Una vida de pel¨ªcula
Cabr¨ªa pensar en la mala suerte de la dama del cupl¨¦ al tener que cederle protagonismo a la dama de hierro, pero analizando las razones por las que la brit¨¢nica reina hoy en las secciones de necrol¨®gicas de todos los peri¨®dicos del mundo creo que la manchega sale triunfante por una raz¨®n de car¨¢cter hist¨®rico: es dif¨ªcil que una c¨®mica tenga el poder de empeorar el mundo.
Leo hoy un retrato algo camp que le hac¨ªa en 2003 el escritor Francisco Umbral, y dejando a un lado ese estilo ligero y descarado que uno envidia en estos tiempos espesos, el cronista, fiel a su naturaleza mis¨®gina, le le¨ªa la cartilla a la Antonia por estar aireando el romance que mantuvo, cuando casi era una ni?a, con el dramaturgo Miguel Mihura. Umbral defin¨ªa a Mihura como un caballero por no haber dicho ni m¨², y a la Antonia como una bocas (la palabra la pongo yo) por contar que se acost¨® con la crema de la intelectualidad. Por resumirlo de manera castiza. Se ve que lo que una chica tiene que contar despu¨¦s de acostarse con un se?or mayor y volverle loco (seg¨²n ella) es que dicho se?or la ense?¨® a leer y a escribir. Que la alfabetiz¨®.
Pero cuando la Montiel comenz¨® a soltar por esa boca siempre entreabierta algunos de sus recuerdos h¨²medos ya llevaba la actriz muchos guiones le¨ªdos, igual que Umbral se hab¨ªa ganado un prestigio aireando aireando en las novelas sus affaires con se?oritas por todos conocidas aunque las escondiera un poco tras la may¨²scula del nombre propio. Pero se ve que hay cosas que est¨¢n bien o mal dependiendo de quien las cuente.
Sara Montiel fue, m¨¢s que una gran actriz, m¨¢s que cantante, m¨¢s incluso que una mujer jaquetona, una mujer que se vali¨® de su popularidad para llevar una vida m¨¢s libre que aquella que se pod¨ªan permitir las mujeres espa?olas de su generaci¨®n. Esa es la impresi¨®n que la diva me produjo en el encuentro que propici¨® Javier Rioyo hace un a?o, en un restaurante cercano al Instituto Cervantes de Nueva York. Javier, acostumbrado a sonsacar an¨¦cdotas a todas esas viejas glorias de la cultura que ¨¦l ha frecuentado tanto, pidi¨® unos margaritas y tir¨® de la lengua a Sarit¨ªsima, que no ofreci¨® resistencia y comenz¨® a hilvanar un cap¨ªtulo de su vida con otro, despacio, con ese ritmo al hablar algo zarzuelero, que divid¨ªa las palabras en s¨ªlabas. No hablamos de cine, sino de amantes: de Mihura, el discreto solter¨®n, a Severo Ochoa, el discreto casado. Y como para probar que lo que contaba era cierto se afanaba igualmente en desmentir esos rumores que se dejan caer en ese tipo de prensa canalla a la que ella acab¨® teniendo tanto rechazo. ?No es cierto que yo haya tenido nada con el Rey!, nos dijo. Es m¨¢s, continu¨®, en una recepci¨®n que tuve con la reina Sof¨ªa la salud¨¦ y en mi saludo le di a entender que eso jam¨¢s hab¨ªa ocurrido, que pod¨ªa estar tranquila. Me result¨® muy c¨®mico, y no me atrev¨ª a preguntarle c¨®mo, en un acto protocolario, una c¨®mica deja caer a una reina que no es cierto lo que se anda diciendo por ah¨ª.
Contaba historias e historietas, algunas ten¨ªan trazas de ser reales y otras parec¨ªan fabuladas con el tiempo, como a veces ocurre en la mente de los ancianos. Me result¨® m¨¢s cre¨ªble su relaci¨®n con Severo Ochoa, por ejemplo, que ese otro cap¨ªtulo en el que se convert¨ªa en adalid de los derechos civiles, montando un n¨²mero que incluy¨® el estampar loza contra el suelo en un restaurante neoyorquino en el que no le daban mesa por ir con su amiga Billie Holiday. ?Qui¨¦n no trata de engrandecer su propia vida cuando ya no tiene nada que ganar? Ni que perder. No s¨¦ si alguien reunir¨¢ la paciencia de reconstruir la vida de Antonia, Sarita, Sara, Sarit¨ªsima y separar¨¢ la realidad de la fantas¨ªa. En Espa?a somos m¨¢s de necrol¨®gicas, p¨¦sames y golpes de coraz¨®n y adi¨®s muy buenas. Pero ser¨ªa una pena no contar la verdadera historia.
Yo la conoc¨ª ya torpe, media ciega y algo sorda, pero manten¨ªa en su tono y en su conversaci¨®n una especie de descaro juvenil, que deb¨ªa ser el aspecto m¨¢s primario e incombustible de su car¨¢cter.
Tras el art¨ªculo que publiqu¨¦ sobre ella me llamaron, para mi asombro, algunas televisiones y algunas radios pidi¨¦ndome que hablara sobre la vida y obra de la diva. Pero yo no s¨¦ m¨¢s que lo que ustedes saben. Tuve la oportunidad, eso s¨ª, de compartir unos c¨®cteles con una anciana que me cay¨® estupendamente, porque daba la impresi¨®n de haber hecho de su capa un sayo. Y para m¨ª esa es la prueba de que, a pesar de todo, la vida merece la pena.
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