Derribados por fuego amigo
Parafraseando al poeta, se podr¨ªa decir: ¡°De todas las historias del rock espa?ol/ sin duda la m¨¢s triste es la de Bar¨®n Rojo/porque termina mal¡±. Si les suena melodram¨¢tico, vean el documental de Javier Paniagua y Jos¨¦ San Crist¨®bal, Bar¨®n rojo: la pel¨ªcula, ahora disponible en DVD.
Paniagua hab¨ªa sido fan adolescente de Bar¨®n Rojo. Cuando supo que se reun¨ªa la formaci¨®n legendaria, decidi¨® pegarse a la banda. Y descubri¨® que, como antes, hab¨ªa dos parejas enfrentadas. Por un lado, los expatriados: el baterista Hermes Calabria y el bajista-cantante Jos¨¦ Luis Campuzano, alias Sherpa, que abandonaron el proyecto en 1989. Al otro, los propietarios del nombre, los hermanos Armando y Carlos de Castro, guitarristas, que mantuvieron la banda con m¨²sicos contratados. Entre ambos sectores se cruzaron maldades pero la realidad era testaruda: Sherpa y Hermes no triunfaron fuera de la banda; los hermanos Castro pilotaban un Bar¨®n Rojo de visibilidad decreciente.
En 2010, se anunci¨® que los irreconciliables saldr¨ªan de gira para celebrar los 30 a?os de su presentaci¨®n en sociedad. El p¨²blico lo quer¨ªa ¡ªser¨ªan conciertos multitudinarios¡ª pero la ambig¨¹edad reinaba en el seno del cuarteto. Los realizadores recrearon el acercamiento entre las partes, con reuniones previas y palabras de buena voluntad. ¡°Ellos no vetaron nada pero pronto vimos que hab¨ªa una tensi¨®n dram¨¢tica, como una pel¨ªcula de suspense. Rara vez estaban juntos, fuera del local de ensayo o el recinto del concierto. No confraternizaban. El conflicto se traduce en miradas, en silencios¡±.
Hasta que se llega al final de la gira en Baracaldo (luego se a?adir¨¢n otras fechas). Y Sherpa explota mientras se apaga el eco de los aplausos: ¡°?Has visto? Ni un ¡®hasta luego¡¯, ni una cena de despedida¡±. Esta historia no tendr¨¢ un cierre satisfactorio para los dos disidentes.
Bar¨®n Rojo gir¨® por el Reino Unido y se hizo ilusiones de entrar en el mercado internacional
Aparte de las rencillas internas, un resentimiento com¨²n a todos los m¨²sicos de rock urbano: al coincidir con ¡°la movida¡±, se vieron ignorados por el foco medi¨¢tico. Sherpa quiere interpretarlo como una venganza del Poder, supuestamente herido por canciones cr¨ªticas como Resistir¨¦ o Los rockeros van al infierno, minusvalorando la capacidad de absorci¨®n de pol¨ªticos y medios. Se hace evidente que, fuera de su circuito, su epopeya no se valora.
Pudo ser de otra manera. Bar¨®n Rojo grab¨® su segundo ¨¢lbum, Volumen brutal, en doble versi¨®n: castellano e ingl¨¦s; quer¨ªa entrar en el mercado internacional. No fueron ¡°n¨²mero uno en Inglaterra¡±, una leyenda urbana sustentada en un fotomontaje realizado por el Departamento de Promoci¨®n de su discogr¨¢fica. A pesar de esa ocurrencia, coinciden todos los recuerdos: Zafiro fue la peor compa?¨ªa posible para el cuarteto.
En Bar¨®n Rojo, reciente libro de Mariano Muniesa en Quarentena Ediciones, se pinta el retrato de una industria est¨²pida y rapaz. Pero Muniesa tambi¨¦n destaca la desidia de unos m¨²sicos aparentemente incapaces de rebelarse, de imponer condiciones m¨ªnimas de trato, de invertir en su propia carrera. Atados por la rutina, aparentemente sin managers resolutivos, continuaron unidos a Zafiro a pesar de saberse incompatibles.
A su modo, Bar¨®n rojo: la pel¨ªcula cuenta una aventura heroica. Cuatro personas que se soportan mal, buscando el encaje necesario para dar conciertos de tres horas. Ejerciendo de coro griego, locutores, colegas, familiares de los m¨²sicos. Se palpa el deseo ¡ªpor parte de Sherpa y Calabria¡ª de que aquello se prolongue. Al lado, unos Castro reticentes, que sigilosamente est¨¢n preparando su siguiente disco sin ellos, una versi¨®n en espa?ol de Tommy.
El desenlace resulta melanc¨®lico. Sherpa vuelve a tocar en ac¨²stico por pubs. Hermes palpa la crisis en su tienda de instrumentos y sigue dando clases de bater¨ªa. Intenta no pensar en lo que pudo haber sido: ¡°Coincid¨ª en un aeropuerto extranjero con el avi¨®n de Iron Maiden, pintado con su nombre y su icono. Y me dio envidia. Record¨¦ que Bruce Dickinson, su cantante, se sub¨ªa al escenario con nosotros en Londres, en 1982. Perdimos aquel tren¡±.
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