que genera desconfianza en la calle. Y la desconfianza es el peor compa?ero de viaje en la crisis y la precariedad.
Esta desconfianza en las instituciones tizna el debate de sospechoso. Como una reuni¨®n de autistas frente al clamor exterior. Por eso ser¨ªa bueno que los pol¨ªticos no se protegieran detr¨¢s de tanto furg¨®n policial y comparecencia sin preguntas. No estar¨ªa de m¨¢s que presenciaran un desahucio o pernoctaran frente a un supermercado o fueran a estrechar manos en la cola del paro, como parecen dispuestos a hacer en la campa?a electoral. Y llegaran al hemiciclo con la calle metida en el coraz¨®n.
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