La verbena de Madrid
El p¨²blico de Madrid es cada vez m¨¢s verbenero y menos riguroso Si con una oreja en cada toro se puede tocar la gloria, habr¨¢ que ser m¨¢s exigente en la concesi¨®n de trofeos
Mientras en Madrid baste cortar una oreja en cada toro para pasar a la historia por el t¨²nel de la puerta grande, hay que ser muy exigente en la concesi¨®n de trofeos. Sobre todo, en esta ¨¦poca, en la que los tendidos est¨¢n dominados por un triunfalismo pueblerino que da miedo. Madrid mismo, que presume de ser la plaza m¨¢s importante del mundo, se convierte en una verbena popular en cuanto un chaval se pone flamenco delante de un toro.
Sin ir m¨¢s lejos, los tendidos se cubrieron de pa?uelos para premiar a un torero que no hab¨ªa toreado y que se llama Arturo Sald¨ªvar, nacido en una localidad mexicana. ?Estuvo mal el muchacho? No. Hizo lo que bien sabe, que es el toreo bullanguero, alegre, destemplado, superficial, valiente siempre y ayuno de hondura. Llega con prontitud a los tendidos, y la gente comparte una suerte de euforia colectiva, entusiasta y arrolladora, que cree ver lo que no est¨¢ ocurriendo.
El Ventorrillo/Aguilar, Delgado, Sald¨ªvar
Toros de El Ventorrillo, desiguales de presentaci¨®n, mansos y descastados; noble y repetidor el tercero.
Sergio Aguilar: estocada ca¨ªda y un descabello (silencio), estocada (silencio).
Miguel ?ngel Delgado: estocada desprendida _aviso_ (ovaci¨®n); tres pinchazos _aviso_ y un descabello (silencio).
Arturo Sald¨ªvar: estocada (oreja); estocada atravesada _aviso_ y dos descabellos (silencio)
Plaza de Las Ventas. 28 de mayo. Vig¨¦sima corrida de feria. Tres cuartos de entrada.
Sald¨ªvar vino a Madrid con ansias de triunfo, y esa actitud es encomiable. Le toc¨®, adem¨¢s, el toro de menos trap¨ªo, el tercero, y de m¨¢s noble condici¨®n. En el ¨²ltimo tercio, lo recibi¨® de rodillas en la boca de riego y traz¨® una estimable tanda de redondos que abroch¨® con un largo de pecho en la misma posici¨®n. Ya de pie, surgi¨® el torero alegre, acelerado, que muletea a la velocidad de la luz y todo va perdiendo inter¨¦s con la misma rapidez que lo ejecuta. Pero el p¨²blico, ese p¨²blico verbenero, cree estar viendo una faena de ensue?o, y olvida, porque nunca se lo ha planteado, que Madrid tiene un prestigio, que es el faro de la tauromaquia en el mundo, y debe mantenerlo a toda costa. Sald¨ªvar estuvo muy decidido, pero no tore¨® para recibir un premio. Careci¨® de reposo y liturgia, lo que en este templo debe ser sagrado. Apel¨® a las bernardinas, ?c¨®mo no!, y le concedieron una oreja porque la pidi¨® el p¨²blico. Pues, muy bien. Pero con la rapidez con la que el respetable se degenera, el cuidado debe ser m¨¢ximo; de lo contrario, la puerta grande de Madrid, reservada para las grandes gestas, corre el peligro de convertirse en un coladero por el que se pierda la esencia de la fiesta.
Para desgracia del mexicano, el sexto de la tarde no le permiti¨® reverdecer laureles y su ilusi¨®n se desvaneci¨® a medida que el animal se hund¨ªa en su falta de clase. Grande fue otra vez su disposici¨®n; comenz¨® con unos muletazos por alto muy ajustados, pele¨® contra el viento como un jabato, derroch¨® valent¨ªa, y con la muleta agitada como una bandera se dio un arrim¨®n que la grada le agradeci¨® como merec¨ªa. No hubo oreja porque falt¨® la alegr¨ªa que derroch¨® en el tercero y mat¨® mal. Pero, cuidado, con este p¨²blico superficial que va conquistando las plazas como quien no quiere la cosa y puede acabar con lo m¨¢s sagrado de la tauromaquia. Es preferible, por tanto, un enfado y una bronca al presidente que dar un paso m¨¢s hacia la degeneraci¨®n del espect¨¢culo.
OVACI?N: Juan Navazo coloc¨® dos excelentes pares de banderillas al primero; le acompa?aron Fernando P¨¦rez con los garapullos, y Pirri, con el capote.
PITOS: Otra vez una corrida mansa y descastada hasta la desesperaci¨®n.
Frente al mexicano alegre, un ecijano enjuto, hier¨¢tico, de piel aceituna, de apariencia fr¨¢gil y de gesto serio y seco. Miguel ?ngel Delgado se llama, y ya demostr¨® maneras de las buenas en esta misma plaza el 15 de agosto del a?o pasado. Dej¨® entonces un buen sabor, y se ha visto que lo que se tiene no se pierde. Quiere manejar el capote con soltura, aunque tuvo escasas oportunidades, m¨¢s all¨¢ de unas ajustadas gaoneras en un quite al primero de la tarde. Con semblante vacilante, brind¨® al respetable la muerte de su primero, que no sangr¨® en el caballo, se vino arriba en banderillas, puso en apuros a toda la cuadrilla y a ¨¦l mismo por su violencia y brusquedad. El animal embest¨ªa a oleadas, con aspereza y bronquedad, sin calidad alguna y dispuesto a rajarse en todo momento. Delgado le plant¨® cara, aguant¨® una colada, sufri¨® un desarme y lejos de amilanarse, se cruz¨®, y estuvo muy por encima de las negativas condiciones de su oponente. No hubo toreo, porque no lo permitieron las circunstancias, pero dej¨® patente que ese cuerpo tan descarnado y esa mirada de ni?o asustadizo encierran un torero valiente que no se arredra ante las dificultades.
Un toraco de 626 kilos era el quinto, pero todo lo que ten¨ªa de grandull¨®n lo ten¨ªa de soso. Le falt¨® en todo momento el motor necesario para ser el colaborador imprescindible para el triunfo. Inici¨® Delgado la faena de muleta con un pase cambiado por la espalda en el centro del ruedo, y cuando cerr¨® la tanda ya mostr¨® el animal s¨ªntomas evidentes de hundimiento f¨ªsico. Era un obeso sin fondo. Se empe?¨® Delgado en torearlo, pero a toda su labor le sobr¨® entrega y le falt¨® la emoci¨®n que proporciona la codicia del toro. Empe?ado el muchacho en agradar, opt¨® finalmente por un feo circular y¡ (?a que no saben por qu¨¦ opt¨® finalmente el torero?), efectivamente, por ma-no-le-ti-nas, que se han convertido en el sufrimiento de la modernidad. Mat¨® mal y todo se emborron¨®.
Y Sergio Aguilar, otra vez, pas¨® desapercibido por su mala suerte con los toros y su toreo excesivamente fr¨ªo. Tiene un buen concepto de las formas y el fondo, se coloca bien, pero nada fue posible entre el molesto viento y la falta de casta de su primero y de clase del cuarto.
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