Lo que Dal¨ª se?al¨®
Hay escenas de nuestro pasado que con el tiempo, al disponer de datos que no ten¨ªamos cuando las vivimos, adquieren una imprevista mayor profundidad. Una de ellas la sit¨²o en 1963 en el 87 del Paseo de Gracia, en la desaparecida librer¨ªa francesa de Barcelona. Unos compa?eros de colegio me llevaron a ella y all¨ª, ante mi absoluta sorpresa, tras un intercambio de consignas, el dependiente de mono azul sac¨® de debajo del mostrador libros de Sartre y Camus prohibidos por la censura franquista.
Me sorprendi¨® tanto la aparici¨®n s¨²bita de lo prohibido que la escena me qued¨® muy grabada. Cuando a?os despu¨¦s le¨ª que L¡¯Encyclop¨¦die fue prohibida en Francia en 1759 y los libreros de Par¨ªs la vend¨ªan sac¨¢ndola de debajo de sus mostradores, me di cuenta del hilo directo que un¨ªa aquel gesto librero del XVIII con aquella escena de los a?os sesenta en la reprimida Barcelona.
Un hecho, por banal que sea, es la consecuencia de otros que lo precedieron. Por eso me gustan esos dibujos de William Kentridge en los que deja siempre deliberadamente una huella del dibujo anterior. Es como si dijera: no quiero esconder que a este dibujo le han precedido otros muchos y viene de ellos.
Cuando en mayo del 78, tras una gesti¨®n de Beatriz de Moura, pude entrevistar a Salvador Dal¨ª en su casa de Cadaqu¨¦s, el pintor me insisti¨® mucho en un cuadro veneciano: ¡°Hace un rato, poco antes de que usted llegara, he vuelto a ver ese cuadro de Giorgione, La tempestad. Hay un soldado y una mujer desnuda que lleva un ni?o. Es un cuadro decisivo, aunque mis paisanos no lo saben¡±.
?Decisivo? Aunque disimul¨¦, yo tampoco sab¨ªa qui¨¦n era Giorgione. A?os despu¨¦s, vi La tempestad en la galer¨ªa de la Academia de Venecia y descubr¨ª que era un cuadro muy enigm¨¢tico, con aquella escena extra?a de un hombre y una mujer (sin relaci¨®n entre ellos) en primer plano, y ese fondo de inminente tormenta.
Ayer, aquella entrevista daliniana adquiri¨® para m¨ª una imprevista mayor profundidad. Fue cuando casualmente le¨ª la recomendaci¨®n que Mallarm¨¦ le hizo a ?douard Manet y que para algunos fund¨® el arte de nuestro tiempo: ¡°No pintes el objeto en s¨ª, sino el efecto que produce¡±.
Enseguida me acord¨¦ del Manet de El ferrocarril, aquel cuadro que dej¨® pasmados en su momento a los cr¨ªticos. En ¨¦l, una joven madre nos mira mientras su hija, de espaldas, contempla la nube de vapor que deja el tren a su paso. En un primer plano, la ni?a que nos da la espalda. M¨¢s al fondo, la gran nube de humo que ha dejado el tren que circula por el centro de Par¨ªs.
Me di cuenta de que la estructura narrativa de El ferrocarril recordaba a La tempestad. Busqu¨¦ y vi que no andaba equivocado, mucha gente lo dec¨ªa. Y entonces pens¨¦ que a ese cuadro de Manet quiz¨¢s solo le faltaba una huella que alguien hubiera dejado en el propio cuadro, una traza de Giorgione para que se viera el hilo directo entre los dos, del mismo modo que al Desnudo bajando la escalera, de Duchamp, le ir¨ªa muy bien una huella de Manet para adquirir mayor profundidad. ?Y no ser¨ªa que Dal¨ª, perdido en una Espa?a tan oscura como la actual, quiso se?alarme aquel d¨ªa el efecto que inaugur¨® la modernidad, el decisivo efecto Giorgione?
Si en este pa¨ªs hoy vivimos bajo m¨ªnimos en cultura (en literatura, por ejemplo, muchos de nuestros copistas de la realidad se hallan en la prehistoria), algo tendr¨¢ que ver con todo esto que no tuvi¨¦ramos Ilustraci¨®n ni Mallarm¨¦ y s¨ª en cambio libros prohibidos hasta finales del siglo pasado. Ya solo por eso, deber¨ªamos en el dibujo de nuestra crisis de hoy incluir las huellas de nuestros dibujos anteriores, las trazas que se?alen el hilo directo que une a los desastres del pasado con la actual suicida negaci¨®n de la modernidad, tan visible en gloriosos sectores de nuestro g¨¹rtel cultural. Para que al menos se sepa de qu¨¦ lodos vienen estos fangos, de d¨®nde viene tanto bochorno de siglos.
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