Y si el poeta se hubiera ido andando
Neruda cre¨ªa (como Alberti) que vivir eternamente consist¨ªa en seguir hablando con el mar
El poeta ten¨ªa una llave para abrir la casa. Cuando la buscaba en la arena tra¨ªa consigo el oc¨¦ano, su vecino. "No hab¨ªa donde ponerlo". Por eso, ese vecino "tan grande, desordenado y azul que no cab¨ªa en ninguna parte" fue a quedarse "frente a mi ventana" en Isla Negra. Hasta que ¨¦l mismo se fue, tristemente, por la vereda de la muerte, donde ahora buscan la causa de su despedida.
Llen¨® la casa de trampas, menos para el Oc¨¦ano. "El hombre en el Oc¨¦ano se disuelve como un ramo de sal". Se pertrech¨® adentro con botellas raras y con mascarones terribles, con colecciones absurdas, y con su voz. Su voz era la trampa con la que obsequiaba a los amigos desconocidos y a los famosos; era su guitarra la voz, pero hab¨ªa dentro, en los poemas m¨¢s lejanos, ecos de su imposible regreso a Caut¨ªn. La trampa era para que no conocieran su melancol¨ªa. El hombre que viaj¨® para permanecer siempre en el mismo lugar, su memoria, la de Caut¨ªn, la de Isla Negra.
El oc¨¦ano era su l¨¢grima innumerable; pero no lo dijo. Dijo sobre el oc¨¦ano: "All¨ª la semilla no se entierra ni la c¨¢scara se corrompe: el agua es esperma y ovario, revoluci¨®n cristalina". Desde esa ventana miraba c¨®mo llegaban a la casa el escritorio y la bruma. Estaba muy lejos, por ejemplo en Tenerife, donde recal¨® antes de irle a dar su respaldo a Salvador Allende, y ¨²nicamente ten¨ªa en la mente ese vaiv¨¦n del mar. Por eso caminaba como un barco viejo. Hacia Isla Negra. A Caut¨ªn.
Cuando est¨¢s en esa casa donde ahora ¨¦l es la luz secreta y misteriosa dentro de una carpa en la que cient¨ªficos dilucidan si lo mat¨® algo m¨¢s que la tristeza, entiendes que la soledad de hombre que no volvi¨® a Caut¨ªn, su pueblo, estaba oculta bajo los sargazos de sus colecciones; ¨¦l simulaba mirar lo que ven¨ªa en las manos innumerables del oc¨¦ano ("tablones carcomidos, bolas de vidrio verde o flotadores de corcho, fragmentos de botella ennoblecidos por el oleaje, detritus de cangrejos, caracolas, lapas, objetos devorados, envejecidos por la presi¨®n y la insistencia"), pero en realidad lo que aguardaba en alg¨²n instante de ese regocijo que le procuraba el mar era la noticia de la inmortalidad.
Acaso esta investigaci¨®n calme la furia del viento del mar
Esperando esa noticia se cubri¨® de objetos. Es inevitable, en Isla Negra, ir olvidando tanto recodo, tanta cama marina, tanta mesa de luces, tanta hojarasca, para buscar al fin al hombre que ha de morir. ?l cre¨ªa (como Rafael Alberti) que vivir eternamente consist¨ªa en seguir hablando, conversando con el mar o con los hombres, esperar que una dama de blanco y en volandas se lo llevara a otro sitio, donde la conversaci¨®n fluyera como el regocijo de un ni?o.
?l lo dec¨ªa, morir¨¦ cantando. En ese libro en el que resume lo que le ven¨ªa del mar (Una casa en la arena, Lumen, 1966, fotos de Sergio Larra¨ªn) est¨¢ plet¨®rico, como si volviera a Los versos del Capit¨¢n, alrededor la inmortalidad pervive; sin embargo, a?os m¨¢s tarde, en 1973 y hasta ahora mismo, a esa casa la convirtieron en un velero triste. Ya la proa, la popa, el casco mismo han recibido los embates que el mismo fot¨®grafo Larra¨ªn y tambi¨¦n el fot¨®grafo Luis Poirot (Retratar la ausencia, Comunidad de Madrid, 1987) plasmaron m¨¢s tarde: Neruda yendo o viniendo al oc¨¦ano, apoyado en el bast¨®n y tambi¨¦n en la tierra, como si aquel barco que ¨¦l fue se estuviera hundiendo ante su propia vista. Ya el oc¨¦ano era una sombra de su despedida, ¨¦l viajaba como hacia s¨ª mismo, ni rastro ya de entusiasmo en su pelea.
Muri¨® de tristeza
Muri¨® de tristeza, se dijo entonces, se dice ahora mientras rebuscan los cient¨ªficos los restos que hablan ante el est¨ªmulo de las agujas. Lo envenenaron, quiz¨¢; en estos d¨ªas en que la carpa luminosa sustituye al oleaje que ¨¦l am¨®, en medio de la superficie que llen¨® de ruido para escuchar mejor su silencio, los doctores aspiran a que Neruda, ese cuerpo, les cuente de veras qu¨¦ pas¨®, hasta donde entr¨® el hacha del odio, si es que fue as¨ª, c¨®mo fue que aquel hombre que aspiraba a morir cantando se fuera tan triste a esa tumba en la que ahora rebuscan su pen¨²ltima pena.
Los miro hacer desde la distancia. Vuelvo a la casa en Isla Negra. "Cada uno envejece a su manera y el ancla se sostiene en la soledad como en su nave, con dignidad. Apenas si se le va notando en los brazos el hierro deshojado". Hasta donde penetr¨® la navaja no se sabe, y parece que no importa demasiado. Certificar la crueldad con que la dictadura le tach¨® la alegr¨ªa es una tarea que honra a los hombres y a la ciencia, pero aquella ignominia ya no tiene ni siquiera el remedio del olvido. "En el invierno el viento del mar desata furia, sal, espuma de las grandes olas, y la naturaleza aparece acongojada, v¨ªctima de una fuerza terrible".
Acaso esta investigaci¨®n calme la furia del viento del mar, la ignominiosa noticia de que al poeta lo mataron con los hachazos tristes del odio, y que un pu?al venenoso fue el ¨²ltimo eslab¨®n de su martirio.
Y si el poeta se hubiera ido andando.
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