El ilustrado pragm¨¢tico
Denis Diderot contin¨²a gozando de prestigio en el mercado de valores intelectuales actual
Denis Diderot es quiz¨¢ la figura destacada de la Ilustraci¨®n que sigue contando con mayores simpat¨ªas entre quienes hoy todav¨ªa se consideran ilustrados. Voltaire fue sin duda un gran se?or de las letras ¡ª¡°?como yo!¡±, se ufan¨® Nietzsche, no sin peligro para ambos¡ª, pero ahora ese rasgo aristocr¨¢tico se vuelve contra ¨¦l, lo mismo que sus astucias de inversor que se benefici¨® indirectamente de la trata de esclavos; y si vamos a Rousseau, sirve igual para defender luces democr¨¢ticas como sombras comunitarias contra el teatro o el individualismo. ?Y qu¨¦ decir del insigne Montesquieu, que muere o resucita seg¨²n le peta al politicastro de turno que quiere darse lustre a su costa?
Sin embargo, Diderot contin¨²a gozando de prestigio en el mercado de valores intelectuales actual, que por otra parte dista de ser el Juicio Final. En lo personal, cuenta con pergaminos hoy inatacables, porque fue libertino pero trabajador (?le debemos nada menos que la Enciclopedia, co?o!), descre¨ªdo pero lleno de fe en las Luces, un racionalista esc¨¦ptico y rom¨¢ntico, tan cient¨ªfico como Eduardo Punset y tan sentimental como Cor¨ªn Tellado. Estuvo en la c¨¢rcel por sus ideas, aunque adul¨® prudentemente a veces a quien pod¨ªa ayudar sus empresas. En lo ideol¨®gico fue materialista y libertario como el que m¨¢s (?m¨¢s que el que m¨¢s!), pero se habr¨ªa horrorizado de llegar a saber que la figura de su heredero no saldr¨ªa de las sombras del futuro llevando en la mano el fanal de la raz¨®n, sino una cabeza cortada chorreando sangre. Lo describe bien F¨¦lix de Az¨²a en su reciente Autobiograf¨ªa de papel (libro que, por cierto, tiene algo de reparto de premios fin de carrera). Diderot fue, es y creo que seguir¨¢ siendo un tipo simp¨¢tico. Este a?o, con motivo del tricentenario de su nacimiento, se han multiplicado las publicaciones sobre ¨¦l, como Diderot ou la bonheur de penser (Fayard) de Jacques Attali o Diderot, un diable du ramage (Gallimard) del maestro Jean Starobinski, su mejor conocedor.
Tambi¨¦n acaba de hacerse p¨²blica en Espa?a una raz¨®n m¨¢s para mantener nuestra estima por ¨¦l. Se trata de un escrito de circunstancias, de esos que suelen nacer al calor de las urgencias del momento y que pasan de moda con igual rapidez¡ salvo que las vueltas y revueltas de la historia lo traigan de nuevo a la actualidad que, como ya sabemos, suele ser ¡°rabiosa¡±. El escrito es su Carta sobre el comercio de libros (ed. Seix Barral), con pr¨®logo de Sergio Vila-Sanju¨¢n y un estudio de Roger Chartier. Responde a una petici¨®n del gremio de libreros parisinos en defensa de las garant¨ªas de su comercio y va dirigida al magistrado encargado de la Librer¨ªa (algo as¨ª como la actual Direcci¨®n General del Libro), que era entonces Antoine Gabriel de Sartine, al que algunos conocemos como personaje de la serie de novelas policiacas ambientadas en el Siglo de las Luces, invariablemente excelentes, de Jean-Fran?ois Parot.
Diderot no es un entusiasta de los privilegios de los gremios ni de cualquier cortapisa a la libertad de comercio, pero entiende perfectamente que la ¨²nica forma de que un autor sea remunerado por su trabajo ¡ªy por tanto pueda crear en libertad no tutelada por mecenas¡ª es proteger los derechos de los editores que compran su obra de par¨¢sitos imitadores que vendan a menor precio lo que otros consiguieron seg¨²n trato justo. Su pragmatismo ayuda a sus principios, para facilitar su cumplimento m¨¢s all¨¢ de la ret¨®rica. Este razonado alegato, una bella pieza ilustrada, demuestra que las asechanzas que hoy padece la creaci¨®n cultural no son espejismos de quienes no entienden la modernidad, sino la continuaci¨®n de un combate contra los que desde anta?o pretendieron malversarla en su inter¨¦s. Y nos deja algunos axiomas imprescindibles, como que ¡°el autor es due?o de su obra o no hay persona en la sociedad que sea due?a de sus bienes¡± y que ¡°el derecho del propietario es la verdadera medida del derecho del comprador¡±. Gracias, viejo maestro.
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